Intemperie,
Jesús Carrasco, Seix Barral, 2013, 211 págs., 16,50€.
Entronca Intemperie de Jesús Carrasco con una corriente literaria un tanto
denostada por las nuevas generaciones de narradores: el tremendismo. El máximo
representante de este tipo de novelas que se desarrolló en la España de la
Posguerra fue Camilo José Cela, un autor despreciado y casi olvidado hoy en
día. No se sabe si es porque sus obras han envejecido mal o por la polémica
personalidad del narrador gallego, pero sus libros son hoy poco leídos y, salvo
en las clases de Literatura, menos comentados. Sin embargo, el pasado año 2013
apareció esta estupenda opera prima
de Jesús Carrasco que recuerda en varios aspectos a la obra cumbre del
tremendismo: La familia de Pascual Duarte.
La novela se desarrolla en un
territorio sin nombre, pero cuyos paisajes y el origen del autor podrían
llevarnos a situarla en una Extremadura asolada por la sequía. La violencia
latente, la pobreza del protagonista y la desigualdad de clases también la
acercarían a la novela de Cela y a otra obra posterior con la que también se la
ha relacionado con acierto: Los santos
inocentes de Miguel Delibes. En esta osada comparación con dos de los narradores más influyentes de
la España del siglo XX, un escritor novel como Carrasco sale indemne gracias a
la fuerza narrativa de Intemperie.
Se inicia la obra con la huída del
niño protagonista del pueblo en el que vive con su familia en medio de una
llanura asolada por la sequía. Pronto, y por sutiles referencias del narrador,
descubrimos que el motivo de que el pequeño haya abandonado su hogar son los
abusos que ha sufrido por parte del alguacil de la localidad. La figura de este
despiadado y tiránico personaje se erige como el mal personificado del que el
niño ha de huir durante toda la novela. En su escapada bajo el implacable sol
de un llano de ecos rulfianos, el niño se topará con un solitario y taciturno
pastor al que no sabrá si considerar un
aliado o como uno más de los esbirros del alguacil.
Este sencillo y duro argumento se
convierte en la las manos de Jesús Carrasco en una novela de altura, llamada a
convertirse en un clásico contemporáneo. Lo consigue, en primer lugar, con una
prosa precisa y a veces poética, cargada de símiles, metáforas y con un léxico
repleto de palabras propias del campo que muchos lectores tendrán dificultades
para entender. También es muy efectivo para que Intemperie se convierta en una gran novela, el hecho de que no haya
ningún nombre propio en toda la novela. Ni los personajes, ni los espacios
están definidos más que por sustantivos como “el pastor”, “el llano”, “el
Norte”, que contribuyen a configurar un territorio mítico y atemporal en el que
la desolación campa a sus anchas.
Temas como las relaciones familiares,
la pobreza, los abusos a menores, la soledad y, sobre todo, la violencia,
recorren una novela dura en la que el lector apenas tiene respiro mientras se
suceden los terribles contratiempos que sufre el protagonista. Su conciencia de
niño se ha visto endurecida por los abusos del alguacil y la incomprensión de
su propia familia, empujándolo a esa desesperada huida que lo hará, a lo largo
de las páginas de esta gran novela, madurar de manera abrupta y traumática.
(Reseña publicada en el periódico El Noroeste).