La oscuridad de la Murcia rural
Por culpa de las novelas y, especialmente, de las películas norteamericanas solemos ubicar los sitios más turbios de nuestro imaginario en las grandes llanuras estadounidenses, en los pantanos del sur de este país o en sus calles más problemáticas. Sin embargo, como la realidad nos recuerda con demasiada frecuencia, se cometen delitos de toda índole en casi todos los rincones (habitados) del mundo, incluso los más cercanos. Trifón Abad no ha querido irse muy lejos para situar la trama de ‘La noche de arena’ y ha escogido zonas cercanas a su Archena natal para construir esta vibrante novela negra que atrapa al lector desde el principio y no lo suelta hasta su sorprendente final.
A pesar de que Abad, que debuta en la novela con solvencia, sigue muchas de las pautas del género al que pertenece el libro, un detective solitario y torturado, un par de casos difíciles de resolver y un submundo de delincuencia y violencia, son varios los elementos que se salen del molde habitual ofreciendo un soplo de aire fresco al lector acostumbrado a esta clase de obras literarias. En primer lugar, la ya citada ubicación en la Vega Media del Segura es un punto que distingue a ‘La noche de arena’ del resto de novelas negras que apuestan por entornos urbanos o por espacios arquetípicos de Norteamérica. Como ya hiciera Miguel Ángel Hernández en su exitosa novela ‘El dolor de los demás’, donde convertía la Huerta de Murcia en un espacio de ficción, Trifón Abad hace recorrer a sus personajes las calles de Archena, los polvorientos caminos que la rodean, los inquietantes polígonos industriales semiabandonados, los resecos bancales de limoneros, el desolador desierto de Mahoya o las cuarteadas motas del río.
Por supuesto, y como el autor deja claro en la nota final, la geografía real convive con personajes de ficción, la mayoría de ellos vinculados de una manera u otra a la delincuencia. Así, en la investigación que el detective protagonista lleva a cabo aparecen mafiosos ucranianos que regentan un burdel, un empresario sin escrúpulos dueño de un desguace que se sitúa en el centro de la trama y toda una pléyade de delincuentes de poca monta que tratan de sobrevivir en un entorno duro con trapicheos de distinta índole y con diferentes estatus dentro de esta sociedad paralela de criminales.
Otro de los aciertos del libro es que Robles, el detective privado protagonista de la novela, no investiga uno sino dos casos que se van entrelazando. Por un lado, trata de averiguar si la muerte de un chaval que trabajaba en un desguace, a la vez que se ganaba un sobresueldo trapicheando, fue realmente un accidente o un asesinato urdido por un compañero envidioso o por su siniestro jefe. Azuzado por el padre del chico muerto, un empresario que le promete una gran recompensa si averigua la verdad, Robles vuelve a ejercer la profesión de detective tras años retirado. Conforme avanza en las pesquisas, el investigador descubre que la muerte del chaval puede estar relacionada con la desaparición de Berta, su hija, de la que ocho años atrás se perdió la pista tras participar en un rave en el desierto de Mahoya. Aquel caso, nunca resuelto, destrozó la vida de Robles y ahora se encuentra con una oportunidad para por fin cerrar aquella herida que provocó su separación de su mujer y su caída en el alcoholismo y en la depresión hasta llevarlo a su situación actual: situado al margen de la sociedad y con la única compañía de su perro Wolfe.
Además del hilo principal de la acción, en el que acompañamos al duro y determinado detective que es Juan Carlos Robles en la búsqueda de pistas sobre ambos casos y en los interrogatorios a sospechosos y testigos, el libro se enriquece mucho con los capítulos en los que seguimos a Berta en la semana previa a su desaparición. En aquella época su padre aún era un prestigioso detective que colaboraba estrechamente con la policía y cuyo éxito profesional le hacía desatender a su familia. Aquel vacío era llenado por la chica con unas compañías poco recomendables como lo eran su novio Charlie, su amiga Susana y Jonás, el peligroso novio de esta última. El autor acierta de pleno al ofrecernos esta perspectiva ya que no solo conocemos mejor a Berta y los problemas que la adolescente tenía (poco interés por los estudios, relaciones tóxicas, fiestas desenfrenadas y, sobre todo, un incipiente embarazo), sino también su entorno y los sospechosos de su desaparición al final de la semana y los motivos que tenían para ello.
Aunque como ocurre con toda buena novela negra la resolución de los dos casos, el de Berta y el del chico del desguace, son los ejes principales del libro, encontramos en él otros temas que otorgan una mayor profundidad a una obra que no es una simple novela de detectives. Entre estos asuntos que se tratan podemos citar el bullying, la escasez de oportunidades de la juventud en las zonas rurales, el uso de drogas como medio de escapar de una vida que odias o las relaciones que se establecen con las mascotas, y que en el caso del protagonista con Wolfe es más sana y duradera que con la mayoría de personas. Además, el libro cuenta con una serie de personajes secundarios que completan la historia y entre los que destacan, por su importancia en la trama, Chamorro, el enorme y acomplejado compañero de instituto de Berta que ahora es guardia de seguridad, Frías, un guardia civil retirado que ayuda a Robles, o Charo, una espontánea mujer que aportará algo de luz a la oscura existencia del detective.
Todo ello y un estilo que sabe bascular entre lo directo y lo poético, en breves pero efectivas descripciones cargadas de metáforas, convierten a ‘La noche de arena’ en un libro excelente.
Reseña publicada en La Verdad
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