No entres dócilmente en esa noche quieta, Ricardo Menéndez Salmón, Seix Barral, 2020, 190 págs., 18€.
La relación entre un padre y un hijo es un tema recurrente en la literatura por su fuerte carga simbólica. Desde las amargas Cartas al padre de Kafka al abnegado progenitor de La carretera de Cormac McCarthy, son muchas las relaciones paterno-filiales que encontramos en libros tanto autobiográficos como de ficción. Dentro del primer grupo se integra este No entres dócilmente en esa noche quieta, el nuevo libro del novelista Ricardo Menéndez Salmón, que ofrece un retrato de los últimos treinta años de la vida de su padre, marcados por la enfermedad.
El autor asturiano se enfrenta, tras el fallecimiento del enfermo crónico que fue durante sus últimas décadas su progenitor, a los entresijos de la relación que ambos mantuvieron desde que en 1982 sufrió un grave problema cardiaco. Menéndez Salmón echa la vista atrás y se da cuenta de que su memoria ha borrado la época en la que su padre era un hombre sano, reduciéndolo para siempre a ese doliente en el que se convirtió y cuya enfermedad, o “su solemne interregno” (23), marcó para siempre a su familia. El libro es, ante todo, el retrato de un matrimonio y de su hijo único abrasados para siempre por el golpe indeleble de la dolencia.
El padre es, en principio, el protagonista del libro; sin embargo, es un sujeto paciente de los sentimientos que provoca su relación con la enfermedad y con la familia en su hijo. El autor utiliza la literatura para llenar los huecos de todas esas conversaciones no mantenidas, algo habitual en todas las familias, e intentar conocer mejor cómo afrontó sus últimos treinta años su padre. Este se presenta como un hombre inescrutable, disminuido física y moralmente por las operaciones y el alcoholismo que sufre durante una etapa de su vida y que sólo logra mitigar su sufrimiento con su meticuloso coleccionismo. El final de su vida, tras el avance de la enfermedad que va demediando su cuerpo y su resistencia, se presenta como un descanso a tanto sufrimiento.
La madre es un personaje que tiene una presencia escasa en el libro, pero un peso sustancial en el débil equilibrio familiar. Presentada como la esposa abnegada que supedita la mitad de su vida al cuidado del marido enfermo, el autor no profundiza demasiado en su figura, quizás para que la atención del lector se centre en el padre. Sin embargo, su estoicismo y su recuerdo emocionado en la despedida del cónyuge y su incredulidad ante su propia enfermedad final, aparecen como hitos esenciales en la historia.
El triángulo se cierra con el hijo, que indaga en la historia de su padre para comprenderse mejor y analizar con la perspectiva del tiempo y el de una historia ya finalizada, tras la muerte del padre, el peso de la enfermedad y del opresivo ambiente que vivió durante su adolescencia en su existencia posterior. Evita Menéndez Salmón realizar un juicio moral al padre y prefiere trazar su historia aprovechando su oficio de escritor. El autor reflexiona sobre la imposibilidad ontológica de la literatura para poner negro sobre blanco todos los objetivos que el autor tiene en su mente. El libro se construye, además, como una constelación de citas literarias, como si el narrador asturiano necesitara de las palabras de otros, comenzando por el verso de Dylan Thomas que da título al volumen, para hablar de un tema tan íntimo.
No entres dócilmente en esa noche quieta es un libro de una gran belleza que trata de manera cruda un asunto tan doloroso y con el que Menéndez Salmón trata de arrojar algo de luz sobre los rincones más oscuros de su historia familiar.
Reseña publicada en El Noroeste:
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