El jinete de la tormenta,
Darío Lozano, Boria, 2017, 410 págs, 16€.
La bibliomanía es
esa dolencia caracterizada por una atracción casi obsesiva por la lectura de
libros. Se suele desarrollar en la infancia o en la adolescencia y normalmente
afecta al individuo que la padece hasta el final de sus días. La han sufrido
grandes escritores como Cervantes, que confesaba que leía cualquier papel que
se encontraba por la calle, muchos bibliotecarios o profesores de literatura,
que han pretendido calmar esta enfermedad gracias a su profesión. Y también la
sufren los tres protagonistas de El
jinete de la tormenta, primera novela publicada por el madrileño Darío
Lozano.
El primero de
ellos, Víctor, tiene la lectura como uno de los pocos alicientes de su triste
vida de recepcionista nocturno. Se evade de su decadente relación con su esposa
leyendo cómics y, especialmente, las novelas protagonizadas por una especie de
James Bond hispano apellidado Crusat y creado por un famosísimo pero esquivo
escritor que se esconde bajo el pseudónimo de Ricardo Espaldier. Gracias a una
serie de carambolas del Destino, actante fundamental en esta historia según
Víctor, que ejerce de narrador, el recepcionista se hace amigo del escritor al
que idolatra, de nombre real Esteba, y del que poco a poco, en encuentros tan
casuales como espaciados el tiempo, va conociendo su turbulenta vida.
Esteban es el
segundo de estos bibliómanos que protagonizan la trama de El jinete de la tormenta. El éxito conseguido gracias a las novelas
del espía Crusat no han servido para calmar una serie de inseguridades que
nacen de una terrible infancia que lo ha llevado a vivir una vida turbulenta.
La enseñanzas de Ludovico, un señor italiano que se convirtió en su verdadero padre,
lo llevaron a amar la Literatura, que ya se había convertido en una escapatoria
mental en sus duros años infantiles, y a escribir sesudos ensayos filosóficos
que, muy a su pesar, no alcanzan la difusión y las ventas de esas novelas de
las que él abomina.
Esteban pretende
repetir con Erika, otra niña de infancia dura, la labor que Ludovico realizó
con él. Y aunque consigue que comparta con él su obsesión por los libros, el
carácter volcánico de ambos acaba por convertir torcer la relación entre la
chica y su benefactor.
Con estos tres
personajes principales, Darío Lozano crea una novela desenfadada, que alterna
episodios lúgubres, los narrados por Esteban y por Erika, con otros más
irónicos, los que cuentan la vida Víctor, con un humor que a veces es demasiado
basto. En estas partes relatadas por el recepcionista son frecuentes los juegos
de palabras que si bien muestran el carácter tragicómico del personaje, no
están a la altura del resto de la obra.
En torno a este
trío principal, pareja, ya que Víctor aparece más como testigo de la historia
central que como protagonista, Lozano crea una amplia galería de personajes
secundarios que destacan, en su mayoría, por su patetismo. Además de ese amor
por los libros, en la novela encontramos otros temas como las difíciles
relaciones paterno-filiales, las consecuencias de las adicciones, el ansia de
fama de algunas personas, las diferencias entre la buena literatura y la
literatura de consumo y frecuentes referencias a la cultura popular,
especialmente al cómic.