El arte
de mantenerse a flote, Eric Luna, Boria, 2021,
125 págs. 14€.
El género del relato,
gracias a su versatilidad, ofrece la posibilidad al autor de ocuparse en un
mismo libro de muchos temas diferentes. Además, la brevedad de este tipo de
narraciones permite que en un volumen un escritor pueda ofrecer al lector
acercamientos desde varias perspectivas al mismo asunto, creando así series de
relatos sobre un mismo tema. Esta última opción es la que encontramos en El
arte de mantenerse a flote, el nuevo libro del murciano Eric Luna.
Un vistazo al índice de
la obra ya nos muestra cómo Luna ha optado por agrupar estos doce cuentos en
una serie de secciones que guardan bastante homogeneidad en su interior,
especialmente las dos primeras. Estamos, por lo tanto, ante temas que
preocupan, cuando no obsesionan, al autor que nos ofrece varias historias sobre
personajes en el filo que logran sobrevivir con trabajos precarios que odian
pero que no consiguen acabar completamente con sus ansias de libertad.
La primera de estas
secciones, que lleva por título “Días de Jägger y hierbabuena”, tiene como
protagonistas a tres camareros. Pero lo que puede parecer anecdótico y una
elección aleatoria del trabajo del personaje se convierte por la reiteración y
por la temática de las narraciones en un tríptico sobre las grandezas y, sobre
todo, las miserias de trabajar en un bar sirviendo al público. Este tríptico
comenzaría por la consecución del trabajo, episodio que acontece al final de
“Granada blues”; en este cuento Izan vuelve a la ciudad andaluza derrotado y,
como indica el narrador, con miedo a que las cosas hayan cambiado pero también
a que no lo hayan hecho. “El trabajo no estaba tan mal”, el más sarcástico de
los tres, nos cuenta una pequeña venganza de un camarero a esos clientes
maleducados que todo trabajador de la hostelería debe aguantar. El bloque se
cierra con “Nighthawks”, en el que estos trabajadores se convierten en
superhéroes.
El componente social de
“El trabajo no estaba tan mal”, las condiciones laborales de los camareros,
adquiere absoluto protagonismo en el siguiente bloque de cuentos:
“Apocapitalismo”. Como este neologismo adelanta, el lector se adentrará en las consecuencias
apocalípticas que el capitalismo más despiadado produce en los trabajadores.
Así, en “Moloch 3000” una inquietante máquina llega a un almacén a vigilar a
los empleados y en “Vacaciones creativas indefinidas” el sistema no permite el tiempo
sabático que el protagonista necesita. El componente distópico de estos relatos
continúa en los otros dos de la sección: “No me sirven en el electrobar”, sobre
un detective expulsado de la sociedad, y en el inquietantemente actual “El
síndrome cara de póquer”, en el que unas extrañas máscaras impiden a las
personas esbozar cualquier gesto.
Más heterogénea es la
última parte, “¿No vas a volar alto, pájaro libre?”, que, sin embargo, también
incluye dos cuentos similares. Se trata de “Tríptico chileno” y “Mecanografía”,
ambos escritos en primera persona y protagonizados por Isaac Velasco, un
español que ha emigrado a Chile huyendo de la crisis económica de principios de
la segunda década del siglo XXI. Estamos ante historias más realistas y
personales, posiblemente autobiográficas, en las que encontramos los mejores
pasajes del libro, como la relación que establece el narrador con Diego, otro
español expatriado. El notable libro de Luna se completa con otros dos relatos
sobre personajes que intentan mantenerse a flote, leitmotiv y título del
conjunto, y con una divertida sátira.
Reseña publicada en El Noroeste: