Ramona, Rosario Villajos, Mrs. Danvers, 2018, 220 págs., 18€.
En una de las escenas más delirantes de Ramona, el libro en el que Rosario Villajos repasa la infancia de una niña en los ochenta y su juventud en los noventa, un joven gitano acuchilla a un hombre de su misma etnia porque este se ha metido con Camarón de la Isla, acusando al artista de San Fernando de ser una vergüenza para el flamenco. Una situación como esta, con el uso de drogas por parte del muchacho y la muerte del señor, podría ser tratado por algunos escritores desde la seriedad o la denuncia, pero Villajos opta por un tono cáustico que la lleva a concluir la escena describiendo cómo su padre, presente en la taberna donde se ha producido en el apuñalamiento, rompe la radio familiar al llegar a casa y les prohíbe a sus hijos escuchar flamenco.
Esta mezcla entre hechos graves, abusos sexuales, maltrato, y un tono irónico, a veces rayano en lo sarcástico, está presente en varios de los textos que componen un libro en el que arroja una mirada nada complaciente, aunque con cierta nostalgia por la inocencia perdida, a la España de los ochenta. Ramona, la narradora, fue una niña despierta y con inclinaciones artísticas, que sobrevivió en un barrio obrero por el que pululan yonquis perdidos, vecinas cotillas, adolescentes lúbricos y pequeños sádicos que no dudan en tirarle una pinza de la ropa a un bebé desde la azotea del edificio. Es un microcosmos en el que todo el mundo conoce los problemas del vecino de escalera, el marido alcohólico, el que está en la cárcel, y las miserias que traspasan las paredes finas como papel de fumar.
Villajos relata, con esa frescura que hace de Ramona un libro divertidísimo, algunos de los ritos iniciáticos que los niños de la época tenían que vivir: el primer día de clase tras vivir los primeros años pegados a las faldas de sus madres, la primera comunión, a cuyo convite Ramona no puede asistir porque su vestido avergüenza a su padre, o las primeras carrera en la bicicleta. El descacharrante retrato de su familia, que recuerda siempre entre la ternura y el desconsuelo, y de sus vecinos se completa con el de las compañeras de colegio, especialmente de su amada Alicia, y de las monjas que rigen la escuela con una crueldad rayana a veces en el sadismo.
Aunque mezclados con los fragmentos de la infancia, los capítulos dedicados a la adolescencia y la juventud son bastante diferentes. En los primeros la narradora capta perfectamente la indefensión que se siente en esta época a la que Ramona trata de hacer frente con una actitud que la hace parecer borde a sus compañeros de clase. Así, los divertidos y a veces escatológicos episodios de la infancia dejan paso a situaciones más duras como las discusiones con las amigas o las primeras y nada placenteras relaciones con los chicos.
Aunque la ironía se mantiene, los fragmentos dedicados a la juventud tienen en general un componente más amargo. Ramona se emancipa muy joven y vive episodios de una gran dureza como la relación con un chico mentiroso compulsivo o una depresión que la lleva a pensar en el suicidio. Sin embargo, la narradora acaba siempre aportando ese tono desenfadado que, junto a los dibujos que acompañan las páginas y cuya autora es la misma Villajos, son la marca del libro.
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