viernes, 31 de julio de 2015

La mujer ajena - Ramón Bueno Tizón



La mujer ajena, Ramón Bueno Tizón, Candaya,  2014, 124 págs, 14€.

            Las prostitutas suelen ser retratadas en el cine y la literatura de manera bastante idealizada. No solemos encontrar, salvo en relatos de denuncia social, historias tan crudas como las que los periódicos nos cuentan, ya que los cineastas o narradores optan por obviar el lado más sórdido de esta profesión, y centrarse en la sensualidad de las mujeres que la ejercen. El escritor peruano Ramón Bueno Tizón parte de esta tradición y convierte a una serie de prostitutas distinguidas en protagonistas de la mayoría de los doce relatos que componen La mujer ajena.
            Ese componente de fémina que no nos pertenece que marca el adjetivo del título, lo encontramos en varios de los relatos, narrados desde la perspectiva del hombre que se encapricha o incluso se enamora de una profesional. Así, en “Verónica”, un torero maduro que huye de su decadencia con juergas, está más pendiente de buscar la presencia de la sensual Verónica, nombre de resonancias taurinas, que del propio toro al que se enfrenta en una plaza limeña. Esta misma idealización de la meretriz como mujer sensual y con un halo de misterio la encontramos en “Philippe y los náufragos”, donde es el pianista fracasado que acaba tocando en un burdel parisino el que cae rendido ante los encantos de Bijou. Estos dos relatos formarían una trilogía con “Jonás en la última”, cuento en el que el hombre maduro y perdedor es un jockey y la meretriz que se erige como única ilusión en su fracasada existencia se llama Karen. En “Weininger y yo” encontramos una variante del argumento de esta tríada: un personaje histórico, cuya identidad conocemos al final, explica como el desengaño de un amor de juventud fue el que lo llevó a frecuentar a las prostitutas. Por su parte, el protagonista de “María Ozawa”, un inmigrante latino en Texas, no llega a acostarse con la chica de la que se enamora, ya que es una estrella juvenil con la que fantasea.
            También ejercen el mismo oficio las protagonistas de “Los duros”, en el que se narra desde la perspectiva de varios personajes la visita de Mariana a un recluso, y de “La princesa china”, que cuenta en paralelo las historias de una heredera asiática de la Antigüedad y de una joven peruana que acaba en un burdel. Por su parte, el adulterio es el tema dos de otros dos relatos del libro, aunque desde perspectivas muy diferentes. Mientras que en “El almuerzo” una cita con su amante en un hotel le complica la vida al protagonista, en “La reina” la narradora aprovecha la promiscuidad del rey para conspirar contra él.
            Los dos relatos restantes, en los que las prostitutas tienen una aparición más tangencial, son, sin embargo, los más interesantes, quizás porque abandonan esa idealización romántica de la mujer que vende su cuerpo y entra en terrenos de mayor calado como son las relaciones familiares y el aprendizaje vital. En “Nacimiento” asistimos a los esfuerzos de una niña por mantener a flote a su familia y la ilusión de su hermano por la Navidad entre las violentas peleas de sus padres. Cierra el volumen “Nosotros los que miramos”, relato protagonizado por un grupo de adolescentes en pleno despertar sexual y para los que el nombre de Fermina, citado con voluptuosidad por uno de ellos, se convierte en objeto de deseo colectivo. 

Reseña publicada en El Noroeste:



martes, 21 de julio de 2015

Vicio propio - Thomas Pynchon



Vicio propio, Thomas Pynchon, Tusquets, 2009, 422 págs., 10€.


La figura del escritor norteamericano Thomas Pynchon (Nueva York, 1937) ha adquirido, por diversos motivos, un estatus de autor de culto como pocos otros artistas contemporáneos. La principal razón es la calidad y complejidad de sus novelas, que ha venido publicando desde los años sesenta del pasado siglo. Pero también ha contribuido a este enaltecimiento de su figura el misterio que envuelve a su persona. Apenas existen imágenes de Pynchon y sus declaraciones públicas son escasísimas, en una actitud de renegar del mundillo literario que nos recuerda a su compatriota J.D. Salinger. Pero, al contrario que el autor de El guardián entre el centeno (1951), Pynchon ha seguido publicando libros tan interesantes como este Vicio propio.

Según los especialistas en la narrativa del autor neoyorquino, esta novela, la penúltima de las ocho que ha publicado, es una de las más accesibles de su trayectoria. Esta sencillez es lo primero que sorprende al lector: alertado de la dificultad y la extensión (El arco iris de gravedad (1973) y Contraluz (2006) superan el millar de páginas) se encuentra con una novela de ágil lectura y fácil comprensión. Además, Vicio propio sigue los cánones de la novela de género detectivesco, introduciendo cambios por supuesto, por lo que se trata de una manera perfecta de adentrarse en la literatura pynchoniana. No es extraño que ésta haya sido la primera de sus obras adaptada al cine, en una película de 2014 con título homónimo y protagonizada por Joaquin Phoenix.

La novela narra la investigación que lleva a cabo el detective privado Doc Sportello en torno a la desaparición de un oscuro empresario de la construcción y de su pareja, la sensual Shasta, antigua amante del propio Doc. A partir de este punto inicial la trama se va complicando y retorciendo a la vez que aparece una miríada de personajes secundarios que incluye a policías corruptos, abogados sin escrúpulos, mujeres fatales, gángsters de todo tipo y empresarios con negocios turbios. A lo largo de las más de cuatrocientas páginas del libro seguimos siempre a Doc y somos testigos de su peculiar pero efectiva manera de investigar un caso cada vez más complejo. El protagonista posee algunos atributos propios de los detectives tradicionales (valentía, sagacidad, individualismo y pose de tipo atribulado y duro) pero mezclados con una memoria atroz, un gusto excesivo por las drogas y por los disfraces y una melomanía y cinefilia casi enciclopédicas. Crea Pynchon con todos esos ingredientes un nuevo arquetipo: el detective hippie que une elementos de los clásicos del género con rasgos propios de esta época.

Porque, al igual que Kerouac quiso trasladar la época dorada del jazz a su novela En el camino (1957), Pynchon hace lo mismo con la música y la cosmovisión del hipismo californiano de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Y lo hace no sólo introduciendo todo tipo personajes propios de aquella época (músicos, groupies, surferos, yonquis, camellos, chamanes) sino con un estilo vibrante y directo que pretende trasladar a la página escrita el pop y el rock de los sesenta.

Consigue con todos estos ingredientes reformular algunos de los tópicos de la novela detectivesca y crear a un antihéroe entrañable por su mezcla de torpeza e inteligencia con un toque desenfadado como es Doc Sportello. 

Reseña publicada en El Noroeste



lunes, 6 de julio de 2015

Los asesinos lentos - Rafael Balanzá



Los asesinos lentos, Rafael Balanzá, Siruela, 2010, 156 págs., 15€.
          
En una novela de intriga es importantísimo tanto el final como el principio. La tensión que el autor ha ido dosificando durante toda la trama ha de encontrar en las últimas páginas una conclusión satisfactoria. El inicio debe, como en cualquier libro, enganchar al receptor, pero en el caso de libros relacionados con una muerte o un asesinato, como el que nos ocupa, es bueno que el lector se vea imbuido en la intriga desde el comienzo. En Los asesinos lentos, libro con el que Rafael Balanzá ganó el prestigioso premio Café Gijón en 2009, encontramos un buen final, pero, sobre todo, un magnífico comienzo.

En el primer párrafo de la novela ya se nos explica el singular eje sobre el que girará el resto de la obra: Valle, un antiguo amigo del narrador con el que se ha reencontrado años después de que abandonaran el grupo de música que compartían, le anuncia que lo va a matar. Esta brutal noticia contrasta con el contexto en el que se enuncia, una relajada charla en una cafetería entre dos antiguos amigos, por lo que el autor debe vencer tanto la incredulidad del narrador como la del lector, o, al menos, lo inverosímil que resulta la amenaza. Balanzá dedica los siguientes capítulos a que ese anuncio parezca casi lógico y que la muerte del narrador (Juan Cáceres) sea aparentemente inevitable. Acabamos convencidos de que hay un atisbo de justicia en ese asesinato que el perdedor nato que es Valle va a perpetrar y que no hay mejor cabeza de turco para vengarse de su aciago destino que el exitoso Cáceres. Además, el asesino prospectivo añade para justificar su decisión un pequeño pero doloroso episodio que sufrió en su juventud en el que su antiguo compañero le quitó una chica de la que estaba enamorado.

Pero conforme avanza la novela descubrimos junto al narrador que no es oro todo lo que reluce en su vida y que lo que, desde fuera y desde su propia perspectiva previa, parecía una existencia plácida y exitosa esconde una serie de grietas que comienzan a abrirse justo a la vez que recibe la amenaza de Valle. Por un lado, se da cuenta de que su matrimonio, en el que la pasión había desaparecido hacía años, sólo sirve ya para mantener las formas y que el alejamiento de su esposa es cada vez mayor. También descubre que sus hijos son casi unos desconocidos y que, especialmente la mayor, ya no son los niños que él creía que eran. Por último, su negocio, una próspera tienda de mascotas, comienza a sufrir las injerencias del nuevo gerente del centro comercial en el que se encuentra. Esta crisis de la mediana edad, parecida a la que sufre el Lester Burnham de American Beauty 
(1999), sume al protagonista en una melancolía de la que, sorprendentemente, poco tiene que ver la amenaza que pende sobre su vida.
Lo que podría haber sido una inane novela de intriga en la que la duda sobre si se cumple la amenaza inicial fuera el único punto de interés en el resto del libro, se convierte, gracias a las habilidades narrativas de Balanzá, en un ácido retrato de las mentiras que se esconden tras la fachada de felicidad de algunas familias.

Reseña publicada en El Noroeste