8.38, Luis Rodríguez, Candaya, 2019, 190 págs. 16€.
Un lector puede comenzar la lectura de un nuevo libro con distintos niveles de conocimiento del mismo. Lo que los teóricos conocen como “horizonte de expectativas” puede ir desde la absoluta ignorancia de la trama del libro y de la trayectoria del autor, hasta el conocimiento más profundo del creador y la lectura de reseñas que orienten la lectura. En mi caso, con el libro 8.38 mi horizonte de expectativas era bastante limitado y se circunscribía al titular de un artículo de Alberto Olmos con un título tan llamativo como sorprendente: “El escritor más moderno de España tiene 60 años y se llama Rodríguez” (El Confidencial, 29/03/2019). Tras leer el libro creo que la frase de Olmos es un tanto hiperbólica, no sé si “moderno” es el adjetivo que mejor define a Rodríguez, pero sí que entiendo su entusiasmo por un libro que dinamita varios de los pilares de la literatura contemporánea.
Dinamita, en primer lugar, la estructura clásica de la narrativa; deben evitar este libro aquellos que se sienten incómodos con las novelas cuyo desarrollo argumental no es lineal y unívoco. Sin embargo, y aunque es cierto que no es una de las opciones más fáciles para atraer al público actual, no considero que este rasgo sea por sí mismo “moderno”, ya que encontramos ejemplos de tramas difíciles de seguir en libros publicados hace ya bastantes décadas, v. gr. El ruido y la furia (1930) de William Faulkner.
Dinamita ese juego entre la identidad del autor y la del protagonista que está en la base de la autoficción, tendencia que comienza a perder en los últimos tiempos esa pátina de modernidad que ha venido teniendo desde comienzos de siglo aproximadamente. En 8.38 hay un Luis Rodríguez que es escritor pero cuya biografía tiene, aparentemente, pocas similitudes con la del creador del libro. No obstante, la presencia del escritor real que está tras la génesis de estas páginas es muy importante en ellas, aunque más en lo literario (se citan con frecuencia sus libros previos) que en lo meramente personal.
Dinamita también los límites de la novela, género en el que, gracias a su proverbial heterogeneidad, podríamos incluir 8.38. Y es que si bien tiene narradores, personajes variados y una trama, no fácilmente delimitable pero sí presente, el texto emplea una variedad discursiva que lo hace muy original. Por ejemplo, en un fragmento del libro que tiene la forma de obra de teatro, uno de los personajes abandona el escenario, momento en el que el texto se convierte en relato para contarnos su itinerario.
Dinamita, para terminar, incluso la referencialidad del título con respecto al texto. Aquí, el paratexto alude, según la contraportada, a la hora en la que murió Dostoievski y en la que está parado el reloj de su casa en San Petersburgo; pero, salvo la cita del autor ruso con la que concluye el libro, no he hallado la relación directa con el texto.
Entonces, ¿qué queda en 8.38 tras tanta demolición? Pues, en primer lugar, un texto originalísimo de carácter eminentemente metaficcional y con numerosas referencias literarias que confluyen en la prolija dedicatoria del Rodríguez a sus autores predilectos. En cuanto al argumento, aunque no sea lo más relevante del libro, podemos señalar que la primera parte retrata la imposibilidad de un autor de escribir un libro sobre unos maquis y el guardia civil que quiere, la segunda se centra en el peculiar pueblo de Soyube y la tercera en un oficinista que lleva una triple vida.
Reseña publicada en El Noroeste:
No hay comentarios:
Publicar un comentario