miércoles, 29 de abril de 2020

El infinito en un junco - Irene Vallejo




El infinito en un junco, Irene Vallejo, Siruela, 2019, 472 págs., 24€.


Todo autor de una obra literaria tiene como finalidad conseguir una respuesta positiva por parte de los lectores. Sea buscando una recepción mayoritaria, lo que se conoce como “éxito de público”, o minoritaria pero escogida, fenómeno para el que se emplea un sintagma mucho más ambiguo: “éxito de crítica”, todo autor piensa en el lector. Más conflictiva puede ser la relación con los receptores en el género del ensayo. En muchos casos estamos ante obras especializadas que favorecen la lectura de unos pocos expertos y que incluso menosprecian la del público en general, lo de la miel y la boca del asno, ya saben. Por eso llama la atención que un libro de divulgación se convierta en un fenómeno editorial sin perder la seriedad e incluso la erudición. Este difícil equilibrio lo ha conseguido El infinito en un junco de la aragonesa Irene Vallejo.

El poético título va acompañado por un subtítulo mucho más definitorio de lo que nos encontraremos en esta obra: “La invención de los libros en el mundo antiguo”. Filóloga clásica de formación, Vallejo mezcla rigor histórico en las referencias al origen de la lectura, las biografías de escritores y escritoras (estas últimas se reivindican para compensar, en parte, su marginación a lo largo de la Historia) y los episodios fundamentales en la evolución de las distintas tecnologías relacionadas con el libro, con pasajes más literarios e incluso autobiográficos. El infinito en un junco no es un texto para especialistas, sino un apasionante recorrido histórico por cómo hombres y mujeres de todas las épocas han colaborado en el desarrollo de la lectura y de la creación literaria. 

El libro se divide en dos partes dedicadas, respectivamente, a Grecia y a Roma. En la primera, titulada “Grecia imagina el futuro”, se pone de manifiesto la importancia que ha tenido la cultura helena, su lengua, su manera de entender el mundo, su relación con los libros, para la formación de Europa. En esta sección adquiere especial protagonismo la ciudad de Alejandría; fundada por Alejandro Magno en el norte de Egipto, se ha convertido en un símbolo de la cultura gracias al empeño de sus monarcas, desde Ptolomeo I, por recopilar todos los libros de la época.

En la parte dedicada a Roma, algo más breve que la anterior, Irene Vallejo confirma esa idea de que los romanos fueron, principalmente, imitadores de los griegos. Sin embargo, la autora no le quita mérito a los avances que esta cultura aportó al mundo del libro y al hecho de que fuera el único imperio de la Historia que aceptara la superioridad de la cultura de un territorio conquistado.

A pesar de que esta división del libro puede hacer creer que sigue una ordenación estricta, no es así. De hecho, salvo por esas dos partes, la obra se caracteriza por ir saltando de época en época y por mezclar historias, anécdotas (a veces ficcionalizadas) y biografías de escritores y lectores de diferentes lugares del mundo. Esta mezcolanza provoca que el libro a veces caiga en repeticiones: la historia de la biblioteca de Alejandría se cuenta varias veces, por ejemplo.

En cualquier caso, El infinito en un junco es una obra de una lectura absorbente y que mezcla con agilidad lo narrativo y lo expositivo en un emocionante homenaje a los libros.

Reseña publicada en El Noroeste:


jueves, 16 de abril de 2020

Las lealtades - Delphine de Vigan



Las lealtades, Delphine de Vigan, Anagrama, 2019, 200 págs., 18€.

Si me pidieran elegir un adjetivo para definir esta novela de la francesa Delphine de Vigan elegiría sin dudar “sutil”. Tanto el estilo, sobrio y tendente a la frase breve y precisa, como el acercamiento a un tema tan difícil como el que aquí se narra destacan por una sutilidad muy difícil de lograr en la literatura sin caer en lo abstruso. Las lealtades es un estupendo libro sobre asuntos tan cercanos como dolorosos y con una narradora que dosifica perfectamente la información que el lector debe tener sobre unos personajes que se van hundiendo sin remedio.

El libro está protagonizado por dos adultas y por dos adolescentes, formando entre ellos un cuadrado de protagonistas cuyos vértices se unen por distintas razones. Los dos chicos, compañeros de clase entre doce y trece años, se conocen en esa edad en la que el mundo comienza a mostrar unas aristas que a veces hieren, otras proporcionan placer, pero que en ocasiones, y eso es lo que les sucederá con el alcohol,  proporcionan ambas sensaciones. Mathis es un chaval algo apocado que suele obedecer a su madre pero que encuentra en Théo ese guía hacia lo desconocido que muchos tímidos necesitan. Pronto establece con él una estrecha relación que lo hace fugarse clases, engañar a su madre o guardar con celo algunos de los secretos que su amigo posee gracias a esa lealtad a la que el título alude.

Y es que Théo, verdadero epicentro de la novela, suma a las dificultades propias de su edad una situación familiar terrible: su padre, divorciado de su madre, ha caído en una profunda depresión que le impide salir de la casa. El chico, que alterna una semana en la vivienda de cada uno de sus progenitores, cuida del padre y esconde su ominoso secreto delante de su madre y de sus profesores. Esta otra lealtad irá minando poco a poco los ánimos de Théo, que encontrará en el alcohol el refugio donde olvidar sus problemas.

De Vigan utiliza la tercera persona en los capítulos protagonizados por los dos chicos, otorgando así una perspectiva adulta de sus vivencias, mientras que reserva la primera persona para las dos mujeres protagonistas. Al contrario de lo que pudiera parecer, ambas están tan perdidas como los chicos y arrastran pesadas cargas que su madurez no sabe asimilar. Cécile, la madre de Mathis, es una ama de casa cohibida por su origen humilde que descubre que su marido tiene una doble vida y por las noches actúa de “trol” en Internet con ácidas e insultantes comentarios que contrastan con esa educación que muestra en público y que ella siempre ha admirado. Hélène es la profesora de los dos adolescentes y encuentra en el errático comportamiento de Théo indicios de que el chico puede estar sufriendo algo parecido al maltrato que ella sintió por parte de su padre. Sin embargo, actúa con torpeza y no sabe ayudar al chico sin levantar las suspicacias de su madre o del resto de profesores, que creen que su preocupación por él no está justificada.

La historia de Las lealtades acaba siendo tan asfixiante como ese estrecho hueco tras un armario del colegio en el que Théo y Mathis se esconden para beber y al que sus cuerpos no les van a dejar entrar en cuanto crezcan un poco más, al igual que ya no pueden volver a una  infancia tan cercana como perdida para siempre.

Reseña publicada en El Noroeste: