miércoles, 23 de abril de 2025

Se acabó el recreo - Dario Ferrari


 

Se acabó el recreo de Dario Ferrari: historia de dos Italias. 


Pocos países existen más cercanos a España que Italia. Tanto geográfica como culturalmente su posición siempre se ha sentido muy apegada a nuestro país y no han sido pocos los momentos de la historia en los que ambas naciones se han encontrado. Además, su lengua tan (aparentemente) similar a la nuestra nos hace albergar la ilusión de saber italiano cuando en realidad tan solo lo comprendemos superficialmente. Con Se acabó el recreo de Dario Ferrari el lector español se dará cuenta, como el visitante ibérico que intenta comprender una conversación entre dos italianos, que en realidad no conoce tanto sobre el país transalpino. Estamos ante una novela muy anclada a la historia reciente italiana, lo cual supone, desde mi punto de vista, el principal atractivo y a la vez la mayor dificultad para el lector español.  

Y es que este libro nos ofrece, en primer lugar, un retrato del mundo universitario italiano, con su complejo sistema de relaciones personales y académicas vinculadas a una jerarquía que coloca al catedrático como sumo pontífice que reparte prebendas en forma de puestos de trabajo. Si bien es cierto que este sistema no dista tanto del español, por desgracia, el hecho de que el departamento protagonista sea el de Italianística puede dificultar la lectura del libro, ya que nos podemos perder en el sistema educativo italiano y también desconocer varios de los múltiples autores autóctonos citados. A pesar de ello, Dario Ferrari evita ofrecernos una novela académica para centrarse más en las relaciones sociales existentes en este particular universo. 

El libro describe cómo Marcello, el narrador, un despistado y peterpanesco treintañero de una localidad cercana a Pisa, encuentra una inesperada salida profesional en la beca predoctoral que consigue y que lo alejará de los trabajos precarios y las borracheras con los amigos. Entra así en un universo de empollones, eruditos, odios mantenidos durante décadas, alianzas estratégicas para conseguir una plaza, estancias liberadoras en el extranjero, citas bibliográficas interesadas e insultos vestidos de (aparentes) elogios. Se trata de un mundo en el que reina el profesor Sacrosanti (obsérvese lo simbólico de su apellido), un italianista que decide desde su cátedra el destino de decenas de estudiantes y profesores. Marcello es tan ajeno a este sistema de castas, él ha sido un estudiante brillante pero poco ordenado, que debe ser el abnegado Carlo, un profesor asociado que anhela recibir la plaza que lleva años esperando pacientemente, el que le explique los códigos propios de este peculiar ámbito. 

Ferrari consigue con en el punzante y acertado retrato de este microcosmos, que llega a su culmen en el congreso organizado por el departamento pisano, algunas de las páginas más destacadas del libro. Si bien se centra en las peculiaridades de la universidad italiana, su satírica descripción de los juegos de poder propios de estos centros educativos son, me temo, universales, y se reconocen tics de las instituciones españolas. Esta primera parte del libro, con un Marcello aún ingenuo y novato en las lides del mundo académico, y con un tono aún desenfadado y humorístico, relacionan Se acabó el recreo con otras novelas de campus como Zafarrancho en Cambridge de Tom Sharpe o El mundo es un pañuelo de David Lodge. 

El tema elegido por Sacrosanti para que Marcello haga la tesis doctoral permite a Ferrari completar este retrato del mundo universitario italiano con otro de una época muy compleja de su país natal: los años de plomo, es decir, la violencia política sufrida por esta nación durante los setenta y ochenta. El catedrático pisano encarga a su atolondrado pupilo que realice un monográfico sobre Tito Sella, un terrorista de izquierdas de Viareggio, la localidad natal del propio Marcello, que durante su estancia en la cárcel escribió varios libros que le granjearon cierta fama como escritor. Lo que en un principio es un incordio para el narrador, acaba convirtiéndose en una obsesión que lo llevan a leer todo lo que hay sobre él, a instalarse en París para consultar su archivo, a reescribir sus memorias (la parte central del libro) y hasta a acabar identificándose con el propio Sella. 

Es en esta segunda parte donde la novela se torna mucho más seria y el propio Marcello adquiere, por fin, la madurez que había ido esquivando. En ‘La estantigua’, el capítulo en el que el investigador reconstruye, a través de los apuntes del propio Sella, cómo este y sus amigos pasaron en los años setenta de ser unos jóvenes apenas concienciados a convertirse en una célula terrorista, asistimos a las peculiaridades de la política italiana de la época, cuando la violencia era un medio empleado habitualmente en ambos extremos del espectro ideológico. Si bien, de nuevo, se citan nombres de personajes u organizaciones de la vida pública italiana de la época apenas conocidos en España, el interés que suscitan los dilemas a los que se enfrentarán los protagonistas, especialmente Tito Sella, suponen un gran aliciente para el lector. 

A pesar de algunos giros algo inverosímiles hacia el final del libro, Dario Ferrari nos ofrece una novela estupenda, con un protagonista que avanza y cambia conforme va conociendo una época que le era casi desconocida y que nos ofrece un retrato profundo de dos Italias aparentemente alejadas, la universitaria contemporánea y la militante de los años setenta, que acabarán confluyendo.


martes, 1 de abril de 2025

Iba yo a ninguna parte - Rubén Bleda



Retrato del artista emergente. Sobre Iba yo a ninguna parte de Rubén Bleda. 


    Pocos títulos como este Iba yo a ninguna parte definen mejor el contenido del libro del que son pórtico y definición, paratexto e interlocutor. En esta sucinta y (aparentemente) extraña oración tenemos ya algunas de las claves de la lectura de este primer libro del murciano Rubén Bleda. En primer lugar, el verbo en pasado se corresponde con el espíritu del libro: retratar un lapso en la vida del autor. Los cuarenta y cuatro textos breves (entre el párrafo y las tres páginas) que se incluyen en el volumen fueron escritos durante la treintena del autor, tal y como explica en el prólogo. Su vida entonces, varada entre la juventud ya acabada y la adultez aún no establecida, si asociamos esta a un trabajo fijo, una familia y una descendencia, se mueve durante esta década entre trabajos precarios, salidas nocturnas y muchas indecisiones sobre el futuro.

    El pronombre personal del título no ofrece dudas sobre el componente autobiográfico del libro. El autor se coloca a través de esta primera persona en el imafronte de un volumen en el que encontraremos recuerdos de la infancia perdida, brindis (metafóricos y reales) con amigos y situaciones laborales desconcertantes. Son estos textos en los que relata las curiosas situaciones que vive cobrando el seguro de decesos (“el de los muertos”) las partes más humorísticas y costumbristas de un libro más bien analítico y reflexivo, en el que importa más el pensamiento que la acción, la mirada que el suceso. Lo interesante, por lo tanto, no es lo que le ocurre, acontecimientos casi todos ellos entre lo cotidiano y lo anodino, sino la perspicaz mirada que halla luz en los escasos intersticios de la compacta realidad.

    El “a ninguna parte” con el que el paratexto concluye adelanta al lector otra de las claves del libro, en este caso, desde el punto de vista del estilo. La prosa de Bleda se adentra a menudo en terrenos poéticos, dejando a un lado tramas y personajes para envolver las reflexiones que son la columna vertebral de los textos con un estilo que sin ser lírico sí que posee un gusto por la metáfora y por el juego de palabras. Ese “ir a ninguna parte” puede ser leído como una paradoja, aunque yo lo entiendo como una metáfora tal y como expondré después, que adelanta los numerosos tropos que encontramos a lo largo del libro. Así, el propio lenguaje se convierte en protagonista y se discurre sobre las similitudes fónicas entre las palabras “muerte”, “suerte” y “fuerte”, se reflexiona sobre por qué “nos arrojan al mundo” o se nos ofrecen imágenes tan llamativas como una “penumbra de algas negras”. 

    El título, en su conjunto, se puede entender de manera literal y metafórica. Muchos de los textos están protagonizados por un paseante, un flaneur en la propia ciudad del autor, o en Tánger, o, incluso, en la propia casa, de la que es difícil salir un lunes por la mañana. Son escritos del que no ha ido a ninguna parte pero el que ha llegado a un lugar diferente del que salió, aunque sea este el mismo espacio inicial. Como metáfora lo leo como interpretación de ese momento vital al que antes he aludido, el de un treintañero que zozobra en la indefinición del que no parece tener un rumbo claro pero que se mantiene firme asido a su mirada sobre la realidad y al apoyo de un puñado de amigos y de la literatura (hay referencias a Huidobro, Byron o a Goethe). 

    Se configura así este Iba yo a ninguna parte como el retrato de un escritor que da aquí sus primeros pasos firmes en la literatura, con textos pulidos y brillantes como cristales enterrados en la arena, y que seguro que nos ofrecerá nuevos libros en el futuro.