martes, 26 de noviembre de 2019

Caballo sea la noche - Alejandro Morellón


Caballo sea la noche, Alejandro Morellón, Candaya, 2019, 13€, 90 págs.

Podemos establecer varios puntos de conexión entre Caballo sea la noche, el nuevo libro de Alejandro Morellón, y Nefando (2016), la penúltima novela de la ecuatoriana Mónica Ojeda. A argumentos extratextuales aunque, opino, que no extraliterarios como su publicación en la misma editorial (la siempre interesante Candaya) y la relación personal que une a ambos, Ojeda encabeza los agradecimientos del libro, se une el tema tratado. Al igual que sucediera en Nefando, Morellón nos presenta en su novela una historia densa, dura por lo sucedido entre sus protagonistas, aunque optando siempre por un relato elíptico, quizás demasiado en algunos fragmentos, para evitar caer en lo morboso.


Si difícil es el tema que desarrolla el libro, que no explicaremos para no estropear su lectura, no lo es menos su forma. Caballo sea la noche se estructura en cinco largos monólogos interiores de dos de los protagonistas del libro que ocupan de manera íntegra cada uno de los cinco capítulos. Las palabras de los personajes, las de Alan en tres ocasiones y las de Rosa, su madre, en las otras dos, se reproducen sin puntos, más allá del final con el que termina cada capítulo, por lo que estamos ante flujos de pensamientos de los protagonistas que ocupan varias páginas seguidas. A la dificultad de este tipo de texto se le une, en el caso de los monólogos de Alan, una prosa con un fuerte componente lírico y la presencia del mundo onírico, en el que se desarrolla parte del primer capítulo.

Estos rasgos del libro pueden disuadir a algún lector, que quizás sienta en las primeras páginas que avanza a ciegas en una historia de la que sólo se le dan unas pocas pinceladas que parecen provenir de un sueño. Sin embargo, el relato comienza poco a poco a adquirir claridad y, especialmente en los dos monólogos de Rosa, acabamos por conocer esa triste historia familiar que el libro nos propone. El lector, entonces, acompaña a Alan en su proceso de asimilar lo ocurrido, “sentir la herida y luego ponerle nombre a esa herida” (62) en palabras de Rosa, algo para lo que se valdrá de una carta de Marcelo, el padre. Alan, encerrado en su habitación y aislado casi de su madre que permanece todo el día en el sofá del salón, va recordando lo que ocurrió con su progenitor y con Óscar, su hermano. Se produce así un descenso a los infiernos familiares por parte del protagonista que reconoce esa necesidad de enfrentar los hechos cuando señala “al tomar conciencia del fracaso había descubierto el terror” (62).

Todo el libro se desarrolla en la casa que comparten Alan y Rosa, convertida en un espacio opresivo para los dos miembros supervivientes de la familia. Allí, madre e hijo viven acuciados por lo acontecido en el pasado y soportando una tensión que acabará con uno de los dos abandonando la casa. Ante tal situación Alan se refugia en el sueño, durmiendo durante horas en su habitación, mientras que Rosa se aferra a un viejo álbum de fotos. En sus páginas halla un recuerdo palpable de los momentos felices vividos por la familia, la época en la que la unión de los cuatro nombres (Marcelo, Óscar, Rosa, Alan) simbolizaba la de padres e hijos antes de que esa armonía saltara por los aires.



domingo, 3 de noviembre de 2019

El boxeador polaco - Eduardo Halfon



El boxeador polaco, Eduardo Halfon, Libros del 
Asteroide, 2019, 194 pags., 18€.

El judaísmo es el tema que recorre la mayoría de los libros de Eduardo Halfon. Su relación con su familia, sus visitas a Israel o lo sufrido por sus antepasados durante el Holocausto han ocupado muchas de las páginas publicadas por el escritor guatemalteco en los últimos años. Por ello puede sorprender al lector el hecho de que gran parte de El boxeador polaco, su libro de 2008 reeditado ahora en un volumen que incluye también La pirueta (2010), esté protagonizado por la etnia gitana.
Sin embargo, esta sorpresa inicial ante el hecho de que Halfon abandone las habituales reflexiones sobre el pueblo hebreo, se esfuman pronto al encontrar bastantes similitudes entre este y el gitano. Ambas culturas se han caracterizado desde hace siglos por mantener sus costumbres, tradiciones e incluso su propia lengua en el corazón de Europa. También coinciden en el rechazo que han sufrido en muchos países, llegando a ser perseguidos en épocas como la Segunda Guerra Mundial, en la cual gitanos y judíos compartieron destino en los campos de concentración nazi. Así pues, podemos leer las historias de gitanos que se reproducen a lo largo de El boxeador polaco como una forma de reconocer a su propio pueblo en la experiencia de otro, del que le separan muchas cosas, el carecer de una religión propia es la más evidente, pero en la que se reconocen en no pocos avatares.
El detonante de este interés es el encuentro en un festival musical celebrado en Antigua Guatemala de un misterioso pianista llamado Milan Rakic, de origen serbio por parte de madre y gitano por su padre. La conexión entre el narrador y el músico es instantánea y, a pesar de que apenas comparten un par de ratos antes y después del concierto del pianista, su historia y su pasión por la música fascinan a Halfon. Esta atracción hacia Rakic se acrecienta con las postales que, desde diferentes partes del mundo, va recibiendo y en las cuales el pianista le va relatando pequeñas historias sobre el pueblo gitano. Cuando la correspondencia cesa, el narrador decide viajar hasta Belgrado para tratar de reencontrarse con el músico. Allí, sufre toda serie de peripecias provocadas por lo esquivo del personaje, por los pocos datos que Halfon tiene para realizar su búsqueda y por su desconocimiento de los usos y costumbres de los gitanos a los que acude en busca de ayuda para hallar a Rakic.
Además de esta historia, la principal del libro por su peso en el conjunto, el libro incluye otros textos de diferente temática. En “Lejano” Halfon relata su experiencia como profesor de Literatura y su relación con Juan Kalel, un estudiante que destaca en la apatía de la clase. “Twaineando” narra un encuentro de especialistas sobre Mark Twain en Estados Unidos en el que el narrador se siente siempre fuera de lugar. El judaísmo vuelve a cobrar importancia en “Fumata blanca”, sobre su encuentro con una chica israelí en un bar guatemalteco, y, especialmente, en “El boxeador polaco”, donde relata el momento en el que su abuelo le cuenta cómo sobrevivió en Auschwitz.
En El boxeador polaco tenemos el inicio del proyecto narrativo que el escritor guatemalteco ha desarrollado durante la última década y que está protagonizado por “ese otro Edurado Halfon”, tal y como el autor define en el prólogo de esta edición al álter ego que protagoniza sus relatos. Encontramos ya esas obsesiones sobre la identidad, la literatura, el pasado y ese estilo plagado de asombrosas metáforas (“sus manos me parecieron […] dos tarántulas hinchadas y tristes”) que convierten a este narrador en uno de los más interesantes de la literatura en español actual.  
Reseña publicada en El Noroeste.