lunes, 30 de octubre de 2017

Cuentos grises - Hugo Argüelles



Cuentos grises, Hugo Argüelles, Boria, 2017, 90 págs., 12€.

En una época como la nuestra en la que son tan consumidos los libros de autoayuda, en los que se muestra la cara más amable de la vida, sorprende encontrar un conjunto de relatos como estos caracterizados por la amargura y el desconsuelo de sus protagonistas. Y es que, tal y como anuncia el título, la mayoría de personajes que pululan por los Cuentos grises de Hugo Argüelles tienen una existencia que hace juego con este color. Nos encontramos con personas amargadas, que no encuentran su lugar en el mundo o que, directamente, rechazan buscarlo; son antihéroes que se dejan caer por la ladera del fracaso mientras observan a los triunfadores con ironía y desprecio.
Dentro de este tono general encontramos, como en todo libro de relatos, diferentes variantes, distintas gamas de ese gris que los libros de autoayuda nos niegan y que este crudo libro nos muestra a veces con delectación. Se trata de un volumen irregular, hallamos narraciones de diversa calidad tal y como enseguida analizaremos, pero con los suficientes elementos de interés como para que merezca la pena acercarse a este breve catálogo de agobios y desencantos.
La elección de “La plaza” como primer relato del libro es un gran acierto, ya que este breve texto de un par de páginas se puede entender como un pórtico, como el comienzo de una historia que finalmente no se narra. Aun así, se trata de un retrato interesante del final de una etapa en la vida de los protagonistas. En el siguiente relato, “Crazy”, ya encontramos a ese tipo de personaje solitario que tan frecuente es en el volumen; se trata de un joven al que acompañamos en su deambular vital desde que llega a una nueva ciudad: Cartagena. El texto acaba siendo un mero resumen de la vida de este personaje y no se profundiza en ninguno de los acontecimientos interesantes que parecen ocurrirle, como la relación con la prostituta que apenas se apunta.
A continuación encontramos dos de los mejores relatos del conjunto. En “El viajero experto recorre la Provenza” se muestra con sarcasmo el envés de las habituales crónicas viajeras a través de la realizada por un misántropo periodista que describe su solitario recorrido por el sur de Francia. “Sólo leen novelas” posee una trama interesante y unos personajes bien trazados: una pareja vive aparentemente feliz con su aislamiento de la sociedad hasta que el marido comienza a cambiar sus rutinas.
Por el contrario, “Radio song” y “Juande” no consiguen ofrecer un relato de interés para el lector; ambos están protagonizados por sendos poetas, muy diferentes entre sí, pero no son más que fragmentos, inconexo incluso el segundo, que no están a la altura del resto del volumen. Continúa el libro con “Cul de sac”, un interesante relato autobiográfico de la estancia de un solitario joven en Dublín, y con “Neutralidad benevolente”, un breve texto impresionista con una prosa diferente al resto.
El penúltimo relato, “La maestra desde la ventana” tiene un planteamiento muy interesante, un escritor inédito obsesionado con un autor de éxito que vive enfrente (y en el que es fácil reconocer a un narrador murciano real), pero la trama acaba diluyéndose. El libro termina con “Smart TV”, un relato sobre la influencia que tendrá la compra de un moderno televisor en una familia. 



miércoles, 18 de octubre de 2017

Kanada - Juan Gómez Bárcena


Kanada, Juan Gómez Bárcena, Sexto Piso, 2017, 191 págs., 18€.

La culpabilidad es uno de los sentimientos más peculiares que afectan al ser humano. Asesinos que han cometido los crímenes más atroces carecen de empatía con sus víctimas y, por lo tanto, no se ven aquejados por ningún sentimiento de culpa tras cometer sus asesinatos. Otras muchas personas, incapaces de matar ni a una mosca, viven torturados porque alguno de sus actos, a veces de manera inconsciente, ha provocado un daño a alguien. La culpa es, desde mi punto de vista, el tema principal de Kanada, el último libro de Juan Gómez Bárcena.
El libro comienza con una situación de lo más sugestiva: el narrador vuelve a casa tras la guerra. Poco a poco vamos conociendo más detalles de su vida anterior, de su identidad y de las razones por las que, cuando se instala en la vivienda, decide no salir más de allí. El narrador, en una segunda persona que permite cercanía con el protagonista pero que a la vez implica una observación externa, apenas ofrece datos más allá de los necesarios y sólo por los nombres de calles o de personajes históricos sabemos que estamos en el Budapest devastado posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Esa devastación que sufre la ciudad y de la que poco a poco se va recuperando, ha afectado también al protagonista, pero, al contrario de todos los que lo rodean, él opta por la inacción. Así, acaba recluido en su antiguo estudio y convertido en una especie de ermitaño ajeno a todo lo que le rodea. En su enclaustramiento se va obsesionando sucesivamente por los números, por un astrólogo del siglo XVIII y por una hoja, la única que sobrevive a su obsesión por quemar su antigua biblioteca de profesor de astrofísica, de un tratado científico. En este aislamiento tan sólo se relaciona con un vecino y su esposa; ella le trae la comida que consume de manera errática, mientras que él primero intenta conseguirle trabajo, pero, ante su negativa, acaba alquilando el resto de habitaciones del resto de la casa.
Al principio el lector cree que es el horror el que ha paralizado al protagonista, que lo que vio durante la guerra le impide llevar una vida normal. Sin embargo, conforme avanza la novela y se van insertando episodios del pasado en la narración del presente, vamos comprendiendo que la culpa por actos realizados durante la contienda bélica ha pesado también mucho en su alejamiento del mundo. Frente a la acción del vecino, un personaje que no siente culpa y que sabe adaptarse a las nuevas situaciones, el protagonista opta por la inacción como la única forma de enjugar el daño causado. Incluso los soldados alemanes son retratados, en esa especie de ensueño con el que se recuerdan los hechos de la guerra, como ángeles; aparecen así como entes superiores, miembros de un engranaje brutal que no siente ningún tipo de piedad hacia sus víctimas. Cuando pasan los años y una nueva contienda sacude la ciudad, contra los invasores soviéticos, el protagonista no puede más que observar desde su ventana los hechos, porque ya ha tomado su decisión de no hacer nada.
Estamos, en definitiva, ante una novela de gran profundidad, de una lentitud que en algunos tramos centrales se convierte en morosidad, pero que se corona con un final prodigioso. 

Reseña publicada en El Noroeste:


domingo, 1 de octubre de 2017

Los días de la peste - Edmundo Paz Soldán


Los días de la peste, Edmundo Paz Soldán, Malpaso, 2017, 325 págs., 20€.

Rigo, uno de los muchos personajes de esta novela coral que es Los días de la peste, es fiel a una extraña religión que exige respeto por la vida de todos los seres vivos, por minúsculos que sean. Rigo utiliza el plural para referirse a sí mismo, ya que su piel, su voz y también los microbios que habitan su cuerpo son parte de esa colectividad que es él. Algo similar ocurre con la Casona, la cárcel donde se ubica la última y excelente novela del boliviano Edmundo Paz Soldán, a la que muchos consideran un único ser integrado por todas las personas y animales que habitan en ella.
Los días de la peste narra como esta prisión, abarrotada, caótica y con un funcionamiento interno bastante peculiar, vive una extraña y mortífera plaga que acaba con la vida de una mujer que vive allí y que con rapidez se extiende por todo el penal. Esta crítica situación sanitaria pone de manifiesto todos los defectos de la Casona: la carencia de higiene, la mala alimentación, la violencia, la corrupción de los guardias, el abuso a los menores que viven allí con sus familiares presos, etc. La crudeza con la que Paz Soldán describe los efectos de la enfermedad (vómitos, diarreas, hemorragias), no impresiona tanto como la terrible situación que soportan la mayoría de los presos. La cárcel, que acaba sumida en el más absoluto descontrol por lo inestable de su equilibrio, posee una clara estratificación social. Así, mientras que algunos presos del primer patio poseen, gracias a que pueden pagar sobornos, lujosos apartamentos, los del tercer patio viven hacinados y los del cuarto son sometidos a torturas. Todo en la Casona se mueve en función del dinero que se posea.
A través de una narración polifónica a veces compleja, en ocasiones se hace difícil seguir el decurso temporal de los hechos, el lector va conociendo a todos los personajes que pululan por la casona. Mediante la primera o la segunda persona y con fragmentos breves que no suelen superar las dos páginas de extensión, se pone el foco sucesivamente en los mandatarios que manejan la prisión para sus fines políticos, los guardias que hacen del chantaje un complemento a su sueldo, en los presos que tienen que sobrevivir de las más diferentes formas y en los familiares, especialmente mujeres y niños, que acaban siendo los más vulnerables en la prisión.
La Casona está ubicada en la región de Los Confines, de un país que podría ser cualquiera de Latinoamérica. Ya con el propio nombre Paz Soldán comienza la definición de un lugar alejado del resto del país al que pertenece y que se siente abandonado por los políticos de la capital. Se entregan, además, a un culto a una especie de Virgen, a la que han bautizado como la Innombrable, representada con un machete entre los dientes. En este contexto en el que la brujería se mezcla con la religión, la Casona no es una excepción, sino el lugar donde la corrupción y la superstición que marcan a Los Confines acaba por explotar.
Consigue Edmundo Paz Soldán con Los días de la peste crear una obra compleja por su protagonismo colectivo e incómoda por su crudeza, pero de una lectura absorbente.