sábado, 30 de noviembre de 2024

Los íntimos - Marta Sanz


Escribir desde el claroscuro. ‘Los íntimos (Memorias del pan y las rosas)’ de Marta Sanz.


Las memorias de los escritores suelen adolecer de una impostura que desvirtúa sus retratos de la vida literaria. Los autores a menudo caen en ellas en la adulación o en la crítica más feroz movidos por intereses personales o por la necesidad de saldar cuentas con sus enemigos. Aunque ‘Los íntimos’ se puede encuadrar en este género, de hecho su subtítulo es ‘Memoria del pan y las rosas’, Marta Sanz escapa de los vicios de este tipo de libros gracias a su personalidad, marcada desde siempre por el compromiso y la independencia, y a su estilo, que aleja estas páginas de las plúmbeas narraciones de anécdotas para mayor gloria de su autor. 


Podemos considerar este libro como el envés público de lo que en ‘Lección de anatomía’ (2008), novela que se cita con frecuencia, era el haz privado. Aquí la familia, que está, ocupa un segundo plano frente a escritores, agentes, editores y periodistas. Marta Sanz se explaya en las rencillas, los celos, las amistades y los elogios del mundillo literario español de las últimas tres décadas. Son numerosísimos los nombres citados y, sorprendentemente para un libro de este tipo pero con lógica por el talante de la autora, suelen recibir palabras cariñosas. Es especialmente interesante el retrato que hace de un encuentro en Iria Flavia en 1998 donde bajo el auspicio de la Fundación Camilo José Cela se reunieron un nutrido y selecto grupo de escritores jóvenes españoles. Algunos de estos compañeros de oficio, los más cercanos, ocupan capítulos enteros en los que se relatan las luces pero también algunas sombras de su relación. Entre ellos destacan los dedicados a colegas como Luisgé Martín, Sara Mesa o Almudena Grandes, al editor Jorge Herralde y a su agente, ya fallecida, Ángeles Martín. 


Esta importancia dada al mundo literario en el libro se corresponde con un análisis honesto y agudo de la imagen que la propia autora tiene de sí misma y de sus libros. No escurre el bulto Marta Sanz y no se centra únicamente en los oropeles de la literatura sino que dedica interesantes párrafos al carácter laboral y económico de su oficio como escritora (se queja de que no tienen sindicato), a las dificultades añadidas que encuentra por ser mujer, al miedo a quedarse sin editorial, a la incertidumbre ante la respuesta de la crítica ante una nueva obra, al temor a que alguien se adelante con el tema de su próxima novela, etc. Se completa este perfil profesional con la personalidad que cree que proyecta en este ámbito, fustigándose por los calificativos de “sosa” que recibía cuando era una autora joven y concluyendo que “siento que soy una escritora que ha generado grandes desconfianzas. Pero también grandes amores” (112). 


Marta Sanz deja claro en varias ocasiones que lo que escribe es una novela social. Opta por darle un enfoque laboral a su relato sobre su vida como escritora, un oficio como otro cualquiera pese a sus peculiaridades y su exposición pública. Como comunista e hija de la clase media urbana, la autora parece sentirse en la necesidad de justificar los pequeños lujos en los que en ocasiones se envuelve la vida de un literato (con presentaciones que acaban en fiestas y entregas de premios en hoteles de lujo) y recordar que estos conviven con trabajos meramente alimenticios (como el de negro literario) y con la obsesión por asegurarse el futuro económico como cualquier trabajador. Ocupan muchas páginas del libro los diversos viajes que realiza la autora con motivo de su participación en congresos, ferias, festivales y presentaciones. Además de las descripciones de las ciudades visitadas, destacan estas páginas por el agradecimiento de la autora a los lectores y especialistas que se encuentran y que componen el lado social que contrasta con la soledad propia de la creación literaria. 

 

Como en los anteriores libros de la autora, en ‘Los íntimos’ destaca una prosa única en el panorama nacional. El lector disfruta con un estilo tan personal como intransferible, en el que conviven el exabrupto y la metáfora, lo coloquial con lo aforístico. Una manera de escribir obsesionada con la palabra exacta que, a veces, es la más vulgar y, en otras ocasiones, un cultismo o un anglicismo. También se percibe un gusto por los juegos de palabras que iluminan el párrafo como pequeños destellos (“juego a las mascaritas, pero no a las mascaradas” (111)) y por el empleo de una frase sacada de un diálogo que se va repitiendo a lo largo del capítulo, adquiriendo distintos significados y que funciona como una especie de estribillo. Marta Sanz crea lo que ella misma define como un “idiolecto imaginativo” (495), una manera de escribir que le dificulta ser traducida, algo de lo que se lamenta a lo largo de todo el libro, pero que la convierte en una prosista extraordinaria y singular.   


Otro de los temas del libro es el propio libro, con diversas alusiones al género en el que se inscribe y que, como ya he señalado, insiste en llamar “novela social”. Estamos ante una obra con una gran carga metaliteraria, con apelaciones al receptor o a supuestos y futuros exégetas (estas de manera irónica), sobre las palabras escogidas y sobre cómo escribir. De hecho, uno de los últimos capítulos, “Recuento” analiza cuáles han sido las palabras más utilizadas en el texto desde una perspectiva entre irónica y poética tan propia de la autora. En relación a esta vertiente del libro y para entender la poética de Sanz, es muy clarificador el párrafo en el que describe el estilo que cree que está obligada a usar por su sexo e ideología para concluir que “pretenderse de izquierdas y escribir es casi imposible” (161) ya que siente que no se le perdona si es demasiado realista pero tampoco si busca la experimentación. 


En definitiva, estamos ante un libro excelente, de una autora que relata los tejemanejes de la literatura española contemporánea de forma desenfadada y honesta. Una autora que trata de evitar mirar desde arriba y prefiere “escribir desde ese claroscuro en el que tú estás y los demás pueden oírte” (111).


Reseña publicada en La Verdad. 




viernes, 15 de noviembre de 2024

Arde Murcia - J. M. Sala



 Arde Murcia, J. M. Sala, Dilatando mentes, 2024, 196 págs. 


Tras la notable Arde Torrevieja (2021), el escritor J. M. Sala vuelve a lo que parece haberse convertido en una serie, con Arde Murcia (2024). Si en aquella trepidante y ácida novela se nos contaba un día de 2002 en la ciudad costera y se convertía en apocalíptica la situación provocada por la burbuja inmobiliaria, aquí Sala se centra en la Huerta y en la capital murciana. Con mimbres similares crea una nueva obra desasosegante, en la que lo político se mezcla con lo fantástico, para ofrecer una novela de zombis de carácter social. Además, consigue un retrato fiel y crudo de la sociedad de esta zona de España, empleando numerosos murcianismos, citando lugares tanto de la capital como de su Huerta, defendiendo su acento (que los protagonistas deben ocultar para evitar las burlas de los foráneos) y satirizando su estructura económica, basada en un elemento, el agua, que se convierte en obsesión y leit motiv a lo largo de toda la novela. 

Como su anterior obra, la narración sigue a varios personajes cuya vida acabará mezclándose en el climático final. Por un lado tenemos a M., una inmigrante que habita en un desvencijado campamento a las afueras de la ciudad y trabaja de manera precaria (cuando no, semiesclava) en los huertos que rodean la ciudad. Aunque estamos en la primera década del siglo XX, tanto las condiciones laborales de los jornaleros como la agresiva agricultura parecen sacados de un mundo postcapolíptico que, sin embargo, tiene demasiado que ver con la situación real del campo levantino. A esta curiosa y conseguida mezcla de realismo y fantasía se añade que un grupo de los trabajadores que recolectan limones esté formado por zombis.

La segunda protagonista es Carolina, una niña discapacitada que vive en una vieja casa de la Huerta con su padre, un trabajador cuyo mote, “el Mandao”, deja claro su papel secundario en la empresa en la que trabaja y donde parece haber llegado a su límite. Las peculiaridades de Carolina le hacen ver la Huerta y los extraños habitantes que pululan entre sus árboles de un modo muy imaginativo, una forma de entender el mundo que el lector nunca sabe si se basa en la realidad o en la fantasía de la niña. 

La terna de personajes principales, cuyas tramas se van mezclando de manera a veces demasiado frecuente, se cierra con Yolanda, una chica veinteañera que a pesar de tener un currículum brillante trabaja cuidando a Carolina. A su precariedad laboral se le suma la incomprensión de la mayoría de sus amigas, que solo quieren emborracharse; Carolina, además, debe asumir la enfermedad que ha postrado en una cama de hospital a Irene, su amiga más íntima, la única que la comprende. 

Todos estos personajes y otros muchos sufrirán la situación límite a la que las explotaciones agrícolas y la sequía extrema han llevado a la zona y que desembocará en un caótico día del Bando de la Huerta.


domingo, 10 de noviembre de 2024

Vida de un pollo blanquecino de piel fina - Andrés Pérez Perruca

 


La mente al sol de Andrés Pérez Perruca


Defiendo habitualmente que la mejor edad para fraguar una amistad es la veintena. Es una etapa de formación, descubrimiento y de realizar proyectos muchas veces inverosímiles que con posterioridad uno no se atreve a plantear a sus allegados. Entre estos últimos es habitual que los grupos de amigos fantaseen con montar un bar o un grupo de música, espacios ambos que (idealmente) parecen propicios para la diversión veinteañera. Andrés Pérez Perruca tuvo la enorme suerte de llevar a cabo ambas empresas durante los años noventa, en su juventud, y que el resultado fuera un bar tan peculiar como El Fantasma de los Ojos Azules y un grupo tan memorable como El Niño Gusano. A ambos y sobre todo a sus amigos están dedicadas estas memorias de juventud que son las más de ochocientas páginas de ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’. 

El bar, El Fantasma de los Ojos Azules, lo regentaron Perruca y sus amigos durante casi una década en Zaragoza, su ciudad natal. A lo largo del libro se cuentan numerosas anécdotas acaecidas en este local en el que la música tenía un papel fundamental, como es algo lógico al pertenecer sus dueños a un grupo, que se completaba con grandes y variadas ingestas de bebidas y de comida y con peculiares concursos de diversas disciplinas que iban desde el parchís a la geografía pasando por estrambóticas quinielas que servían para decidir qué grupo era mejor o para calificar a una ciudad en función de su gastronomía o de la belleza de sus mujeres. 

Es la anécdota el tipo de relato sobre el que se sustenta la narración de este volumen; sin embargo, el autor sabe escapar de lo anecdótico (aunque suene paradójico) gracias a su desparpajo al narrar, al humor rayano en el surrealismo con el que impregna su prosa y con lo jugoso de las historias contadas. También convierten a ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’ en una obra interesante, aunque algunas páginas pecan de prolijas, los peculiares personajes que pululan por sus páginas y que se convierten en parroquianos de El Fantasma de los Ojos Azules. 

Pero si el centro de operaciones de este grupo de amigos es el pub en el que pasan casi todas las noches, el verdadero corazón del libro es la historia de El Niño Gusano. Considerado a día de hoy como una banda de culto, el grupo zaragozano tuvo una trayectoria breve en años y en discos (siete y tres respectivamente) pero con un impacto amplio. Sus características melodías, que tenían algo de infantil y circense sin salirse del pop, y las geniales letras del cantante Sergio Algora, los convirtieron en una rara avis que llamaba la atención dentro del indie nacional de los años noventa. Cada capítulo del libro está dedicado a una de las sesenta y siete canciones que publicaron los “gusanos” y en ellas se van mezclando historias sobre cómo se grabó el tema, el origen de la letras o la música y diversas anécdotas de las grabaciones, conciertos y viajes del grupo. Perruca nos da una imagen de El Niño Gusano alejada de los egos y aires de grandeza de otras bandas de música; los cuatro miembros (después se agregarán dos más) del conjunto son ante todo unos amigos que están siempre juntos (en el bar, en el local de ensayo, sobre el escenario, en la furgoneta) y que tratan de no tomarse nada demasiado en serio.

Así, las giras de El Niño Gusano poco tienen que ver con las historias asociadas a las grandes bandas anglosajonas que tanto y tan puerilmente tratan de imitar los grupos nacionales. En vez de sexo, en las giras hay torpes charlas con chicas y partidos de fútbol en camerinos; en vez de drogas, en sus desplazamientos para tocar hay opíparas comidas de mantel de cuadros y vino de la tierra o cervezas y cátering robado a grupos extranjeros en los camerinos de la televisión; en vez del rock and roll más purista, hay un gusto heterogéneo por la música como queda reflejadao en las miles de referencias que salpican el libro y que Perruca ha recopilado en una lista de Spotify que comparte con el lector. Este humor surrealista con el que afrontaron su carrera no debe hacernos olvidar lo estupendas que son sus canciones, especialmente las del último disco desde mi punto de vista, y el lugar importante que ocuparon en la escena española de los noventa, donde se codearon con grupos de la talla de Australian Blonde, Dover, Los Planetas o su querido Sr. Chinarro. 

Si bien todos los amigos que frecuentan El Fantasma de los Ojos Azules son importantes en el libro y los demás miembros de El Niño Gusano son los protagonistas de muchas anécdotas, ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’ es finalmente un homenaje a Sergio Algora. El poeta, letrista y cantante fue la verdadera alma del grupo, un líder anárquico que guiaba a los tres músicos (él no tocaba ningún instrumento) desde sus poemas convertidos en canciones maravillosas, pobladas de seres que parecen sacados de cuentos y con frases que se encuentran entre las mejores del pop español. Sin embargo, y aunque tras la amarga defunción del “gusano” (precisamente cuando la veintena de sus integrantes va llegando a su fin), Algora cantó en La Costa Brava, su vida se extinguió sin llegar a los cuarenta años debido a su mala salud. Los párrafos más emocionantes del libro son aquellos que Perruca dedica al Poeta, a su compañero del alma, aquel que te hacía sentir que con él “todo es nuevo y luminoso” (34), aquel cuyo entierro se narra entre la amargura y la sonrisa (388), aquel que era, en definitiva, “el mejor amigo de todo el mundo” (704). 

Andrés Pérez Perruca ha hecho un libro desmesurado en el que, como cantaba Algora, “pone su mente al sol” para contar una historia sobre la amistad, sobre ese tipo de amistad que no se vuelve a vivir tras la veintena pero cuyo recuerdo siempre nos acompañará.


Reseña publicada en La Verdad.