lunes, 20 de enero de 2020

Jugar con fuego - Sandra Bruce


Jugar con fuego, Sandra Bruce, Boria, 2019, 295 págs., 16€.

A los temas relacionados con la mujer que desde hace un tiempo se están reivindicando en la literatura española, Sandra Bruce añade en Jugar con fuego el de la liberación del ama de casa. Este rol que muchas mujeres desempeñan en sus familias no protagoniza de manera muy frecuente las obras literarias, enfocadas en aspectos diferentes que parecen poseer más interés para los autores. Por ello se agradece que Bruce opte por poner el foco en los sentimientos que sufre una mujer que ha abandonado su trabajo para cuidar de su hija recién nacida y ocuparse de su casa.

El libro se presenta como una historia de empoderamiento protagonizada por una mujer que se niega a resignarse a una vida enclaustrada en casa y a un marido que parece ignorarla cuando no despreciarla. Stella es una joven inglesa que vive en Valencia junto a su pequeña Ana y a su esposo Paco, un abogado centrado más en su trabajo y en lo que piensan su madre y su hermana que en su hija y su mujer. Esta ponzoñosa influencia que la familia política del marido tiene sobre el matrimonio es uno de los temas fundamentales de Jugar con fuego. Stella, personaje central y a quien el narrador acompaña durante todo el libro, tiene que enfrentarse a un matriarcado que la excluye de todas las decisiones importantes de la familia pero que acuden a ella cuando necesitan que cuide a uno de sus miembros enfermo.

Bruce da voz a todas esas mujeres que son convertidas por sus maridos en meras subalternas cuya jerarquía en la familia es secundaria tan sólo por trabajar dentro de casa y no fuera. Stella comienza la novela en un punto cercano al colapso por sentirse incapaz de cuidar adecuadamente de su hija y de su casa y por no tener más incentivos en su vida que las comidas mensuales con un excéntrico grupo de mujeres extranjeras como ella. Y es que el origen inglés de Stella es un elemento fundamental en la trama, ya que provoca que sienta a sus padres demasiado lejos para apoyarla y que no termine de comprender la idiosincrasia de la familia de su marido. Este rasgo de Sara, el ser extranjera en España, que comparte con la autora, permite que tengamos una perspectiva original de los comportamientos propios de las familias españolas.

Esa situación tan negativa de la que parte Stella va poco a poco cambiando gracias a una serie de cambios en su vida que desencadena Judith, una doctora que le ofrece un trabajo como traductora al inglés de los artículos científicos de un grupo de médicos de un hospital de la ciudad. Stella se decide a ocultarle a Paco su nueva ocupación, por miedo a que él la rechace, y entra en una espiral de mentiras y ocultaciones que, sin embargo, provocan una emoción que reactiva la aletargada existencia de la protagonista. Comienza entonces a “jugar con fuego”, tal y como alude el título de la novela, en una doble vida que llevará su matrimonio a una encrucijada en la que ella tomará por primera vez las riendas.

Sandra Bruce nos ofrece una novela con un ritmo muy ágil y cuya lectura absorbe el interés del lector, que acompaña a Stella en su proceso de emancipación.

Reseña publicada en El Noroeste:

  

miércoles, 8 de enero de 2020

El lugar de la espera - Sònia Hernández


El lugar de la espera, Sònia Hernández, Acantilado, 2019, 173 págs., 16€.

La generación nacida en España entre mediados de los años setenta y principios de los ochenta ha recibido apelativos tan (aparentemente) contradictorios como “la mejor preparada de la Historia” y “la primera que vivirá peor que sus padres”. El primer y laudatorio calificativo hace referencia al alto porcentaje de sus miembros que poseen una carrera universitario o un máster, sinónimo para los españoles nacidos durante el Franquismo de un buen puesto de trabajo. Sin embargo, la precariedad acabó durante la primera crisis económica del siglo XXI con este espejismo y mostró que gran parte de los integrantes de esta generación no iban a conseguir el estatus económico (una casa en propiedad y, quizás, otra en la playa) que sus padres adquirieron con menor formación académica.
Sònia Hernández pertenece a este grupo de españoles (nació en 1976) y retrata en su novela El lugar de la espera la frustración que esta realidad ha provocado en ellos. En uno de los pasajes del libro, la narradora explicita esta idea con las siguientes palabras: “Nosotros teníamos que superarlo todo. Nacimos justo cuando se acababa la dictadura. Podemos hacer lo que queramos. La libertad.” (pág. 116).  Parece que las posibilidades que se le ofrecieron a la primera generación de españoles nacidos en democracia generaron unas expectativas demasiado altas que la realidad se ha encargado de borrar. Con ese “nosotros” la narradora se refiere a los nacidos en aquella época de cambio, pero, también y de manera más concreta, al grupo de amigos que protagonizan esta novela coral.
Se trata de un grupo heterogéneo pero que comparten edad, origen (un barrio obrero) y esa frustración tras la llegada a una vida adulta que no era tal y como les habían prometido. Vasili, por ejemplo, es el artista del grupo, pero no ha desarrollado una carrera exitosa. Noe es un transexual que ha sufrido la incomprensión de la sociedad en su transformación de mujer a hombre. Sergio y Olga forman una pareja marcada por las infidelidades y por los grandes proyectos que él no logra llevar a cabo. Pero son Malva y Javier los miembros del grupo que más perdidos se encuentran; ella fue una exitosa actriz adolescente que ahora está en horas bajas, mientras que Javier, que teme perder la custodia de sus hijas, quiere denunciar a sus padres y al Estado por su fracaso vital. El grupo de amigos trata de ayudar a ambos mediante el arte: creando una obra de teatro en la que Malva pueda actuar y una performance para visibilizar la queja de Javier.
Este peculiar punto de partida se desarrolla en una novela llena de reflexiones sobre el pasado del grupo, aseguran que hicieron todo lo que les pidieron para alcanzar el éxito, y sobre su desesperanzador presente. Esta historia coral es narrada por una de ellas, la hermana de Javier, que, a pesar de ser la voz a través de la cual conocemos las discusiones y acuerdos de todos, es la más desconocida y actúa tan sólo como portavoz. Más importancia tiene en la vertiente metaliteraria de la novela: la narradora dialoga cada cierto tiempo con una segunda persona que le cuestiona la manera de relatar la historia.
El lugar de la espera es una novela compleja y de una gran profundidad en la que la autora se cuestiona sobre temas como la solidaridad o el poder del arte para cambiar la sociedad.

Reseña publicada en El Noroeste: