domingo, 16 de junio de 2024

Ulises: instrucciones de uso

 Supongo que serán conscientes de que existen en nuestra sociedad personas que de manera voluntaria realizan carreras en las que recorren a pie decenas de kilómetros. Algunos, incluso, las combinan con largas distancias a nado y a bicicleta, en esos monumentos al masoquismo que se denominan “triatlones”. Para mí, que apenas logro trotar diez mil metros y ya me parece una hazaña, es difícil entender qué puede llevar a una persona a someterse a un entrenamiento tan duro para lograr tal reto. Sin embargo, respeto y admiro su dedicación a este sufrimiento físico porque, en cierta manera, como lector me acabo de entregar a una actividad también muy exigente y que no pocas personas considerarán una locura cuando no una estupidez: leer el ‘Ulises’ de James Joyce. A pesar de las evidentes diferencias, existen, creo, paralelismos entre el reto físico del triatlón y el intelectual de leer este clásico de la literatura; ambos requieren entrenamiento previo y altas dosis de resistencia para afrontar sus dificultades y su extensión. 

Leer el ‘Ulises’ tiene, no voy a negarlo, algo de esnobismo: haberlo terminado proporcionará aparentemente prestigio entre el resto de lectores y una supuesta aura de iniciado en el mundo de la gran literatura. Por supuesto, recomiendo a todo aquel que tenga como único objetivo adquirir este pretendido prestigio que abandone su empeño ya que no merece la pena afrontar una lectura tan exigente con esa única finalidad. Además, seamos sinceros, a estas alturas la literatura es cada vez menos prestigiosa y a muy pocas personas les importan los libros que se lee el prójimo. Por eso, recomiendo otras formas menos complicadas y más efectivas de adquirir prestigio social como, por ejemplo, preparar un triatlón. 

Pero, ¿por qué es tan complicado el ‘Ulises’ de Joyce? La primera razón salta a la vista: su extensión. El lector se enfrenta a un libro que, aunque depende de la edición, suele ocupar en torno a las novecientas páginas de letra pequeña y apretada. En una época marcada por la inmediatez, el “scroll” continuo y los cantos de sirenas de las pantallas, dedicar las horas necesarias a leer un mamotreto de este tamaño parece una misión imposible. También es cierto que aún siguen triunfando “bestsellers” que superan el medio millar de páginas y que son consumidos con avidez por lectores que los devoran sin problemas, especialmente en periodos vacacionales. Por ello, creo que aun siendo una dificultad, la extensión no es el mayor óbice para enfrentarse al ‘Ulises’. 

Mayor enjundia presenta el problema del argumento. La nuestra es una sociedad basado en los relatos, ya sean en forma de serie, película, libro o mitin político; nos encanta que nos cuenten historias. Pero agradecemos que sus tramas tengan un arco narrativo claro, como el que suelen poseer las novelas más vendidas en la actualidad. Joyce optó por otorgar un lugar secundario al argumento en su obra, que si bien cuenta una historia, esta no está, ni mucho menos, entre sus principales virtudes. De hecho, la trama del ‘Ulises’ se puede resumir en unas líneas: Leopold Bloom, dublinés de origen judío, deambula durante todo un día por su ciudad y se acaba ocupando del joven Stephen Dedalus, el hijo de un amigo, al que cuida como si fuera su propio vástago. ¿Novecientas páginas sobre esto? Por supuesto existen tramas secundarias, como el adulterio de Molly, la mujer de Bloom, o las veleidades literarias de Dedalus, pero, este es el eje principal de la trama. 

Mucha mayor relevancia para entender la dimensión de clásico que ha adquirido el libro poseen las técnicas narrativas que usa Joyce. El libro es un verdadero catálogo de las posibilidades que posee un autor a la hora de contar una historia y que no se reducen al sempiterno narrador omnisciente. Por eso se trata de un libro especialmente atrayente para escritores o especialistas en literatura, porque a lo largo de sus dieciocho capítulos se van alternando el monólogo interior, la narración objetiva, los diálogos, el uso de titulares a imitación de los periódicos, el empleo de preguntas y respuestas a modo de catecismo, la imitación de estilos de distintas épocas de la literatura inglesa, la fórmula dramática con acotaciones y un largo etcétera. De entre todas ellas destaca el llamado flujo de conciencia, con el que se pretende imitar la manera en la que actúa el pensamiento humano, lo cual se traduce en frases inconexas sin puntuación y que no se atienen a las normas sintácticas. 

La complejidad de la prosa de Joyce, repleta de juegos de palabras, referencias culturales, históricas y de chistes privados, dificulta enormemente una lectura tradicional. Recomiendo, si se quiere seguir medianamente el hilo del argumento que a veces se convierte en mera divagación, dos consejos: leer los resúmenes de los argumentos que acompañan los capítulos en muchas ediciones (en mi caso, los del traductor José María Valverde) y, sobre todo, dejarse llevar. El ‘Ulises’ es una bomba en el corazón de la narratividad y pretender leerlo como un relato al uso nos aboca al fracaso; mucho más recomendable es abandonarse al fluir de su prosa cargada de lirismo, surrealismo o, directamente, carente de lógica. 

Por último, y aunque no es totalmente necesario, recomiendo conocer un poco el contexto de publicación del libro y la vida de James Joyce ya que en la obra encontramos numerosas referencias autobiográficas y a los temas que le interesaban, como el nacionalismo irlandés, el cristianismo, el pueblo judío, Shakespeare o el sexo. Además, el ‘Ulises’ es un poema de amor de un dublinés autoexiliado a su ciudad, verdadera protagonista del libro. Hoy, 16 de junio, se celebra en la capital irlandesa el Bloomsday, en el que los lectores del libro recorren los mismos espacios por los que deambularon durante esta misma jornada de 1904 Stephen Dedalus y Leopold Bloom. Brindemos por ello con una pinta de Guinnes y un riñón casi quemado y leamos, en definitiva de eso se trata, este libro tan exigente y desmesurado como genial que es el ‘Ulises’.

Texto publicado en La Verdad.



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