La vida pequeña. El arte de la fuga, J. A. González Sainz, Anagrama, 2021, 208, págs., 18€.
Entre las novedades editoriales actuales la novela suele monopolizar las mesas de las librerías o los recursos publicitarios de los sellos que dispongan de un presupuesto para estos menesteres comerciales. En algunos casos, especialmente cuando el autor es un mediático columnista, los ensayos también llaman la atención al lector medio buscando que gaste su dinero en ellos. En estos casos, suele ocurrir que se trata de obras polemistas o de carácter divulgativo, ya que parece que sólo ambos tipos de libros pueden conseguir el éxito de ventas. Por eso es insólito y reconfortante que una editorial de la importancia de Anagrama apueste por un libro como este, alejado de ese tipo de escritura, breve y rabiosa, que se ha desarrollado en las redes sociales y que ha contaminado algunas obras literarias.
Y es que este libro de J. Á. González Sáinz parece, en algunos aspectos, un anacronismo que no encaja con ese ruido mediático y con esa obsesión por lo último que observamos en internet cada día. Se trata una obra reposada, de un autor maduro que destila sin prisa unas reflexiones que no versan sobre la última polémica o la siguiente moda, sino que tiene un objetivo mucho más amplio y ambicioso. El escritor soriano nos ofrece a los lectores en estas páginas una serie de enseñanzas que ha aprendido de tres fuente inagotables pero que muchos olvidan hoy en día: la experiencia, el lenguaje y la literatura.
Aunque no es un dietario, ni unas memorias ni conocemos detalles íntimos ni grandes eventos de la vida del autor, esta se deja traslucir en muchos de los sesenta fragmentos que componen El arte de la fuga. Cuando el autor nos relata algunas anécdotas de su infancia o de sucesos más recientes, como ese baño en una recóndita y paradisíaca cala mediterránea que acaba con un escatológico encuentro o esa tarde en la ribera de un río en la que sufre la estridente música de dos jóvenes bebedores de cerveza, lo hace para reflexionar sobre las vilezas y también las virtudes del ser humano. A lo largo del libro González Sainz va desgranando una filosofía de vida basada en la búsqueda de la tranquilidad moral, huyendo de las redes sociales y de la televisión, y física, reelaborando el tópico del beatus ille.
Precisamente en el elogio de la naturaleza y del campo aparece uno de los muchos escritores que cita el autor en el libro y que se convierten en referentes culturales y morales. Se trata, como el lector puede suponer, de Henry David Thoreau y su famoso ensayo Walden, que se une a otros literatos como Albert Camus, Baltasar Gracián, Paul Celan o Simone Weil, cuyas palabras reproduce con frecuencia formando una especie de guía espiritual laica.
El tercer aspecto que refulge en El arte de la fuga es el propio lenguaje. Lo hace tanto por cómo está escrito el libro, ofreciendo una variedad poco habitual en la literatura actual, como por las cavilaciones en torno a la propia lengua. Por ejemplo, son varias las referencias a las expresiones habituales cuando era niño, una manera de sintetizar cómo se entendía en aquella época la vida, o a la etimología de las palabras, labor para la que suele echar mano del Tesoro del lexicógrafo del siglo XVI Sebastián de Covarrubias.
Reseña publicada en El Noroeste: