Un amor, Sara Mesa, Anagrama, 2020, 185 págs., 18€.
En el ambiente rural, ser el forastero no suele resultar sencillo. En comunidades pequeñas en las que todo el mundo se conoce y que están entretejidas por una serie de relaciones familiares o de vecindad que a menudo se remontan a varias generaciones anteriores, es complicado integrarse y sólo se consigue, en el mejor de los casos, tras mucho tiempo y esfuerzo. La desconfianza hacia el que viene de fuera suele ser mayor si es una persona extranjera o una mujer sola, como Nat, la protagonista de esta estupenda y magnética novela de Sara Mesa, una de las narradoras más interesantes de la literatura española actual.
Y es que Natalia es una mujer joven que abandona una ciudad, la ficticia Cárdenas, para instalarse en una destartalada casa de una aldea llamada La Escapa. Nat decide cambiar de aires tras una situación laboral violenta y también de profesión: de traductora técnica en una empresa a autónoma intentando abrirse paso en la mucho más artística pero también menos lucrativa traducción literaria. Su condición de forastera y de mujer independiente serán una losa para su estancia en un entorno que se le presenta más que agresivo, indescifrable; por mucho que lo intente, es incapaz de entender los códigos que rigen en La Escapa y que a menudo están motivados por situaciones del pasado que ella desconoce. La protagonista de Un amor se siente perdida y comienza a caer en un pozo de desesperación por su relación con la comunidad y, en concreto, con tres de los hombres que la forman.
El más cercano a ella desde el principio será Píter, un vecino que le ofrece su amistad, pero que también parece obligarla a integrarse en la comunidad. Este hombre actúa con Natalia con ese paternalismo que ciertas personas usan para adultos en situaciones desfavorables y que si bien tratan de ayudar, no dejan de mostrar hacia ellos una superioridad moral que pone al ayudado en una situación subalterna.
El casero es uno de los personajes más reconocibles del libro; Sara Mesa utiliza un estereotipo que desgraciadamente sigue siendo frecuente en nuestra sociedad. Representa el casero al misógino que desprecia en las mujeres cualquier atisbo de independencia y que siente hacia ellas un odio cerval. Su relación con Nat está marcada desde el principio por un desprecio machista mezclado con cierto interés libidinoso.
El tercero de estos personajes masculinos de personalidad marcada sobre los que la estancia de Natalia en el pueblo gravitará es Andreas. Establece con él una relación sicalíptica y extraña, en la que el afecto parece estar desterrado y que acabará minando los nervios de Nat, incapaz de traspasar la coraza de un hombre ermitaño y callado con el que sólo parece capaz de comunicarse en la cama. La brusca manera en la que comienza esta historia entre ambos es sorprendente para ella, pero parece mostrarle que en aquel lugar se siguen aún ciertos códigos atávicos perdidos hace tiempo en la ciudad.
Nat se sentirá impotente ante estos tres hombres y ante la cerrada e indescifrable sociedad de La Escapa y volcará su afecto en Sieso, el chucho indolente y arisco que le entrega el casero y que ella trata de educar de un modo que sabe que es incapaz de hacer con los seres humanos que la rodean.