domingo, 25 de febrero de 2018

El fin del mundo - Ismael Orcero Marín




El fin del mundo, Ismael Orcero Marín, Boria, 2018, 85 págs., 12€.

La famosa y ya manida frase de Gracián sobre las bondades de la brevedad se suele cumplir frecuentemente con el cuento. No me refiero por supuesto a que los relatos más exiguos sean mejores que los extensos por norma general; es difícil, por ejemplo, comparar dos obras maestras de la narrativa como son “El dinosaurio” de Monterroso y “Casa tomada” de Cortázar, ya que se trata de textos muy diferentes. Lo que defiendo es que, por regla general, un cuento gana cuando se desprende de todo aquello que no es esencial y se deja guiar por la concisión. Por supuesto que existen grandes relatos caracterizados por la morosidad, pero, especialmente con los autores noveles, la brevedad suele ser una buena elección.
Esta reflexión viene al hilo del primer libro del escritor cartagenero, afincado en Molina de Segura, Ismael Orcero Marín. Los diez relatos que componen El fin del mundo se despachan en apenas ochenta páginas y ello no impide que al lector le sean suficientes para disfrutar de un puñado de historias interesantes y bien rematadas, en las que la querencia por el género fantástico destaca junto al uso de la ironía. Con esta decena de cuentos que se mueven entre las cuatro y las doce páginas, Orcero evita aburrir al lector y opta por inicios muy directos que le meten de lleno en historias en las que lo sobrenatural suele colarse en situaciones aparentemente cotidianas.
El volumen comienza con uno de los textos más breves y brutales del conjunto: “El banquete”. En él un extraño accidente de tráfico en mitad del desierto pone a prueba la relación entre los supervivientes. “El inquilino” está directamente relacionado con “Tesoro”; en ambos aparece el mismo personaje, Elvira, y un minigolf abandonado. También coinciden los dos en estar protagonizados por mujeres solas que se enfrentan con valentía tanto a esa soledad como al mismo hecho sobrenatural que tiene lugar en sus respectivas casas.
El giro fantástico que sólo aparece al final del relato une a varios de los textos de El fin del mundo; en “La picota”, Carmen tiene que enfrentarse a una especie de caza de brujas moderna en su pueblo. Las creencias mágicas de los habitantes de las zonas rurales también protagonizan “La caverna”, uno de los textos más diferentes del conjunto por estar escrito en primera persona y en forma de carta. De temática similar, aunque argumento muy diferente, encontramos “El ángel que nos guarda”, sobre las indagaciones de un sacerdote sobre un curandero rural.
En “El fin del mundo” asistimos a un relato postapocalíptico con la irrupción de unos animales enloquecidos en la tranquilidad otoñal de una urbanización de playa. El libro termina con, “El pozo”, un nuevo texto con final sorprendente pero peor conseguido que los anteriores.
Mucho más atractivo es el cuento titulado “Mamá robot”, en el que aparece un robot, de cocina en este caso, que imita el comportamiento y las recetas de la madre del protagonista, pero que también recoge sus defectos. Por su parte, “Mala hierba” parte de una extraña enfermedad tropical para desembocar en un relato sobre la locura de los dictadores, en un relato con una evidente influencia de la literatura hispanoamericana tal y como Orcero reconoce en el epílogo.

Reseña publicada en El Noroeste.


jueves, 15 de febrero de 2018

Palos de ciego - David Torres



Palos de ciego, David Torres, Círculo de Tiza, 2017, 270 págs., 22€.

La mayoría de novelas o ensayos poseen un tema central sobre el que los autores construyen su discurso. Por supuesto, existen muchas obras literarias en los que se tratan diversos asuntos, pero incluso en estas suele sobresalir uno o existe una relación estrecha entre ellos que le otorga homogeneidad al conjunto. David Torres opta, sin embargo, por partir en Palos de ciego de dos historias muy diferentes que conviven a lo largo del libro como dos caminos paralelos.
El primero de estos asuntos tiene un origen histórico pero acaba adquiriendo, por cómo obsesiona al autor durante años, en un tono personal. Se trata de un episodio citado en una biografía del músico ruso Shostakóvich y del que, fuera de ese libro y de unas pocas referencias más, apenas se conocen detalles: la matanza en la ciudad ucraniana de Járkov de un número indeterminado de músicos ciegos durante la época de las grandes purgas estalinistas. Este suceso se convierte debido a su simbolismo (supuestamente el régimen quería acallar el sentimiento nacionalista en Ucrania), a su patetismo y al misterio sobre cómo, cuándo e incluso sobre si de verdad sucedió en acicate para que Torres sintiera que debía escribir un libro.
Sin embargo, y a pesar de recopilar mucha información sobre el episodio en concreto y sobre el estalinismo y su obsesión por el control de los músicos, el autor decide abandonar el proyecto que llevaba por título Borrón. Lo curioso es que en Palos de ciego, título que hace referencia al camino errático de Torres en la confección de la novela sobre la matanza de Járkov, encontramos no sólo ese proceso de preparación de Borrón, sino fragmentos del texto y comentarios sobre sus protagonistas. Mediante esta singular técnica, el libro que tenemos en las manos se convierte en una especie de palimpsesto en el que aún se percibe el relato que Torres desechó.
El otro episodio que estructura el relato posee, al contrario que la matanza de Járkov, un origen personal que tiende hacia lo colectivo. Consiste en el fallecimiento, con sólo un día de vida, del hermano mayor del autor en una clínica madrileña en la que se solían robar bebés para entregárselos a familias de clase adinerada. Aunque en el caso concreto de la familia de David Torres parece claro que el niño, llamado del mismo modo que el escritor, sí que falleció, se nos presenta uno de los hechos más turbios del pasado reciente de España. Esta tragedia familiar le da pie al autor para recopilar anécdotas de carácter personal sobre su infancia y sobre su relación con su hermano pequeño y con sus padres.
Como vemos, se trata de una obra con una estructura parecida a la de una matrioshka en la que dentro de una historia personal encontramos un episodio histórico que, a su vez, se convierte en novela incompleta. El problema viene con la débil relación que existe entre las dos historias centrales del libro, la matanza de ciegos y el fallecimiento del hermano, que no terminan de confluir a lo largo de la obra. Torres es consciente de ello y al final del texto defiende una teoría sobre la relación entre ambos que no termina de convencer. Sin embargo, esta tara no es óbice para admitir que estamos ante una obra estupenda, original, poliédrica y en el que palpita en cada línea la pasión del autor por narrar.