El jardinero, Alejandro Hermosilla, Jekyll & Jill, 2018,
190 págs., 17,50€.
Desde el
comienzo de los tiempos, si hacemos caso a la Biblia, los jardines han sido
espacios valorado por los seres humanos; qué era si no el paraíso sino un
jardín cuidado con mimo por Dios del que Adán y Eva fueron expulsados. Con el
paso del tiempo, los jardines se convirtieron en un sucedáneo de esa naturaleza
salvaje de la que habíamos huido, una manera de rodearnos de la vegetación de
bosques y selvas pero de manera controlada. Es en uno de estos espacios donde
se desarrolla la nueva novela del cartagenero Alejandro Hermosilla, publicada,
de manera primorosa como suelen hacer, por Jekyll & Jyll con portada del
ilustrador Tomás Hijo.
El libro parte
de otro valor que se suele dar al jardín: el de estatus social. Hoy en día se
valoran mucho más en el mercado inmobiliario aquellos barrios con abundantes
zonas verdes. En siglos pretéritos los grandes señores no concebían sus
mansiones sin el añadido de un enorme jardín perfectamente cuidado. Es una
familia nobiliaria de época aparentemente medieval la protagonista de la novela
de Hermosilla y la contratación de un extraño jardinero que se adueñará de su
jardín el detonante de sus problemas. Por error el conde ofrece a este empleado
un contrato vitalicio, lo que le permite holgazanear a su gusto sin miedo a ser
despedido y a descuidar el trato de las plantas. Con el paso del tiempo, la
dejadez del jardinero se torna en insubordinación y comienza a socavar el poder
de la familia en el condado a la vez que va ganando influencia entre sus
miembros.
Esta versión de
los hechos está determinado por la fuente que el lector tiene de los mismos: el
hijo menor de los condes. Este personaje, que cuenta en primera persona lo que
va sucediendo en los dominios familiares, se nos presenta al principio como un
ser obsesivo, que detesta al jardinero y que sueña con convertirse en el
heredero por delante de sus hermanos mayores. Con el paso de las páginas, esa
obsesión deviene en locura y el argumento se torna en una sucesión, a veces sin
orden ni aparente lógica, de la violencia y las orgías que se suceden en el
castillo y que no sólo están protagonizadas por el jardinero y sus secuaces,
sino también por los padres, hermanos y por el mismo protagonista.
Esta narración
enfebrecida, que va alternando párrafos breves y largos sobre distintos
personajes y momentos de la historia, se alimenta de las imprecaciones al
jardinero, de la lascivia de su familia (especialmente de la madre, que tiene
una relación incestuosa con su hijo menor) y de las continuas alucinaciones del
narrador. Hermosilla elabora un texto con un gran ritmo y con una trama
abigarrada que se va enredando y bifurcando continuamente como la vegetación de
un jardín descontrolado en la que lo real y lo aparente se mezclan a través de
la voz del narrador. Además, pone en juego temas como las difíciles relaciones
familiares, la amistad y las diferencias de clases sociales, el jardinero no
deja de ser un vasallo que se niega a cumplir órdenes.
El relato principal se
completa con una serie de fragmentos, de inspiración enciclopédica pero también
con la original impronta de Hermosilla, en los que se citan libros y episodios
históricos en los que los jardineros tuvieron protagonismo.
Reseña publicada en El Noroeste: