El infinito en un junco, Irene Vallejo, Siruela, 2019, 472 págs., 24€.
Todo autor de una obra literaria tiene como finalidad conseguir una respuesta positiva por parte de los lectores. Sea buscando una recepción mayoritaria, lo que se conoce como “éxito de público”, o minoritaria pero escogida, fenómeno para el que se emplea un sintagma mucho más ambiguo: “éxito de crítica”, todo autor piensa en el lector. Más conflictiva puede ser la relación con los receptores en el género del ensayo. En muchos casos estamos ante obras especializadas que favorecen la lectura de unos pocos expertos y que incluso menosprecian la del público en general, lo de la miel y la boca del asno, ya saben. Por eso llama la atención que un libro de divulgación se convierta en un fenómeno editorial sin perder la seriedad e incluso la erudición. Este difícil equilibrio lo ha conseguido El infinito en un junco de la aragonesa Irene Vallejo.
El poético título va acompañado por un subtítulo mucho más definitorio de lo que nos encontraremos en esta obra: “La invención de los libros en el mundo antiguo”. Filóloga clásica de formación, Vallejo mezcla rigor histórico en las referencias al origen de la lectura, las biografías de escritores y escritoras (estas últimas se reivindican para compensar, en parte, su marginación a lo largo de la Historia) y los episodios fundamentales en la evolución de las distintas tecnologías relacionadas con el libro, con pasajes más literarios e incluso autobiográficos. El infinito en un junco no es un texto para especialistas, sino un apasionante recorrido histórico por cómo hombres y mujeres de todas las épocas han colaborado en el desarrollo de la lectura y de la creación literaria.
El libro se divide en dos partes dedicadas, respectivamente, a Grecia y a Roma. En la primera, titulada “Grecia imagina el futuro”, se pone de manifiesto la importancia que ha tenido la cultura helena, su lengua, su manera de entender el mundo, su relación con los libros, para la formación de Europa. En esta sección adquiere especial protagonismo la ciudad de Alejandría; fundada por Alejandro Magno en el norte de Egipto, se ha convertido en un símbolo de la cultura gracias al empeño de sus monarcas, desde Ptolomeo I, por recopilar todos los libros de la época.
En la parte dedicada a Roma, algo más breve que la anterior, Irene Vallejo confirma esa idea de que los romanos fueron, principalmente, imitadores de los griegos. Sin embargo, la autora no le quita mérito a los avances que esta cultura aportó al mundo del libro y al hecho de que fuera el único imperio de la Historia que aceptara la superioridad de la cultura de un territorio conquistado.
A pesar de que esta división del libro puede hacer creer que sigue una ordenación estricta, no es así. De hecho, salvo por esas dos partes, la obra se caracteriza por ir saltando de época en época y por mezclar historias, anécdotas (a veces ficcionalizadas) y biografías de escritores y lectores de diferentes lugares del mundo. Esta mezcolanza provoca que el libro a veces caiga en repeticiones: la historia de la biblioteca de Alejandría se cuenta varias veces, por ejemplo.
En cualquier caso, El infinito en un junco es una obra de una lectura absorbente y que mezcla con agilidad lo narrativo y lo expositivo en un emocionante homenaje a los libros.
Reseña publicada en El Noroeste: