Isla Decepción, Paulina Flores, Seix Barral, 2021, 360 págs., 19€.
Un tema habitual en la literatura contemporánea es la incomunicación; parejas que a pesar de llevar años juntos no son capaces de conocerse, familias sobre las que sobrevuela algún ominoso secreto, grupos de amigos que evitan un asunto doloroso de su pasado, etc. La chilena Paulina Flores debuta en la novela con una historia protagonizada por dos personajes, Lee y Marcela, cuya capacidad de comunicación está cercenada, o muy limitada para ser más exactos, por la diferencia cultural y por el definitivo hecho de que no compartan ninguna lengua.
Lee es un joven coreano que, al comienzo de Isla Decepción, encuentran flotando en el mar unos pescadores chilenos que faenan cerca de Punta Arenas, en el extremo sur del país. Al volver a puerto, es Miguel, un solitario electricista amigo del patrón de la embarcación y que los acompañó en esta salida a pescar, el que se hace cargo del náufrago, prometiéndole al capitán que lo dejaría en el hospital de la ciudad. Sin embargo, Miguel desarrolla hacia Lee un sentimiento de protección que lo lleva a cuidarlo y a esconderlo en casa para evitar que las autoridades lo devuelvan a su país o al barco pesquero donde, según ha leído, los marinos asiáticos viven en condiciones de semiesclavitud.
Esta relación cuasi paternofilial se convierte en la de una extraña familia cuando Marcela, la hija de Emilio, llega a Punta Arenas para tratar de olvidar a Diego, la pareja con la que acaba de romper en Santiago. El cariño y el cuidado que el electricista muestra hacia Lee, el “chinito” como él lo llama, contrasta con la difícil relación que mantiene con su hija. Durante el tiempo que pasan juntos, en la ciudad austral y, después, en el campo donde compartirán el fin de año con otros familiares, irán surgiendo los reproches y las explicaciones sobre el divorcio de Miguel y la madre de Marcela tantos años postergadas. Marcela se dará cuenta de que la comunicación que por fin ha establecido con su padre no le ha traído la reconciliación con él, sino una amarga discusión; por ello, quizás, se siente cada vez más cerca de Lee, al que le cuenta sus problemas con Diego sin que él, que no habla español, pueda entender nada.
El carácter hierático y silencioso del coreano, determinado por su imposibilidad para comunicarse y su carácter de prófugo del barco, en su relación con el padre y la hija que lo han acogido, contrastan con los fragmentos en los que mediante una analepsis conocemos la vida de Lee en el barco. En ellos escuchamos, por fin, su voz, y la aparente imperturbabilidad que muestra en tierra, se convierte ahora en una personalidad atormentada por cuestiones de su confuso pasado en Corea y de su duro presente en el barco. Paulina Flores denuncia las tremendas condiciones de los marinos asiáticos que pescan durante meses frente a las costas chilenas y que sufren todo tipo de abusos. En ese juego de espejos entre el mar y la tierra que hay durante todo el libro, esta situación encontrará su reflejo en las iniquidades que tienen que soportar los mapuches en Chile.
Aunque algunos fragmentos, especialmente los que quieren mostrar momentos de enajenación de los protagonistas, son algo confuso, Flores construye una novela interesante que nos muestra que capacidad de empatía con el otro no siempre se acrecienta con una comunicación más fluida.
Reseña publicada en El Noroeste.