Mamíferos que escriben, Manuel Moyano, Newcastle, 2018, 101 págs., 8€.
Se pregunta
Manuel Moyano al final de este libro si la literatura nos aísla del mundo o nos
hace vivir la realidad de manera más intensa. Señala, además, que se trata de
una enfermedad, de esas que se contraen en la infancia y que se convierten en
crónicas ya que no te abandonan durante el resto de tu vida. No sé si el hecho
de equipararla a una dolencia no es un tanto exagerado, pero sí es cierto que a
los que nos apasiona leer solemos desarrollar cierta obsesión por la palabra
impresa. Frente a aquellas personas que pueden subsistir sin libros a su
alrededor o que apenas se dejan enganchar cada cierto tiempo por el fenómeno
editorial de la temporada, los que leemos a diario formamos una religión
peculiar en la que cada devoto tiene a unos cuantos autores en su panteón
particular. Para estos pocos locos que veneran de manera obsesiva a los autores
que les han impactado está dirigido Mamíferos que escriben.
El autor, como
no podía ser de otra forma, se reconoce como parte de este tipo de lector para el
que no es suficiente cerrar el libro y guardarlo en los anaqueles de su
atiborrada biblioteca. Para Moyano, al igual que para tantos miles de
letraheridos, la lectura no termina con la palabra “fin” y desea ir más allá,
continuar en ese mundo de ficción en el que ha habitado durante días. Una de
las maneras más eficaces de evitar la orfandad que provoca la última página es
buscar información sobre el autor del texto, tratando de hallar en su biografía
o en sus palabras ecos de la obra que nos ha impactado. A algunos de nosotros,
Moyano se cuenta entre ellos, esta necesidad de conocer mejor el rastro que
dejaron los autores nos lleva a emprender viajes a los lugares en los que
vivieron en busca de no sabemos muy bien qué. Sin embargo, cuando estamos allí,
en la mesa en la que pergeñó los primeros proyectos de su obra maestra o en el
catre en el que expiró, nos sentimos más cerca de la concepción de ese libro
que tanto nos hizo disfrutar.
Moyano incluye
en su panteón personal a una docena de creadores y ofrece dos tipos de textos
breves sobre ellos: los biográficos y los geográficos. En los primeros realiza
un repaso de sus vidas, de sus obras o de alguna circunstancia poco conocida y
llamativa; en los segundos cuenta viajes que él realizó a los lugares donde los
autores vivieron. Aunque el narrador molinense (aunque nacido en Córdoba,
reside desde hace décadas en Molina de Segura) muestra gran habilidad en
resumir en unas pocas páginas las vivencias y las obras de creadores como Bioy
Casares, Paul Auster, Bob Dylan, Stanley Kubrick, Bukowski o Lovecraft,
mezclándolas siempre con su propia experiencia como lector, melómano o
cinéfilo, son, a mi juicio, los relatos de viajes los más interesantes.
Así, acompañamos a
Moyano mientras sigue las huellas de Cunqueiro en Mondoñedo, de Borges en
Ginebra, de García Lorca en Granada, de Dylan Thomas en Gales, de Kipling en
Sussex o lee los mensajes de los fans en la tumba de Cortázar en París. No es
extraño que este pequeño homenaje a sus autores favoritos que es Mamíferos
que escribe se cierre con un capítulo titulado “El viajero literario”, en
el que resume otros periplos que ha realizado movido por los mismos motivos y
en el que acaba reflexionando sobre esta enfermedad tan maravillosa que es la lectura.
Reseña publicada en El Noroeste: