Diario de Luxemburgo, Juan Antonio Franco López, Creaciones Luxemburgo, 2020, 172 págs., 15€.
Existe una palabra que en los últimos años se ha puesto de moda al hablar de psicología: empatía. Se trata de un sentimiento del que carece gran parte de la población española con respecto a los inmigrantes; por mucho que nos solidaricemos con su situación, es difícil ponernos en su lugar, porque no hemos sufrido esta experiencia tan brutal. Incluso los españoles que tuvieron que emigrar durante la reciente crisis económica lo hicieron con unas condiciones, afortunadamente, mucho mejores que los que cruzan el Estrecho.
Para cultivar esta empatía hacia el otro, hacia el inmigrante, especialmente entre los más jóvenes, es fundamental que aparezcan libros como este Diario de Luxemburgo de Juan Antonio Franco López. Se trata de un testimonio de primera mano de una época no demasiado lejana, apenas un par de generaciones de la actual juventud, de cuando Europa recibía mano de obra barata proveniente de nuestro país. Años en los que muchos españoles huían de la pobreza y, a veces también, de la Dictadura, para prosperar igual que hoy lo intentan los sudamericanos, africanos o ciudadanos del este de Europa que eligen nuestro país como destino.
El libro recoge el diario que escribió un emigrante español, Antonio, durante los meses que pasó trabajando en Luxemburgo en 1964. El responsable de la edición es su nieto, Juan Antonio, que recibió poco antes de que su abuelo muriera el texto original que Antonio había guardado durante décadas. Dos generaciones distintas unidas por la necesidad de contar una historia que no sólo definió a su familia, sino a una parte importante de la población española de los años 60.
Antonio va contando de manera sencilla y franca las experiencias que vive desde que parte de la murciana estación del Carmen hasta que el diario se interrumpe seis meses después. Tras el extenuante viaje repleto de incomodidades, cambios de trenes, dificultades para entenderse con los franceses y el frío del invierno europeo, el protagonista y sus amigos, Paco, Macareno, Perico y el Tremendo, arriban por fin a Luxemburgo, donde con la ayuda de otros españoles encuentran alojamiento y trabajo.
A partir de ahí se suceden los días de extenuante faena abriendo zanjas, preparando canales o moviendo ladrillos. Antonio debe aguantar el trato vejatorio de los jefes, que desconfían de esos desharrapados del sur que son para él los peones españoles, y unas condiciones que hoy nos indignarían y que provocan que los accidentes laborales sean frecuentes. Pero lo peor, tal y como refleja el autor del diario en las páginas más íntimas, son los periodos de descanso en los que el recuerdo de la familia y el poco dinero que logra ahorrar provocan sus lágrimas.
Sin embargo, también se ofrece en Diario de Luxemburgo la perspectiva más positiva de la vida del emigrante. Destacan entre ellas las juergas con Walter, un trabajador alemán que hace buenas migas con Antonio, la fascinación por el paisaje centroeuropeo, el compañerismo entre los emigrantes o la sorpresa por las modernas costumbres de las mujeres luxemburguesas.
Estamos ante un libro que más que por sus méritos literarios debo recomendar por sus valores sociales y por ser un testimonio de primera mano de una parte reciente de nuestra historia, una época en la que el español era el otro.
Reseña publicada en El Noroeste:
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