domingo, 31 de mayo de 2020

Microrrelatos - José Moreno Villa



Microrrelatos, José Moreno Villa, edición de Darío Hernández, Málaga, Azimut, 2019, 72 págs., 15€.
El proceso de conformación del canon del microrrelato en España se ha enfrentado a dos etapas totalmente opuestas; en un primer lugar, los especialistas se topan con una gran escasez en el corpus del género en las décadas de su formación hasta su consolidación. Tras una etapa en la que esta forma narrativa es cultivada por un número cada vez mayor de autores, en los años anteriores y posteriores al cambio de milenio, entraríamos en una segunda etapa totalmente diferente a la primera. A partir de la “democratización” de la publicación que trae aparejada el desarrollo de Internet, nos encontramos con un proceso de atomización. En estos últimos años el género es cultivado por una cantidad numerosísima de autores y el corpus se convierte en inabarcable.
Este libro editado por el especialista en minificción Darío Hernández viene a ayudar con el primero de los problemas expuestos: nos ayuda a conocer los microrrelatos de un autor que, por derecho propio, debe figurar en el canon de la primera época del minicuento español: José Moreno Villa. Hernández es autor de una tesis doctoral y de una antología, Un centímetro de seda (2016), centradas en los orígenes del género en España, es decir: las Vanguardias y el Modernismo. Por lo tanto, se trata de un teórico con un profundo conocimiento de esta etapa de la minificción en nuestro país y que detectó la necesidad de que, al igual que ha ocurrido con otros autores como Federico García Lorca o Juan Ramón Jiménez, los microrrelatos más breves del autor malagueño se agruparan en un volumen.
Esta labor filológica de rescate y puesta en contexto es la primera virtud del libro; Darío Hernández rescata los textos narrativos brevísimos de un escritor con el que se enfrenta a una doble dificultad que no hallaban, por ejemplo, las editoras de la minificción de García Lorca y Juan Ramón: la menor relevancia en el canon literario de la época de José Moreno Villa y los pocos microrrelatos que publicó. La primera traba quedó solventada por el interés de la editorial Azimut, malagueña como el autor de estos textos. A la segunda se enfrenta el antólogo actuando con rigor y evitando la tendencia de algunos críticos a dar gato (cualquier texto breve) por liebre (minicuento). Así, Microrrelatos hace honor a su sucinto y definitorio nombre y nos presenta tan sólo diecinueve minicuentos que son completados con otras tantas ilustraciones de Daniela Miazzo y con una interesante y necesaria introducción crítica de Darío Hernández.
En cuanto a los textos de Moreno Villa, todos procedentes del misceláneo volumen Evoluciones. Cuentos, Caprichos, Bestiario, Epitafios y Obras paralelas (1918), se agrupan en tres secciones y un anexo. En la primera podemos incluir los dos microrrelatos que, bajo el epígrafe de “caprichos”, reducen a la extensión de la página impresa dos leyendas medievales. A continuación leemos una serie titulada “Sabandijas humanas” en la que hallamos siete retratos de otros tantos personajes de Las meninas de Velázquez. El narrador los describe con una gracia y una cercanía que provoca la sensación de que está en la misma habitación del cuadro.
Este mismo desenfado, tan habitual en la literatura de la época, está en los nueve textos del breve “Bestiario”. Además de dos textos finales sobre este género, nos encontramos con breves descripciones de animales como el perro, la rana o el asno en el que la prosa vuelve a destacar por la frescura, rayana a veces en la oralidad, que lleva al narrador a incluir frecuentes onomatopeyas o sus propias palabras hacia los animales o las reflexiones de estos. Este libro tan necesario para reivindicar la figura de Moreno Villa se cierra con “Juicio”, texto en el que el alma de un hombre debe responder a una pregunta de Dios.

Reseña publicada en la revista Quimera:

domingo, 24 de mayo de 2020

Nevada - Claire Vaye Watkins


Nevada, Claire Vaye Watkins, Malastierras, 2019, 267 págs., 19€.


Posee el estado de Nevada un aura extraña, como de un lugar que no parece existir más allá de un decorado. Por supuesto, se trata sólo de una sensación provocada por los enormes casinos y por la cantidad de turistas que visitan sus ciudades, especialmente Las Vegas, una localidad única en todo el mundo y que parpadea cada noche en mitad de un desierto inhóspito. Sin embargo, los que pasamos un fin de semana en este territorio no somos conscientes de que es una ciudad como cualquier otra, con sus rutinas, sus familias y sus sombras más allá de las luces brillantes del Strip. La escritora norteamericana Claire Vaye Watkins dedica la mayoría de los relatos de su volumen a este peculiar estado que ha sido su hogar durante gran parte de su vida.

Con un estilo crudo y directo que recuerda a los relatos de Raymond Carver, Vaye Watkins nos presenta a unos personajes que se sienten desvalidos tras haber sufrido algún hecho traumático en sus vidas. Este suceso es a veces cotidiano, un embarazo de un hombre que no te quiere o el difícil equilibrio sentimental entre tres amigos, pero, a menudo, nos ofrece tintes más trágicos como la violación a una amiga de la que la protagonista se siente cómplice o el oscuro pasado de un padre. Los personajes de Nevada, como los de Carver, tratan de soportar el peso que acarrean con las drogas, el alcohol o una radical soledad que los aleje de las nocivas presencias de otras personas.

En un territorio árido como son las desérticas planicies del interior de California y Nevada, la vida de sus habitantes contrasta con el oropel de los cercanos casinos de Las Vegas. En la mayoría de los relatos nos encontramos con mujeres jóvenes que no saben qué itinerario seguirán sus vidas y cómo soportar las dificultades que sufren. Vaye Watkins comienza en “Fantasmas, cowboys” contándonos su traumática historia familiar: su padre fue miembro de la secta de Charles Manson. En “Rondine al nido” una mujer recuerda un duro episodio de su pasado, marcado por el sentimiento de culpa que su acción provocó en una amiga. La protagonista de “Ojalá estuvieras aquí”, por su parte, vive una crisis en su matrimonio, durante la visita a un antiguo novio, mientras que en “La archivista” es la tentación de volver a abortar la que acecha a la narradora.

Los agrestes paisajes del Oeste americano se configuran como un personaje más del volumen y adquieren especial relevancia en relatos como “Carabela portuguesa”, donde un solitario minero encuentra a una adolescente desmayada en el desierto, “Lo que menos falta nos hace”, cuento en el que el pueblo fantasma de Rhyolite une a dos desconocidos, o “Pasado perfecto, pasado continuo, pasado simple”, relato de cómo un turista italiano se refugia en un burdel tras la desaparición de su amigo. Incluso en el relato más diferente del conjunto, “Las excavaciones”, ambientado en la Fiebre del Oro de mitad del siglo XIX, el espacio físico sigue siendo el mismo. En este cuento tan diferente, que se presenta casi como un relato de aventuras, la desgracia vuelve a amenazar a los protagonistas, en forma de locura en este caso.

 Estamos, en definitiva, ante un libro excelente, con una narradora que logra algo tan difícil como es construir personajes que dejan huella en el lector.

Reseña publicada en El Noroeste:


miércoles, 13 de mayo de 2020

No entres dócilmente en esa noche quieta - Ricardo Menéndez Salmón



No entres dócilmente en esa noche quieta, Ricardo Menéndez Salmón, Seix Barral, 2020, 190 págs., 18€.


La relación entre un padre y un hijo es un tema recurrente en la literatura por su fuerte carga simbólica. Desde las amargas Cartas al padre de Kafka al abnegado progenitor de La carretera de Cormac McCarthy, son muchas las relaciones paterno-filiales que encontramos en libros tanto autobiográficos como de ficción. Dentro del primer grupo se integra este No entres dócilmente en esa noche quieta, el nuevo libro del novelista Ricardo Menéndez Salmón, que ofrece un retrato de los últimos treinta años de la vida de su padre, marcados por la enfermedad.

El autor asturiano se enfrenta, tras el fallecimiento del enfermo crónico que fue durante sus últimas décadas su progenitor, a los entresijos de la relación que ambos mantuvieron desde que en 1982 sufrió un grave problema cardiaco. Menéndez Salmón echa la vista atrás y se da cuenta de que su memoria ha borrado la época en la que su padre era un hombre sano, reduciéndolo para siempre a ese doliente en el que se convirtió y cuya enfermedad, o “su solemne interregno” (23), marcó para siempre a su familia. El libro es, ante todo, el retrato de un matrimonio y de su hijo único abrasados para siempre por el golpe indeleble de la dolencia.

El padre es, en principio, el protagonista del libro; sin embargo, es un sujeto paciente de los sentimientos que provoca su relación con la enfermedad y con la familia en su hijo. El autor utiliza la literatura para llenar los huecos de todas esas conversaciones no mantenidas, algo habitual en todas las familias, e intentar conocer mejor cómo afrontó sus últimos treinta años su padre. Este se presenta como un hombre inescrutable, disminuido física y moralmente por las operaciones y el alcoholismo que sufre durante una etapa de su vida y que sólo logra mitigar su sufrimiento con su meticuloso coleccionismo. El final de su vida, tras el avance de la enfermedad que va demediando su cuerpo y su resistencia, se presenta como un descanso a tanto sufrimiento.

La madre es un personaje que tiene una presencia escasa en el libro, pero un peso sustancial en el débil equilibrio familiar. Presentada como la esposa abnegada que supedita la mitad de su vida al cuidado del marido enfermo, el autor no profundiza demasiado en su figura, quizás para que la atención del lector se centre en el padre. Sin embargo, su estoicismo y su recuerdo emocionado en la despedida del cónyuge y su incredulidad ante su propia enfermedad final, aparecen como hitos esenciales en la historia.

El triángulo se cierra con el hijo, que indaga en la historia de su padre para comprenderse mejor y analizar con la perspectiva del tiempo y el de una historia ya finalizada, tras la muerte del padre, el peso de la enfermedad y del opresivo ambiente que vivió durante su adolescencia en su existencia posterior. Evita Menéndez Salmón realizar un juicio moral al padre y prefiere trazar su historia aprovechando su oficio de escritor. El autor reflexiona sobre la imposibilidad ontológica de la literatura para poner negro sobre blanco todos los objetivos que el autor tiene en su mente. El libro se construye, además, como una constelación de citas literarias, como si el narrador asturiano necesitara de las palabras de otros, comenzando por el verso de Dylan Thomas que da título al volumen, para hablar de un tema tan íntimo.

No entres dócilmente en esa noche quieta es un libro de una gran belleza que trata de manera cruda un asunto tan doloroso y con el que Menéndez Salmón trata de arrojar algo de luz sobre los rincones más oscuros de su historia familiar.

Reseña publicada en El Noroeste: