Nefando, Mónica Ojeda, Candaya, 2016, 206 págs., 16€.
Es difícil para la Literatura acercarse a ciertos temas escabrosos desde la ficción. Entre estos temas tabúes tan delicados de tratar en una novela, o en cualquier otra manifestación artística, está, por supuesto, el abuso sexual a menores y la pornografía infantil. Se trata de una de las peores violencias que se pueden ejercer sobre otro ser humano, ya que dejará huellas indelebles en la víctima, y son pocos los autores que lo tratan en sus obras. Por ello, lo primero que hemos de agradecer a Mónica Ojeda es la valentía que ha demostrado a la hora de incluir en Nefando, la segunda novela de esta joven autora ecuatoriana, el abuso a menores y el uso pornográfico de las grabaciones de estos actos.
Pero ese valor al sobreponerse a la autocensura no deja de ser un atributo personal de la escritora y no justifica la recomendación de una obra que posee muchos más valores además del de tratar este espinoso asunto. Y es que estamos ante una novela notable, un puzzle que mezcla estilos, tonos, lugares, temáticas, discursos y personajes muy diferentes para acabar conformando una obra sólida que despierta el interés del lector sin darle casi tregua. Se trata de un relato, lo advertimos, no apto para todas las sensibilidades, ya que aún sin caer nunca en el morbo retrata con crudeza algunos comportamientos deleznables del ser humano.
El eje central de la trama, junto con una novela erótica protagonizada por tres adolescentes con comportamientos de lo más depravado, es la creación, por parte de tres jóvenes hermanos ecuatorianos que viven en Barcelona, de una especie de aventura gráfica digital en la que incluyen un vídeo de los abusos sexuales que sufrieron siendo niños. Los hermanos Terán serán ayudados en la creación de este videojuego tan peculiar por El Cuco, un joven hacker español con el comparten piso. A través de él podrán incluir Nefando, que así se llama el proyecto, en la Deep Web, ese espacio de la Red donde apenas hay leyes y donde todo parece estar permitido. Los tres hermanos parecen tratar esos terribles abusos que sufrieron por parte de su padre con cierta frialdad, como muestra que aún mantengan contacto con su progenitor.
Ojeda pone en juego aquí los diversos matices que aparecen cuando una experiencia tan terrible ocurre dentro del hogar: la imposibilidad de dejar atrás el pasado, la responsabilidad de la madre por no detectar lo que ocurría, el derecho de los niños abusados (cuando crecen) de difundir las aberrantes imágenes que protagonizan, etc. Acierta al huir de maniqueísmos al tratar un tema tan complejo como es el abuso a menores y crea con los hermanos Terán unos personajes poliédricos, que mantienen unas relaciones confusas con sus compañeros de piso, con sus padres y entre ellos mismos. Lo hace, además, mediante la ausencia de un narrador omnisciente, ya que conocemos la historia de Nefando principalmente mediante entrevistas que un personaje desconocido va realizando a los tres compañeros de piso de los hermanos, El Cuco, Iván y Kiki, que ofrecen visiones complementarias pero parciales de la historia de los Terán. Sólo escuchamos la voz de los hermanos en el fragmento más duros de la novela, en el que Emilio Terán describe en primera persona los abusos sexuales que sufrió junto a sus hermanas. Son apenas nueve páginas, pero muestran de nuevo esa crudeza que hace de Nefando una novela incómoda pero necesaria.
Reseña publicada en El Noroeste.