domingo, 15 de diciembre de 2019

La isla de los conejos - Elvira Navarro



La isla de los conejos, Elvira Navarro, Random House, 2019, 160 págs., 18€.

Los once relatos que componen este interesante y heterodoxo libro que es La isla de los conejos, alejados casi siempre de las estructuras narrativas clásicas, están protagonizados por personajes que podemos definir como liminares. Los protagonistas de los once relatos parecen estar siempre a punto de romper con algo, como si cargaran con un peso que se ha convertido en insoportable y que les ha llevado a ese límite al que en el momento de la narración han llegado.

Son varios los casos en los que los personajes principales parecen abocados a precipitarse a una locura a la que van incorporándose con la tranquilidad y la inconsciencia con la que entramos al mar en una noche oscura. Este sería el caso de la  protagonista de “Memorial”, que recibe una invitación en Facebook de un perfil que parece ser el de su madre recién muerta, del inventor de “La isla de los conejos”, que realiza un macabro experimento zoológico en una isla del Guadalquivir, o de la cocinera de “La habitación de arriba”, que comienza a tener los sueños de otras personas. En todos estos casos la demencia aparece de manera gradual y no queda nunca clara; incluso cuando lo hace de manera directa, el hermano mayor del narrador de “Notas para una arquitectura del infierno” ingresado en un manicomio, las dudas sobre su locura acaban también saliendo a la luz.

Otro tipo de ruptura a la que se enfrentan varios de los personajes de La isla de los conejos es la sentimental. Los protagonistas de relatos como “Las cartas de Gerardo”, “Encía” o “París Périphérie” se encuentran abocados al límite de una relación que, precisamente, se desarrolla también en un borde diferente: el geográfico. Estos tres relatos se desarrollan en espacios que podemos definir como periféricos: un albergue a las afueras de Talavera, la isla de Lanzarote (alejada de Madrid, donde viven los protagonistas) y una carretera que bordea París, respectivamente. No son los únicos lugares “excéntricos” que hallamos en el libro, en el que también son muy importantes el peligroso barrio de “Regresión”, el descampado donde finaliza “La habitación de arriba” o la fluvial “La isla de los conejos”. Este gusto de Navarro por los lujares alejado del centro que se observa en el libro se puede relacionar con las entradas de su blog “Madrid es periferia”.

Este sentimiento de incomodidad, tanto por lo desquiciado de muchos de sus personajes como por la ausencia de cierres, que el libro provoca en el lector se acrecienta con cierta tendencia a lo abyecto. En el breve “Estricnina” a la protagonista le crece algo parecido a una extremidad en la oreja; en “Encías” la piel que hay junto al diente adquiere la apariencia del caparazón de un insecto; en “Myotragus” asistimos a violaciones de muchachas por parte de un decadente noble y su criado.

Tras la celebrada novela La trabajadora (2014) y la peculiar (“cercana al falso documental con tintes de autoficción” en palabras de Laura Ferrero) Los últimos días de Adelaida García Morales (2016), Elvira Navarro se establece con La isla de los conejos como una de las narradoras más interesantes de la actualidad. El volumen se puede relacionar con Mala letra (2015) de Sara Mesa, autora con la que Navarro comparte tanto generación como origen andaluz así como un estilo sobrio y directo. 

Reseña publicada en El Noroeste:


martes, 26 de noviembre de 2019

Caballo sea la noche - Alejandro Morellón


Caballo sea la noche, Alejandro Morellón, Candaya, 2019, 13€, 90 págs.

Podemos establecer varios puntos de conexión entre Caballo sea la noche, el nuevo libro de Alejandro Morellón, y Nefando (2016), la penúltima novela de la ecuatoriana Mónica Ojeda. A argumentos extratextuales aunque, opino, que no extraliterarios como su publicación en la misma editorial (la siempre interesante Candaya) y la relación personal que une a ambos, Ojeda encabeza los agradecimientos del libro, se une el tema tratado. Al igual que sucediera en Nefando, Morellón nos presenta en su novela una historia densa, dura por lo sucedido entre sus protagonistas, aunque optando siempre por un relato elíptico, quizás demasiado en algunos fragmentos, para evitar caer en lo morboso.


Si difícil es el tema que desarrolla el libro, que no explicaremos para no estropear su lectura, no lo es menos su forma. Caballo sea la noche se estructura en cinco largos monólogos interiores de dos de los protagonistas del libro que ocupan de manera íntegra cada uno de los cinco capítulos. Las palabras de los personajes, las de Alan en tres ocasiones y las de Rosa, su madre, en las otras dos, se reproducen sin puntos, más allá del final con el que termina cada capítulo, por lo que estamos ante flujos de pensamientos de los protagonistas que ocupan varias páginas seguidas. A la dificultad de este tipo de texto se le une, en el caso de los monólogos de Alan, una prosa con un fuerte componente lírico y la presencia del mundo onírico, en el que se desarrolla parte del primer capítulo.

Estos rasgos del libro pueden disuadir a algún lector, que quizás sienta en las primeras páginas que avanza a ciegas en una historia de la que sólo se le dan unas pocas pinceladas que parecen provenir de un sueño. Sin embargo, el relato comienza poco a poco a adquirir claridad y, especialmente en los dos monólogos de Rosa, acabamos por conocer esa triste historia familiar que el libro nos propone. El lector, entonces, acompaña a Alan en su proceso de asimilar lo ocurrido, “sentir la herida y luego ponerle nombre a esa herida” (62) en palabras de Rosa, algo para lo que se valdrá de una carta de Marcelo, el padre. Alan, encerrado en su habitación y aislado casi de su madre que permanece todo el día en el sofá del salón, va recordando lo que ocurrió con su progenitor y con Óscar, su hermano. Se produce así un descenso a los infiernos familiares por parte del protagonista que reconoce esa necesidad de enfrentar los hechos cuando señala “al tomar conciencia del fracaso había descubierto el terror” (62).

Todo el libro se desarrolla en la casa que comparten Alan y Rosa, convertida en un espacio opresivo para los dos miembros supervivientes de la familia. Allí, madre e hijo viven acuciados por lo acontecido en el pasado y soportando una tensión que acabará con uno de los dos abandonando la casa. Ante tal situación Alan se refugia en el sueño, durmiendo durante horas en su habitación, mientras que Rosa se aferra a un viejo álbum de fotos. En sus páginas halla un recuerdo palpable de los momentos felices vividos por la familia, la época en la que la unión de los cuatro nombres (Marcelo, Óscar, Rosa, Alan) simbolizaba la de padres e hijos antes de que esa armonía saltara por los aires.



domingo, 3 de noviembre de 2019

El boxeador polaco - Eduardo Halfon



El boxeador polaco, Eduardo Halfon, Libros del 
Asteroide, 2019, 194 pags., 18€.

El judaísmo es el tema que recorre la mayoría de los libros de Eduardo Halfon. Su relación con su familia, sus visitas a Israel o lo sufrido por sus antepasados durante el Holocausto han ocupado muchas de las páginas publicadas por el escritor guatemalteco en los últimos años. Por ello puede sorprender al lector el hecho de que gran parte de El boxeador polaco, su libro de 2008 reeditado ahora en un volumen que incluye también La pirueta (2010), esté protagonizado por la etnia gitana.
Sin embargo, esta sorpresa inicial ante el hecho de que Halfon abandone las habituales reflexiones sobre el pueblo hebreo, se esfuman pronto al encontrar bastantes similitudes entre este y el gitano. Ambas culturas se han caracterizado desde hace siglos por mantener sus costumbres, tradiciones e incluso su propia lengua en el corazón de Europa. También coinciden en el rechazo que han sufrido en muchos países, llegando a ser perseguidos en épocas como la Segunda Guerra Mundial, en la cual gitanos y judíos compartieron destino en los campos de concentración nazi. Así pues, podemos leer las historias de gitanos que se reproducen a lo largo de El boxeador polaco como una forma de reconocer a su propio pueblo en la experiencia de otro, del que le separan muchas cosas, el carecer de una religión propia es la más evidente, pero en la que se reconocen en no pocos avatares.
El detonante de este interés es el encuentro en un festival musical celebrado en Antigua Guatemala de un misterioso pianista llamado Milan Rakic, de origen serbio por parte de madre y gitano por su padre. La conexión entre el narrador y el músico es instantánea y, a pesar de que apenas comparten un par de ratos antes y después del concierto del pianista, su historia y su pasión por la música fascinan a Halfon. Esta atracción hacia Rakic se acrecienta con las postales que, desde diferentes partes del mundo, va recibiendo y en las cuales el pianista le va relatando pequeñas historias sobre el pueblo gitano. Cuando la correspondencia cesa, el narrador decide viajar hasta Belgrado para tratar de reencontrarse con el músico. Allí, sufre toda serie de peripecias provocadas por lo esquivo del personaje, por los pocos datos que Halfon tiene para realizar su búsqueda y por su desconocimiento de los usos y costumbres de los gitanos a los que acude en busca de ayuda para hallar a Rakic.
Además de esta historia, la principal del libro por su peso en el conjunto, el libro incluye otros textos de diferente temática. En “Lejano” Halfon relata su experiencia como profesor de Literatura y su relación con Juan Kalel, un estudiante que destaca en la apatía de la clase. “Twaineando” narra un encuentro de especialistas sobre Mark Twain en Estados Unidos en el que el narrador se siente siempre fuera de lugar. El judaísmo vuelve a cobrar importancia en “Fumata blanca”, sobre su encuentro con una chica israelí en un bar guatemalteco, y, especialmente, en “El boxeador polaco”, donde relata el momento en el que su abuelo le cuenta cómo sobrevivió en Auschwitz.
En El boxeador polaco tenemos el inicio del proyecto narrativo que el escritor guatemalteco ha desarrollado durante la última década y que está protagonizado por “ese otro Edurado Halfon”, tal y como el autor define en el prólogo de esta edición al álter ego que protagoniza sus relatos. Encontramos ya esas obsesiones sobre la identidad, la literatura, el pasado y ese estilo plagado de asombrosas metáforas (“sus manos me parecieron […] dos tarántulas hinchadas y tristes”) que convierten a este narrador en uno de los más interesantes de la literatura en español actual.  
Reseña publicada en El Noroeste.


viernes, 11 de octubre de 2019

Una vida retirada - Antonio Fernández Jiménez



Una vida retirada. Inazares, de camino hacia el cielo, Antonio Fernández Jiménez, Círculo Rojo, 2019, 220 págs., 14€.

         Existe un tema que, en los últimos años, ha ocupado numerosas páginas en diarios y revistas españolas: la despoblación de grandes zonas rurales de nuestro país. La llamada España vacía (o vaciada) se ha erigido, además, en la protagonista de varios libros que se han ocupado de las causas y las consecuencias de que algunas comarcas de provincias españolas como Soria, Cuenca o Teruel hayan visto descender su número de habitantes drásticamente en las últimas décadas. A volúmenes de la trascendencia de La España vacía (2016) de Sergio del Molino, se suma ahora este Una vida retirada del periodista bullense Antonio Fernández Jiménez.
         Este libro parte de una paradoja: una de las provincias con una población más joven y con una tasa de natalidad más alta del país como es Murcia posee algunas zonas en las que cada vez habita menos gente. En concreto, Fernández Jiménez elige como protagonista al pueblo de Inazares, una pequeña localidad perteneciente al municipio de Moratalla que cumple todos los requisitos para pertenecer a esa España que se ha ido vaciando en las últimas décadas. Este pueblo murciano, ubicado a más de mil metros de altura, ha visto su población decrecer desde varios centenares a las pocas decenas, ancianos y adultos todos ellos, que hoy pueblan sus escasas calles.
         Fernández Jiménez, en la mejor estirpe del periodismo literario, describe con precisión los paisajes que rodean este paraje del Noroeste murciano, empleando una riqueza léxica en los colores, en los aperos de labranza o en la fauna y en la flora del lugar que imprime a su prosa una gran plasticidad. El autor visita Inazares en varias ocasiones durante todo un año, mostrando en cada uno de sus capítulos cómo el paso del tiempo influye tanto en el pueblo y sus alrededores (de la nieve invernal a las largas tardes de verano) como en sus habitantes (de la soledad del frío al bullicio de los turistas del estío).
         Al contrario que otros escritores que cultivan este tipo de crónica sobre la España vacía, Fernández Jiménez cede el protagonismo a los verdaderos actores de esa historia: los vecinos de Inazares. Especial peso en el libro tienen dos de los últimos habitantes que quedan en la población: el anciano y sabio Paco y el peculiar Julián. Además, y casi como si de una novela policiaca se tratara, al principio se adelanta la muerte de uno de los personajes cuyo nombre sólo sabremos casi al final de la obra. El autor observa y describe, pero, sobre todo, escucha y transmite las palabras de los locales y de personas vinculadas al pueblo (antiguos maestros, especialistas en geografía, periodistas) sobre la historia del lugar y las causas de su despoblamiento, otorgándole al libro una equilibrada mezcla entre erudición y sabiduría popular.
         Una vida retirada es una obra tranquila, reposada, de un autor que sabe palpar el ritmo de vida de los habitantes del pueblo, que comparte con ellos tardes en el bar y recuerdos de romerías y fiestas que ya no volverán. Al contrario de lo que pudiera parecer, el libro, preñado de nostalgia en muchas de sus páginas, deja un poso de optimismo, representado en el complejo rural que en los últimos años ha revitalizado el pueblo y que vuelve a llenar de niños y jóvenes, cada puente y cada verano, las vetustas calles de Inazares.

martes, 8 de octubre de 2019

Trabajos forzados - David Cano


Trabajos forzados, David Cano, Tres Fronteras, 2019, 190 págs., 14€.

La segunda parte de la veintena suele ser la época en la que muchos elegimos el camino que seguiremos en nuestras vidas durante las siguientes décadas. Los que han realizado estudios universitarios y los han estirado con algún máster o con una experiencia en el extranjero, encuentran, si tienen suerte, durante estos años el trabajo que supondrá el inicio de su vida profesional en el sector en el que continuarán, si tienen suerte, hasta su jubilación. Además, suele ser una edad en la que las parejas surgidas de la efervescencia juvenil se consolidan yéndose a vivir juntos o se separan por la presión de las obligaciones de la madurez. Quizás este esquema sea demasiado reduccionista, pero es el que muchos de nosotros vivimos y el que también sigue Marcos, el protagonista de la primera novela del murciano David Cano.
Y es que a sus veintiocho años, Marcos se debate entre continuar en su anodino empleo en una oficina, los “trabajos forzados” a los que alude con sarcasmo el título, o mandarlo todo a la mierda y dedicarse en cuerpo y alma a su verdadera vocación, escribir, antes de verse atrapado para siempre en ese sistema laboral que odia. Una noticia y una propuesta le obligan a encarar por fin la escritura de esa novela que le obsesiona mientras rellena informes de manera maquinal en el ordenador de su oficina.
La noticia es que su hermano mayor Ernesto tiene un complicado cáncer de páncreas; la propuesta viene, precisamente de él, que decide dedicar el tiempo que le quede a ayudar a Marcos a escribir esa novela. De esta forma, Ernesto, que tuvo una exitosa carrera como autor de libros de ciencia ficción antes de caer en el olvido de crítica y público, dedica las pocas fuerzas que la enfermedad va dejándole en aconsejar a su hermano y, lo que es más importante, a animarle a escribir.
`Trabajos forzados´ se convierte así para su protagonista en una carrera contra el reloj para lograr que su novela esté acabada mientras Ernesto pueda acompañarle en el proceso de su creación. Simultáneamente, Marcos se irá enfrentando a numerosos problemas laborales (siente que no puede dejar la empresa por la inseguridad de encontrarse sin trabajo cuando aún no tiene ni editor), amorosos (duda entre una nueva relación y volver con su ex) y familiares (con un padre desaparecido y una madre desequilibrada) que lo llevarán al límite.
Crea Cano un protagonista de gran hondura, con múltiples aristas y por el que el lector siente a veces ternura y otras veces rabia, pero que no deja indiferente. Marcos ejerce una fuerza centrífuga sobre el resto de personajes, que en ocasiones se desdibujan en comparación con el principal y que parecen estar al servicio de la configuración del protagonista. Este es un personaje redondo, que pasa por numerosos etapas a lo largo de la historia que van desde imprevisibles ataques de ira a hondas depresiones.
Nos ofrece David Cano una vibrante ópera prima, que pone en juego temas como la creación artística, los temores que produce la llegada a la vida adulta o las relaciones familiares en un libro con un gran nervio narrativo. 
Reseña publicada en Eldiario.es 

viernes, 4 de octubre de 2019

Ramona - Rosario Villajos


Ramona, Rosario Villajos, Mrs. Danvers, 2018, 220 págs., 18€.

         En una de las escenas más delirantes de Ramona, el libro en el que Rosario Villajos repasa la infancia de una niña en los ochenta y su juventud en los noventa, un joven gitano acuchilla a un hombre de su misma etnia porque este se ha metido con Camarón de la Isla, acusando al artista de San Fernando de ser una vergüenza para el flamenco. Una situación como esta, con el uso de drogas por parte del muchacho y la muerte del señor, podría ser tratado por algunos escritores desde la seriedad o la denuncia, pero Villajos opta por un tono cáustico que la lleva a concluir la escena describiendo cómo su padre, presente en la taberna donde se ha producido en el apuñalamiento, rompe la radio familiar al llegar a casa y les prohíbe a sus hijos escuchar flamenco.
         Esta mezcla entre hechos graves, abusos sexuales, maltrato, y un tono irónico, a veces rayano en lo sarcástico, está presente en varios de los textos que componen un libro en el que arroja una mirada nada complaciente, aunque con cierta nostalgia por la inocencia perdida, a la España de los ochenta. Ramona, la narradora, fue una niña despierta y con inclinaciones artísticas, que sobrevivió en un barrio obrero por el que pululan yonquis perdidos, vecinas cotillas, adolescentes lúbricos y pequeños sádicos que no dudan en tirarle una pinza de la ropa a un bebé desde la azotea del edificio. Es un microcosmos en el que todo el mundo conoce los problemas del vecino de escalera, el marido alcohólico, el que está en la cárcel, y las miserias que traspasan las paredes finas como papel de fumar.
         Villajos relata, con esa frescura que hace de Ramona un libro divertidísimo, algunos de los ritos iniciáticos que los niños de la época tenían que vivir: el primer día de clase tras vivir los primeros años pegados a las faldas de sus madres, la primera comunión, a cuyo convite Ramona no puede asistir porque su vestido avergüenza a su padre, o las primeras carrera en la bicicleta. El descacharrante retrato de su familia, que recuerda siempre entre la ternura y el desconsuelo, y de sus vecinos se completa con el de las compañeras de colegio, especialmente de su amada Alicia, y de las monjas que rigen la escuela con una crueldad rayana a veces en el sadismo.
         Aunque mezclados con los fragmentos de la infancia, los capítulos dedicados a la adolescencia y la juventud son bastante diferentes. En los primeros la narradora capta perfectamente la indefensión que se siente en esta época a la que Ramona trata de hacer frente con una actitud que la hace parecer borde a sus compañeros de clase. Así, los divertidos y a veces escatológicos episodios de la infancia dejan paso a situaciones más duras como las discusiones con las amigas o las primeras y nada placenteras relaciones con los chicos.
         Aunque la ironía se mantiene, los fragmentos dedicados a la juventud tienen en general un componente más amargo. Ramona se emancipa muy joven y vive episodios de una gran dureza como la relación con un chico mentiroso compulsivo o una depresión que la lleva a pensar en el suicidio. Sin embargo, la narradora acaba siempre aportando ese tono desenfadado que, junto a los dibujos que acompañan las páginas y cuya autora es la misma Villajos, son la marca del libro.    


sábado, 7 de septiembre de 2019

Vivir abajo - Gustavo Faverón Patriau




Vivir abajo, Gustavo Faverón Patriau, Candaya, 2019, 670 págs., 20€.

         Desde España a menudo cometemos el error de analizar otros continentes como América o África como un todo, como si, a pesar de su enorme tamaño y la multitud de estados que los componen nos pudiéramos acercar a ellos como si de un solo país se tratara. Esta perspectiva se emplea incluso para un territorio tan cercano cultural e históricamente al nuestro como es Latinoamérica. Tratamos de agrupar países tan distintos y distantes como Cuba o Chile para facilitar nuestros juicios apresurados. Sin embargo, y a pesar de sus obvias disimilitudes, existen entre estos países muchos elementos que los unen como son la lengua común o una Historia similar. Esta manera de entender los países americanos, en este caso sudamericanos, como una especie de constelación con estrechos vínculos, está en la base de Vivir abajo, la soberbia novela de Gustavo Faverón Patriau cuyos protagonistas se mueven por Argentina, Chile, Perú, Bolivia o Paraguay.
         En una novela tan extensa y ambiciosa como esta, en la que diversas tramas secundarias aparecen, desaparecen y reaparecen a lo largo de sus más de seiscientas páginas, es complicado hablar de una historia principal. A pesar de ello, podemos establecer que el relato central o vehicular, ya que los demás surgen a partir de él, nos cuenta la investigación que lleva a cabo el narrador de la primera y de la última parte, un fotógrafo y reportero peruano que acabará siendo profesor en Estados Unidos, de la vida de un extraño personaje, George Bennet, que conoció en su juventud en Lima. Como si de un “detective salvaje” se tratara, los ecos de la obra de Bolaño son patentes a lo largo de todo el libro, George deja su esquiva huella en varios países sudamericanos que recorre con dos objetivos: descubrir detalles de la vida de su padre, un agente de la CIA especializado en la tortura, y vengar a dos mujeres que sufrieron violaciones.
         Ambos deseos, la relación con el padre y la venganza, se convierten en sendos leit motivs de un libro en el que se recorren los escenarios del terror que recorrió gran parte de Sudamérica de los años setenta a los noventa. Así, George u otros personajes del libro son víctimas o testigos de las “desapariciones” de la dictadura Argentina, de las torturas de la chilena, de las cárceles secretas del régimen de Stroessner en Paraguay o de los atentados de Sendero Luminoso. También aparece un criminal de guerra nazi y la Yugoslavia de la Segunda Guerra Mundial, sin olvidar una violencia incluso más terrible que la política o la bélica: la doméstica.
         Pero en esta ambiciosa y envolvente novela, con un ritmo ágil conseguido gracias al uso de frases largas, repeticiones y juegos de palabras, no sólo aparece el tema de la violencia. Son múltiples las referencias literarias, citas de Shakespere, presencia de escritores reales o coincidencias entre el nombre de algunos personajes y el de literatos famosos, y las cinematográficas, tanto a películas conocidas, Fitzcarraldo, por ejemplo, como a las grabadas por el protagonista: George se dedica a grabar documentales que ayudarán al narrador a reconstruir su historia.
         Es difícil condensar en estas pocas líneas la alambicada y proteica estructura de Vivir abajo, una obra que se puede considerar como una heredera directa de Los detectives salvajes y que se erige como una de las mejores novelas escritas en español en la última década. Imprescindible.  



viernes, 2 de agosto de 2019

Los hombres de Rusia - Reinaldo Laddaga


Los hombres de Rusia, Reinaldo Laddaga, Jekyll & Jill, 2019, 270 págs., 18€.


         Es Florida uno de los territorios más peculiares de Estados Unidos. A su peculiar orografía, llena de lagos, manglares y cayos, se le une una mezcla poco común incluso para un país tan heterogéneo como en el que se encuentra. A los “rednecks” autóctonos, no olvidemos que estamos en el Sur, se les suma una poderosa población latina, muchos antillanos y  una gran cantidad de jubilados que se han mudado desde el norte para disfrutar de su benigno clima. Su protagonismo en el contexto nacional crece tanto en la época en la que los estudiantes invaden sus playas, durante el populoso Spring Break, como cuando se convierte en uno de los jueces de las elecciones presidenciales, por ser el estado péndulo por excelencia. En este lugar tan peculiar y a la vez tan paradigmático de las contradicciones norteamericanas es donde ubica Reinaldo Laddaga su no menos singular novela Los hombres de Rusia.

         Este autor argentino afincado en Nueva York relata, en la sección que podemos llamar “nuclear” del libro, la presencia en un zoológico abandonado del centro de Florida de un extraño grupo de hombres cuya definición oscilaría entre la de secta y la de banda de narcotraficantes. El hijo adolescente del guardián del hotel, también cerrado, que hay junto al zoo donde se han instalado “los hombres de Rusia” se erige como el narrador que nos cuenta el extraño comportamiento del grupo que trafica y consume drogas, encierra a mujeres en las jaulas que antes ocupaban los animales, y realiza misteriosas ceremonias que los emparenta con antiguos cultos como los de los koreshanos, secta que se estableció en el mismo territorio a finales del siglo XIX y de la que el Líder defiende ser el legítimo heredero.

         Esta historia central, el presente de la narración, no acaba de desarrollar, desde mi punto de vista, todo el potencial que podría haber tenido y Laddaga opta por dedicar gran parte del libro a narrar una doble genealogía. Por un lado, el propio narrador, cuyo pseudónimo es Aulus Gellius, cuenta la historia de sus antepasados por vía materna; su bisabuelo Giuseppe Antonio Borgese procedía de Italia, donde se relacionó en su juventud con el escritor y revolucionario protofascista Gabriele D’Annunzio, y que tras llegar a Estados Unidos se casó con Elisabeth, una de las hijas de Thomas Mann, la bisabuela del narrador. Por otro lado, tenemos la genealogía del Líder de Los Hombres de Rusia, figura espectral cuyos antepasados se identifican con los creadores del koreshanismo. Es esta sección la más interesante del libro y se suceden en ella las biografías de personajes de gran interés histórico, especialmente relacionados con la ultraderecha, como el citado D’Annunzio, en lo que se puede interpretar como un intento de comprender el resurgimiento actual de esta ideología.

         Otro acierto de Laddaga es mezclar realidad y ficción, utilizando la Historia (que no es otra cosa que un género narrativo más) con ductilidad para integrarla en su relato. Además del empleo del pasado como material para su novela, el autor argentino fomenta esa fantasía de verosimilitud con formas propias del ensayo como notas al pie de página, fotografías, referencias a otros escritores (son habituales las citas a libros de Michael Crichton) y el viejo tópico del manuscrito encontrado, actualizado aquí al formato digital.

Reseña publicada en El Noroeste:


domingo, 7 de julio de 2019

Sara y el tigre amnésico - Álex R. Bruce


Sara y el tigre amnésico, Álex R. Bruce, Boria, 2019, 232 págs., 15€.

Algunos escritores alcanzan algo tan extraño en la literatura como impactante: el éxito comercial. Cada año miles de autores en todo el mundo publican libros y sólo unos pocos dan con esa escondida llave que les abre la puerta del dinero y las cifras millonarias de lectores. Es lo que le sucedió, por ejemplo, a J. K. Rowling, una desconocida británica que pasó en poco tiempo del anonimato a la fama mundial gracias a los libros protagonizados por Harry Potter. Algo similar, aunque a menor escala que a Rowling, es lo que le ocurre a Sara, la protagonista de este libro de Álex R. Bruce en el que el éxito de una ópera prima es el punto de partida de la historia.

Y es que Sara es una maestra valenciana que escribe un relato infantil inspirado en su sobrino y que pese a su título poco llamativo, José Luis y la bombilla, ha tenido un gran éxito. A la autora, que se encuentra en una situación personal bastante triste debido a que ha sido abandonada por su pareja, los elogios que recibe por su libro le sorprenden y no terminan de hacerla feliz, ya que se siente como una impostora. El libro se inicia cuando Sara comienza un viaje por Oriente Medio para presentar en varias ferias y encuentros su libro en una zona muy diferente culturalmente pero donde su historia también ha triunfado.

Sin embargo, las reuniones de trabajo, los actos con lectores y las recepciones en lujosos hoteles no atraen a Sara, que se irá distanciando con el paso de los días de su editor árabe, Hasan, y de su propio libro, al que su imaginación no le ofrece una segunda parte que responda a las expectativas creadas. Se ponen en juego así las veleidades de la creación literaria y los entresijos de una industria que, a pesar de buscar lectores tan inocentes como son los niños, ejerce sobre sus autores la misma presión comercial que con los escritores de novelas para adultos.

Ese desinterés de la protagonista por el futuro de su carrera literaria provoca que la trama de Sara y el tigre amnésico convierta la gira por lujosas y exóticas ciudades situadas en el medio del desierto en un mero telón de fondo y ponga su foco en la situación sentimental de la escritora. Así, su relación con los traductores que la acompañarán en su periplo árabe, la enigmática Rasha y el cambiante Miguel, pasa pronto de lo profesional a lo personal. Se crea así un triángulo amoroso cuyos vértices se van acercando y alejando a la largo de toda la novela ofreciendo todas las opciones posibles.

Bruce acierta al dosificar la información que tanto el lector como la protagonista van teniendo de los hechos y de las intenciones del resto de personajes. Esto provoca que compartamos el continuo estado de sorpresa en el que vive Sara toda la gira debido tanto al errático comportamiento de Rasha y de Miguel, cuyas verdaderas intenciones nunca quedan claras, como de las extrañas situaciones que vive a lo largo del libro. Sara y el tigre amnésico es, en definitiva, un libro con múltiples giros argumentales en el que el erotismo y la fantasía tienen mucha importancia. 

Reseña publicada en El Noroeste. 


martes, 2 de julio de 2019

Cambiar de idea - Aixa de la Cruz




Cambiar de idea, Aixa de la Cruz, Caballo de Troya, 140 págs., 15€.

Las reivindicaciones feministas que se han intensificado en los últimos años tanto a nivel mundial, con el movimiento #MeToo por ejemplo, y nacional, como las protestas contra la sentencia del caso de La Manada, han influido en muchos campos de nuestra sociedad. La literatura, como es natural, no ha sido ajena a estas demandas tanto a nivel estructural, con el necesario cuestionamiento de la escasa presencia que la mujer ha tenido en el canon tradicionalmente, como puramente literario. Son varios los libros que se han publicado recientemente con esta temática desde diferentes ópticas que van desde la ficción, como El aliado de Iván Repila, libro al que luego volveremos, al testimonio, como este Cambiar de idea de Aixa de la Cruz.

En puridad, el feminismo se aborda de manera directa tan solo en la última de las secciones del libro, “Cambiar de idea”, que, además de darle nombre al conjunto, expone las circunstancias de su redacción. Tras casi treinta años en los que la autora había huido de etiquetas como la de “mujer” o “feminista”, el caso de la brutal agresión de cinco hombres a una chica en Pamplona, conocido como “La Manada”, supone una especie de epifanía para de la Cruz que se da cuenta de la necesidad de unirse a esa lucha que hasta entonces no había sentido como suya. Como primer paso decide, como escritora que es, elaborar un libro sobre su experiencia como mujer en una sociedad donde en ocasiones no es fácil serlo y revisitar aquellos episodios que ahora adquieren una resignificación.

El contexto de redacción de Cambiar de idea también es importante, como lo suele ser en todos los libros autobiográficos como este. De la Cruz acaba de leer su tesis doctoral y se encuentra ante ese vacío que se siente cuando acaba un proyecto al que le has dedicado tanto tiempo. Además, su pareja, el también escritor Iván Repila, comienza a redactar a la vez que ella, “espalda contra espalda”, su nuevo libro, El aliado, en el que el feminismo también tendrá mucha importancia.

Cambiar de idea es hijo de su tiempo, de un momento en el que muchas mujeres se han cuestionado no sólo la situación de su sexo en la sociedad, sino su actitud hacia el feminismo. Quizás se le pueda reprochar a de la Cruz cierta precipitación a la hora de publicar un libro autobiográfico cuando apenas tiene treinta años. Además, la idea defendida en la última sección posee una débil relación con lo desarrollado en los capítulos anteriores. Sin embargo, se debe reconocer la tremenda honestidad de la autora, que no duda en describir actuaciones de su pasado de las que, a menudo, no sale bien parada.

Durante los cinco primeros capítulos del libro, Aixa de la Cruz repasa algunos de los episodios más significativos de su vida desde una perspectiva nada autocomplaciente. Se cuestiona actuaciones del pasado como las relaciones con las mujeres en una etapa de su vida o la tardía respuesta a una amiga que ha sufrido un accidente. También narra episodios en los que ella fue la víctima de comportamientos machistas, con su exmarido o con un ligue de una noche, y su difícil relación con su padre biológico, al que apenas conoció. Lo hace siempre sin pelos en la lengua con una prosa directa que recuerda en ocasiones el estilo de algunos de los libros más personales de Marta Sanz.

sábado, 22 de junio de 2019

Las acacias del éxodo - Conchi Moya




Las acacias del éxodo, Conchi Moya, Sílex, 2019, 120 págs., 12€.


Pocos pueblos han sufrido más en el último medio siglo que el saharaui. Quizás los kurdos sean una de las pocas naciones que hayan vivido tanta represión como los habitantes de este país del norte de África. Tras el abandono español de la zona, Marruecos se apropió del Sáhara Occidental e inició una ocupación que dura hasta nuestros días. En las últimas cuatro décadas los esfuerzos diplomáticos y bélicos del pueblo saharui han sido estériles y hoy en día sus habitantes malviven en campos de refugiados, en el exilio o bajo la dominación marroquí. A pesar de ser un conflicto tan cercano geográfica y culturalmente, existe una importante literatura saharaui escrita en español, el Sáhara Occidental raramente ocupa titulares en la prensa de nuestro país, lo que provoca que el desconocimiento de la situación de este pueblo se sume al oprobio por el comportamiento de nuestros gobernantes.

Esta primera razón extraliteraria, ese abandono de una injusticia tan flagrante como olvidada, justifica ya de por sí la lectura de Las acacias del éxodo, ya que el libro de Conchi Moya es una manera estupenda de conocer de primera mano la historia, la cultura y los problemas de este pueblo. Y es que esta autora madrileña es una gran conocedora del país y de sus gentes, autora de otros libros sobre el tema, uno de ellos junto al activista saharaui Bahia Mahmud Awah. Pero, al contrario de volúmenes anteriores, Moya opta por la ficción para mostrar, de una manera tanto o más eficaz que en un ensayo, la realidad del Sáhara Occidental.

El libro está compuesto por veinticuatro relatos de diferente extensión que se alejan en su mayoría de la estructura narrativa más clásica. La autora opta por fragmentos de historias, por anécdotas o por semblanzas que buscan conformar un mosaico que acerque al lector español a la realidad saharaui. Aunque con un estilo cuidado, en  Las acacias del éxodo percibimos cierta tendencia a la oralidad, como si la escritora quisiera desaparecer y otorgarle el protagonismo a aquellas personas que le contaron las historias que ella reproduce. Moya acierta al evitar ese egocentrismo tan habitual del escritor contemporáneo y ofrecer al lector las peripecias de los saharauis desde su propia perspectiva y no desde esa perspectiva exótica tan propia del europeo.

Por supuesto, el hecho de que la autora sea española hace que el libro esté pensado para los lectores de nuestro país. Así, la presencia de personajes peninsulares es habitual en los relatos, desde los activistas que apoyan la causa saharaui, hasta los antiguos habitantes de la colonia, pasando por algún político real como Felipe González que no sale bien parado por su traición a la causa con la que se comprometió antes de ser presidente. Además, el libro es rico en referencias a la cultura, a las tradiciones y la lengua de este pueblo, que llevan a la autora a incluir medio centenar de notas a pie de página y un completo glosario.

En cuanto a la temática de los textos que integran Las acacias del éxodo, podemos citar el recuerdo (casi siempre positivo) de la época colonial, las batallas de la guerra contra los marroquíes y las penurias sufridas durante el exilio. Moya toma claramente partido a favor de la causa saharui y termina el amargo volumen con un canto a la esperanza a modo de relato sobre un futuro Sáhara independiente y próspero.

Reseña publicada en El Noroeste:


domingo, 9 de junio de 2019

8.38 - Luis Rodríguez




8.38, Luis Rodríguez, Candaya, 2019, 190 págs. 16€.


Un lector puede comenzar la lectura de un nuevo libro con distintos niveles de conocimiento del mismo. Lo que los teóricos conocen como “horizonte de expectativas” puede ir desde la absoluta ignorancia de la trama del libro y de la trayectoria del autor, hasta el conocimiento más profundo del creador y la lectura de reseñas que orienten la lectura. En mi caso, con el libro 8.38 mi horizonte de expectativas era bastante limitado y se circunscribía al titular de un artículo de Alberto Olmos con un título tan llamativo como sorprendente: “El escritor más moderno de España tiene 60 años y se llama Rodríguez” (El Confidencial, 29/03/2019). Tras leer el libro creo que la frase de Olmos es un tanto hiperbólica, no sé si “moderno” es el adjetivo que mejor define a Rodríguez, pero sí que entiendo su entusiasmo por un libro que dinamita varios de los pilares de la literatura contemporánea.

Dinamita, en primer lugar, la estructura clásica de la narrativa; deben evitar este libro aquellos que se sienten incómodos con las novelas cuyo desarrollo argumental no es lineal y unívoco. Sin embargo, y aunque es cierto que no es una de las opciones más fáciles para atraer al público actual, no considero que este rasgo sea por sí mismo “moderno”, ya que encontramos ejemplos de tramas difíciles de seguir en libros publicados hace ya bastantes décadas, v. gr. El ruido y la furia (1930) de William Faulkner.

Dinamita ese juego entre la identidad del autor y la del protagonista que está en la base de la autoficción, tendencia que comienza a perder en los últimos tiempos esa pátina de modernidad que ha venido teniendo desde comienzos de siglo aproximadamente. En 8.38 hay un Luis Rodríguez que es escritor pero cuya biografía tiene, aparentemente, pocas similitudes con la del creador del libro. No obstante, la presencia del escritor real que está tras la génesis de estas páginas es muy importante en ellas, aunque más en lo literario (se citan con frecuencia sus libros previos) que en lo meramente personal.

Dinamita también los límites de la novela, género en el que, gracias a su proverbial heterogeneidad, podríamos incluir 8.38. Y es que si bien tiene narradores, personajes variados y una trama, no fácilmente delimitable pero sí presente, el texto emplea una variedad discursiva que lo hace muy original. Por ejemplo, en un fragmento del libro que tiene la forma de obra de teatro, uno de los personajes abandona el escenario, momento en el que el texto se convierte en relato para contarnos su itinerario.

Dinamita, para terminar, incluso la referencialidad del título con respecto al texto. Aquí, el paratexto alude, según la contraportada, a la hora en la que murió Dostoievski y en la que está parado el reloj de su casa en San Petersburgo; pero, salvo la cita del autor ruso con la que concluye el libro, no he hallado la relación directa con el texto.

 Entonces, ¿qué queda en 8.38 tras tanta demolición? Pues, en primer lugar, un texto originalísimo de carácter eminentemente metaficcional y con numerosas referencias literarias que confluyen en la prolija dedicatoria del Rodríguez a sus autores predilectos. En cuanto al argumento, aunque no sea lo más relevante del libro, podemos señalar que la primera parte retrata la imposibilidad de un autor de escribir un libro sobre unos maquis y el guardia civil que quiere, la segunda se centra en el peculiar pueblo de Soyube y la tercera en un oficinista que lleva una triple vida. 

Reseña publicada en El Noroeste:


lunes, 27 de mayo de 2019

5 - Sergio Chejfec


5, Sergio Chejfec, Jekyl and Jyll, 180 págs., 20€.


La crítica literaria es un género parásito; sólo vive de otro texto anterior que comenta y del que depende tanto para su existencia como para su posible trascendencia, si consigue entablar un diálogo con ella. Sin embargo, en ocasiones, la labor del crítico no se limita a la mera invitación al lector a que conozca tal o cual libro o al comentario de sus rasgos fundamentales. Estoy pensando, por ejemplo, en la importancia que ha tenido Ignacio Echevarría en la publicación de algunos de los inéditos de Roberto Bolaño tras su muerte. Por supuesto que son casos extremos y que el mérito casi íntegro es del autor, pero es una muestra de que a veces ese parásito puede ayudar a vivir al ser del que se alimenta.

Sergio Chejfec plantea una nueva perspectiva de esta conflictiva pero necesaria relación entre la literatura y la crítica en 5, un libro formado por un relato (“Cinco”) y un comentario del mismo (“Nota”). El primer texto, sobre el que luego volveremos, fue publicado en 1996 fruto de una residencia artística en la ciudad francesa de Saint-Nazaire en el año anterior. “Nota” se presenta como una “explicación” (en palabras del propio autor) del relato original escrita veinte años después, pero deviene en una narración independiente que relata las circunstancias de aquella estancia. Chejfec parece concluir que esa explicación que estaba en su deseo inicial es inútil o imposible, optando por crear un texto nuevo que, si bien depende del primero, no ofrece esas respuestas que el lector podría esperar. De hecho, en un fragmento de “Nota”, el autor explicita ese desapego con el relato original con estas palabras: “de lo escrito entonces casi no guardo sentimientos” (pág. 144).

“Cinco” es una narración extraña, ambigua, en la que la trama no avanza de manera cronológica, sino que parece que vamos conociendo fragmentos de un texto previo a través de los comentarios del narrador. En lo relativo al argumento, podríamos citar la relación que establece el protagonista, una especie de vagabundo que camina sin descanso por las calles de una ciudad nueva para él, con Patricia, una panadera que le permite dormir en su tienda. Pero, como ya ocurría en otros relatos de Chejfec, ya estaba en Modo linterna (2014), el espacio posee un protagonismo incluso mayor que los personajes. El propio autor pondera en “Nota” la importancia que este posen: “en mi opinión (…) la organización física de la naturaleza, en cierto modo la geografía, era la verdadera aunque disimulada intención de la literatura” (pág. 153).

La ciudad portuaria y el personaje de Patricia vuelven a aparecer en “Nota”, que fracasa en su intento de explicar “Cinco” pero donde encontramos varias ideas de la poética, ya hemos reproducido un par de frases en párrafos anteriores, de este interesantísimo autor que es Sergio Chejfec. Si bien apenas tenemos referencias explícitas a la narración originaria, sí que se nos describe una situación muy parecida a la que vivió el autor en su concepción. Y es que en “Nota” encontramos a un escritor que es invitado a una ciudad por los responsables municipales y que debe “actuar” como se espera de él. Así, asistimos a sus paseos por la localidad con los responsables de la Residencia, a sus conversaciones con los habitantes de la localidad y a sus viajes en autobús hacia el extrarradio; todo ello con el fin de aprehender la esencia de la ciudad y hacerla protagonista del libro que escribirá, tal y como establece la invitación.

Reseña publicada en El Noroeste:


miércoles, 15 de mayo de 2019

Incidentes - Ary Malaver



Incidentes, Ary Malaver, Valparaíso, 2019, 102 págs., 15€.


Para muchos teóricos, la minificcion abarca todo texto literario de extrema brevedad. Esta definición incluiría a ensayos mínimos, teatro corto o micropoesía; sin embargo, en la práctica, el término acaba siendo un sinónimo de microrrelato y cuando hablamos de minificción solemos hacerlo de textos narrativos que no llegan a las dos páginas y que suelen  resolverse en unas pocas líneas. Creo que no hace un gran favor al género que los escritores más jóvenes sigan repitiendo un esquema que, si bien ha demostrado su versatilidad, puede acabar cansando al lector. Por eso se agradecen libros como este Incidentes de Ary Malaver en el que, partiendo de la premisa de la brevedad, y por lo tanto ubicándose dentro de la minificción, ofrece diversas variantes.

Y es que, si bien todos los textos de este breve libro se rigen por la concisión, salvo el titulado “puppa, papa” que se alarga hasta las cuatro páginas, apenas encontramos minicuentos en el sentido clásico del término ya que no siguen las pautas de maestros como Luis Mateo Díez o Ana María Shua, autora del prólogo de este Incidentes, por cierto. Malaver, escritor peruano afincado en Estados Unidos, es profesor universitario y especialista en minificción (como otros grandes cultivadores del género como David Lagmanovich o David Roas, por ejemplo) y conoce muy bien sus entresijos. De hecho, la publicación de este libro de ficción coincide con la de su ensayo sobre el microrrelato La brevedad como poética. Malaver parece optar por abrir nuevos caminos en la minificción y ofrecer un conjunto heterogéneo al lector.

Desde el punto de vista genérico, podemos agrupar los textos del libro en varios grupos bastante cohesionados entre sí que, sin embargo, se van mezclando a lo largo de las páginas otorgándole al libro esa variedad a la que antes aludíamos. En primer lugar encontramos una serie de textos que se acercan más al tipo canónico de microrrelato que todos conocemos, tienen personajes y una mínima trama, pero evitan ofrecer estructuras cerradas optando más por lo filosófico, como si de fábulas modernas se tratara. A esta sección pertenecerían, por ejemplo, “hallar, soltar” (todos los títulos están en minúscula), sobre las relaciones de pareja de una mujer, o “sueños de una camarera”, que recuerda al mundo onírico de Borges.

Otro grupo, más cohesionado que el anterior, propone la existencia de un supuesto cuaderno boliviano que el autor encontró en un autobús de este país. A lo largo de Incidentes se reproducen varios fragmentos de este manuscrito en un curioso juego metatextual. Pero como señalábamos antes, el volumen estira los límites de la minificción e incluye textos líricos, que destacan por su extrema brevedad. Esta sección poética del libro está compuesta casi íntegramente por haikus, ese tipo de poema de origen japonés que se centra en un detalle y que ocupa tres líneas. Destacan varias haikus dedicados a Ana, una monja androide. Incidentes se completa con poemas que juegan con la disposición gráfica en la página (caligramas), un relato donde lo importante es la fonética (“elevan helio segundo lores”) y fragmentos en inglés.

Como el laberinto circular que ilustra de portada parece sugerir, este libro busca sorprender al lector en cada nueva página, ofreciendo un volumen que en su eclecticismo tiene su principal virtud.