Sola, Carlota Gurt,
Libros del Asteroide, 2021, 370 págs., 18€.
Posee este Sola de
Carlota Gurt un planteamiento inicial bastante similar a una novela reciente
con la que tiene no pocas coincidencias: Un amor (2020) de Sara Mesa. En
ambas obras tenemos a una protagonista que escapa de la ciudad para
establecerse sola en una casa de campo. En los dos casos las mujeres se
enfrentan a los cotilleos de los vecinos y a un propietario de la vivienda que
han arrendado brutal y amenazante. Ambos problemas se conjugan en el caso de Sola
con otros que vienen determinados también por su edad y por su condición de
mujer.
En primer lugar, Remei (o
Mei) siente el peso que las personas que no han podido tener hijos habiéndolo
deseado deben soportar; ella acaba de rebasar los cuarenta y se aferra a las
últimas posibilidades que su cuerpo le ofrece de ser madre. En el plano
laboral, debe afrontar las consecuencias de haber dejado su trabajo en una
editorial para escribir, por fin, la novela que tanto deseaba crear. El paro
que en unos meses se le acabará actuará como una espada de Damocles, al igual
que la cuenta atrás que marca cada capítulo y que nos va acercando a un día
cuyo verdadero significado sólo conoceremos al final.
Otro campo en el que Mei
carga problemas es el conyugal; su vida junto a Guim parece haber entrado en un
momento de inflexión que la separación temporal, él en Barcelona, ella en una casa
en el monte que ha alquilado para escribir, terminará de definir como
definitiva o no. Por último, la tóxica relación con una madre a la que odia y
el recuerdo idealizado de su padre fallecido, que se hace más presente en la
masía ya que perteneció a su familia durante su infancia, terminan de
configurar el agobio de la protagonista.
Frente a esta conjunción
de dificultades que afronta Mei, la trama irá poniendo una serie de alicientes
que la ayuden a sobrellevar sus problemas. El bosque en el que se encuentra la
masía en la que se ha instalado y alguno de sus habitantes, una raposa con la
que alcanza una especie de simbiosis, la protegerán de sus propios miedos; el
color verde de la naturaleza, de gran simbolismo en la primera parte del libro,
representará un refugio para la escritora. La literatura será otro bálsamo, ya
que la soledad la ayudará a ir escribiendo su novela, con la que la propia Sola
crea un juego de espejos. Más ambivalente será la relación que establecerá con
Mercè, la tendera del pueblo más cercano de aspecto bonachón pero con tendencia
al chisme, y con Flavio, otro ermitaño en el bosque y amante de la literatura
como Mei de enigmático pasado y ambiguas intenciones.
Todos estos ingredientes temáticos, su ritmo vertiginoso y un lenguaje que combina lo poético con la aspereza de algunos pensamientos de la narradora, se conjugan en una novela excepcional en la que Gurt nos sumerge en lo más profundo de ese enmarañado bosque que es la personalidad de Mei, su protagonista.
Reseña publicada en eldiario.es