El
instante de peligro, Miguel
Ángel Hernández, Anagrama, 2015, 223 págs., 18€.
El instante de peligro se puede considerar, en varios
aspectos, como una continuación de Intento
de escapada (2013), la primera novela de Miguel Ángel Hernández. Eso sí,
estamos ante un firme paso adelante en cuanto a complejidad y profundidad en la
narrativa de este autor murciano.
Hernández vuelve a
centrar la trama en el proceloso universo del arte contemporáneo y en el colindante
mundo universitario, con el que mantiene una relación a la vez parasitaria y
justificadora: el artista y el investigador son dos facetas que conviven en el
protagonista. Si en Intento de escapada
Martín era un joven estudiante que apenas iniciaba su carrera académica, aquí,
Marcos, no es casual la similitud fonética entre ambos nombres, es un
treintañero desencantado y casi expulsado de la universidad. Acuciado por su
deriva laboral y por el naufragio de su matrimonio, el protagonista acepta la
beca de un instituto norteamericano para escribir una obra de ficción sobre
unas extrañas películas descubiertas por la artista Anna Morelli. Es allí donde
la trama mezcla los hechos del presente, su relación con los demás becarios,
con los del pasado, su aventura en una estancia previa en el mismo instituto con
una chica, Sophie, que su mujer conocía y parecía aceptar.
Los mismos espacios son
transitados por los protagonistas en distintos planos temporales, en una
historia estrechamente relacionada con los textos de Walter Benjamin que actúan
como importante paratexto de la novela. Sabe el autor mezclar la teorización
sobre el paso del tiempo con las historias corpóreas que protagonizan los
personajes principales. Aunque en ocasiones parezca que la prosa de Hernández
se va a precipitar hacia el ensayo más abstracto, siempre logra incardinar las
experiencias vitales de Martín en sus reflexiones.
El instante del peligro es más valiente que la novela
anterior del autor, ya que aborda una pluralidad de temas mayor, en ocasiones,
eso sí, en perjuicio de la trama, cuya tensión no siempre se mantiene al mismo
nivel. Uno de estos ejes que vertebran la obra es la autoficción; son varias
las referencias implícitas a la propia biografía del autor en un juego de
espejos habitual en la literatura contemporánea. Además, la forma en la que
está escrita la novela no es casual y se amolda a las necesidades de la
historia. Por un lado, el narrador es el propio Martín y se dirige a Sophie, lo
que le vale para establecer esos paralelismos entre los dos tiempos de la
historia principal a los que antes aludíamos. Por otro, el manuscrito acaba
configurándose como parte fundamental del proyecto en el que el protagonista se
involucra al aceptar la beca.
El arte contemporáneo es
otro de los temas fundamentales en el libro, ya que no actúa como telón de
fondo de la trama, sino como espejo en el que mirarse y con el que dialogar. El
libro, desde un punto de vista metaficcional, se puede leer casi como un
tratado sobre la figura de la sombra en el arte contemporáneo. La reflexión
acerca de este tema le vale al narrador para cuestionarse sobre el paso del
tiempo en su propia vida. Además, Martín se describe a sí mismo como un impostor,
frente a Anna, el personaje que encarna al artista comprometido con su obra.
En definitiva, una obra
cuya profundidad exige un lector atento y colaborativo.