Panza de burro, Andrea Abreu, Barrett, 2020, 176 págs. 15€.
De manera bastante
sorprendente, los aficionados al rap hemos sido testigos de cómo algunos de los
raperos más interesantes de los últimos años provenían de las Islas Canarias.
Digo sorprendente porque en décadas anteriores apenan encontrábamos músicos de
hip-hop de esta comunidad, ya que eran ciudades como Barcelona, Madrid,
Zaragoza y Sevilla los principales núcleos del género en España. Sin embargo,
las canciones de artistas como Don Patricio, Bejo o Cruz Cafuné han llegado a
un gran número de oyentes gracias, en parte, a una querencia por los ritmos
latinos y al uso de un vocabulario exótico para los peninsulares. Este último rasgo
es compartido por Panza de burro, otro sorprendente éxito canario.
Porque lo primero que
llama la atención de esta novela de la también poeta Andrea Abreu es su léxico,
repleto de unos localismos que desde la Península se perciben como un lenguaje
fresco y con aires latinoamericanos. Así, las páginas del libro están repletas
de términos como “fisquito”, “trompadas”, “miniña” o “brumasera”, además de
referencias a productos autóctonos como el gofio o el clíper de fresa (un
refresco). La autora usa con frecuencia este léxico canario en fragmentos en
los que reproduce el discurso oral de los personajes o el pensamiento de la
narradora (en dos capítulos sin signos de puntuación) y que conviven con otros
pasajes más poéticos. Además, este original estilo se completa con los
anglicismos que usa Isora, (“shit”, “bitch”, etc.), una de las dos niñas, la
otra es la narradora, protagonistas de Panza de burro.
Isora es un personaje
redondo, una de las razones del éxito de un libro que gira en torno a ella y
uno de los caracteres más originales de la reciente narrativa española. Se
trata de una preadolescente que vive en un empinado pueblo tinerfeño junto a su
abuela y su tía, que regentan una tienda que se convierte en el centro social
de la localidad. La personalidad de Isora bascula entre su arrolladora relación
con los demás y su tendencia a la tristeza (motivada por el recuerdo de su
madre fallecida), entre su bulliciosa imaginación y su tendencia a la mentira y
a la manipulación de los demás.
Ella forma una pareja de
contrarios con la narradora, otra niña del pueblo que siente una atracción imparable
hacia Isora, que representa todo lo que ella quiere ser; Abreu define
perfectamente esta dependencia en un pasaje en el que la narradora reconoce que
“mi tristeza era la de ella dentro de mi cuerpo”. Como suele ocurrir en la
infancia, la amistad entre ambas sufre diversos vaivenes, provocados por el
complicado carácter de Isora y a una pelea a puñetazos le suceden, días
después, unos besos entre las dos.
Acompañamos a las dos niñas durante un verano de la primera década del siglo en el que, sin salir de su pequeño pueblo, viven numerosas aventuras. Junto a divertidos pasajes en los que se narran juegos y travesuras infantiles, en Panza de burro afloran fragmentos mucho más crudos que nos presentan temas tan serios como el abuso sexual, los desórdenes alimenticios, la enfermedad mental, la precariedad laboral o el maltrato infantil.
Andrea Abreu nos recuerda que la infancia es una etapa compleja en la que vivimos sucesos que tendrán una profunda huella en nuestra existencia y en la que los juegos y las amistades aparentemente inocentes a menudo esconden, como en el caso de Isora y la narradora, relaciones tormentosas.