Ordesa, Manuel Vilas, Alfaguara, 2018, 387 págs., 19€.
Se enfrenta Manuel Vilas en su último libro a una de las mayores paradojas que le pueden acaecer a un adulto: ser padre sin dejar de ser hijo. En nuestra infancia y juventud los roles parecen estar muy claros: nosotros somos los vástagos de dos personas con más experiencia en la vida que nos reñirán y guiarán para ir escribiendo nuestro camino. Las personas que, años después, se convierten en padres, también tienen, a priori, los roles claros e intentan repetir con sus hijos los aciertos y evitar los errores que sus progenitores tuvieron con ellos. Pero a menudo nos olvidamos de que un adulto también puede ser un hijo. De esto trata, entre otras muchas cosas, Ordesa, que arranca cuando el autor se queda huérfano pasados los cincuenta años.
Vilas relata en este libro a través de su propia experiencia la dolorosa huella que deja, también en una persona de cincuenta años, la desaparición de dos figuras fundamentales en nuestras existencias como son la de nuestro padre y nuestra madre.
Mediante la rememoración de episodios de distintas épocas de su vida, el autor nos va contando los altibajos que sufre su relación con sus padres a lo largo de los años. Desde la idolatría que siente por ellos en su infancia, al desapego de la juventud y ciertos desencuentros, especialmente con la madre, en la edad adulta. Con esa mira irónica tan propia de Vilas, asistimos al retrato de una familia bastante peculiar, incluyendo casos rayanos en la locura de varios de sus tíos. El autor relata escenas que supusieron hitos importantes en la historia familiar, pero también momentos más anecdóticos que vuelven a la memoria del narrador tras el fallecimiento primero del padre y después de la madre.
El Vilas huérfano que escribe Ordesa es un hombre sumido en una crisis personal provocada por alcoholismo, su divorcio y el abandono de su profesión de docente. Es un hombre que acaba de perder a su madre y que trata de salvar su relación con sus dos hijos adolescentes, en una situación que le pone en la piel de sus propios padres.
A partir del recuerdo de la vida de sus desaparecidos progenitores, aparece otro de los temas habituales en la narrativa de Vilas: España, título de uno de sus libros, por cierto. Describe, a partir de su experiencia personal, los anhelos y fracasos de las familias de clase media de los años sesenta y setenta y cómo ha cambiado el país desde que su padre, representante de productos textiles, recorriera las carreteras aragonesas y catalanas hasta sus propios viajes entre Zaragoza y Madrid. En la capital, Vilas asiste como invitado a una recepción del Rey a Luis Goytisolo, el premio Cervantes del año. Esta escena, contada con el sarcasmo propio de Vilas, simboliza de alguna manera un triunfo para una familia humilde como la suya.
Además de por la valentía al mostrar las intimidades familiares y personales, Ordesa destaca por su estilo. Manuel Vilas es, al fin y al cabo, uno de los mejores poetas del país, de hecho, en el epílogo se incluyen varios poemas de temática similar al libro, por lo que su manera de escribir no es la de un narrador al uso. Además de por sus metáforas y el empleo de frases sentenciosas cercanas al aforismo, la prosa del autor de Barbastro destaca por un ritmo muy peculiar determinado por las enumeraciones y la frecuente concatenación de oraciones breves.