domingo, 19 de octubre de 2025

Fosca - Inma Pelegrín


 

El culpable sin rostro. Sobre ‘Fosca’ de Inma Pelegrín. 


Uno de los objetivos de todo autor es la verosimilitud; es decir, lograr que la historia que se narra se mueva siempre dentro de lo lógico dentro del género que se encuadra, sea este el realismo o lo fantástico. Sin embargo, muchos narradores optan en los diálogos de sus personajes por emplear un lenguaje culto incluso cuando se trata de personas con pocos estudios o analfabetos. Inma Pelegrín, sin embargo, no ha tenido miedo a que los protagonistas de su novela ‘Fosca’ hablen como lo que son: unos campesinos de mediados del siglo XX. Este es solo uno de los aciertos de una novela sobresaliente, con el que la poeta lorquina, con una sólida y larga trayectoria en la lírica, debuta en la narrativa con un libro que la ha hecho acreedora del Premio Lumen de novela. 

El lenguaje de ‘Fosca’ posee una enorme riqueza léxica y su mayor logro está en recuperar palabras del dialecto murciano a través de sus personajes. Así, encontramos vocablos autóctonos de nuestra Región como “bajocas”, “lebrillo”, “poyete”, “cansera”, “calistros”, “leja”, “regomello” o “zagales”. Además, los protagonistas se expresan con coloquialismos o vulgarismos y en los diálogos se imita la pronunciación murciana: “pasás”, “entresudao”, “entodavía”, “naide”, etc. Este lenguaje y el paisaje donde se desarrolla la acción, una casa en mitad del campo lorquino, con sus ramblas y su fosca acuciante en el verano, enmarcan el libro en ese resurgimiento de la literatura rural que se ha producido en los últimos años. 

Si bien ha habido otros libros que se han centrado en estos últimos años en los pueblos murcianos, ‘La noche de arena’ (2024) de Trifón Abad o ‘Ropasuelta’ (2024) de Santos Martínez, en las pedanías de la capital, ‘El dolor de los demás’ (2018) de Miguel Ángel Hernandez, e incluso en la sierra entre Águilas y Lorca, ‘Almenara’ (2024) de Miguel Ángel Ruiz, la más cercana geográficamente al libro de Pelegrín, todos lo hacían desde el presente. Por ello, veo más concomitancias con otros libros que se desarrollaban en otras partes de España pero en la misma época que ‘Fosca’. En este sentido podemos recordar el clásico ‘Los santos inocentes’ (1981) de Miguel Delibes y el más reciente ‘Intemperie’ (2013) de Jesús Carrasco, con el que encuentro bastantes similitudes. 

En este duro contexto, el campo lorquino hacia la mitad del siglo XX, es donde viven la familia formada por el Padre, la Madre y sus cuatro hijos adolescentes. Si los tres mayores se rigen por la brutalidad, el desinterés por la escuela y el sometimiento al Padre, el pequeño, Gabi, es, por el contrario, el más sensible y el preferido de la Madre. Esto no le evita que tenga que ayudar en las tareas agrícolas a las que se dedica la familia y lo convierten en el blanco de las burlas y los abusos de sus tres hermanos: el violento Miguel, el taciturno Rafa y el epiléptico Serafín. Un papel importante en la trama también juegan la vecina Marcela, que vive sola en la casa más cercana a la familia, y la perra Sombra, la mejor amiga y confidente de Gabi.  

El eje de la trama de la novela es una investigación: la que debe hacer Gabi, el narrador, para descubrir cuál de sus hermanos ha sido el culpable de un ataque (indirecto) contra él. Aunque el chico ha estado presente, su incapacidad para identificar las caras de las personas le impide descubrir cuál de sus tres hermanos ha sido el autor del hecho. Por ello debe comenzar a investigar si el “Hermano alimaña”, como él lo define, es Serafín, Miguel o Rafa. Este misterio, ya de por sí intrigante, consigue enganchar enormemente al lector gracias a dos mecanismos narrativos que considero de una gran inteligencia por parte de la autora: el uso del narrador en primera persona y el relato en presente. Ambos consiguen que acompañemos a Gabi en su desasosiego y en su venganza y nos impliquemos mucho más con sus sentimientos. 

Durante esta investigación el narrador se centra en tres aspectos que van estructurando la parte central del libro: en primer lugar, en tratar de acordarse, ya que no puede hacerlo del rostro del ejecutor, de todos los detalles de la noche de autos. En segundo lugar, realiza una retrospectiva de su relación con cada uno de sus hermanos para hallar posibles motivos que pudieran haber llevado a uno de ellos a atacarlo de aquella manera. En estas analepsis también recuerda algunos buenos momentos (un baño en la playa, la defensa frente a un matón en el colegio, las risas tras una tarde de trabajo) pero tiene que espigarlos entre un catálogo de iniquidades sufridas a manos de los tres mayores. Mientras tanto, Gabi debe aparentar que no fue testigo del acto para que el “Hermano alimaña” no sospeche que está intentando descubrirlo y así deje alguna pista que ayude al protagonista a desvelar el rostro del culpable y su identidad. 

Otro aspecto que destaca en la novela de Inma Pelegrín tiene que ver con el retrato de la época. Además de mediante el léxico, que llama la atención por su verosimilitud como ya he indicado, la autora reconstruye con precisión el ambiente de la Lorca rural de hace tres cuartos de siglo con la reproducción en el texto de muchas de sus costumbres. En las recetas que prepara la Madre, en los remedios caseros que conoce Marcela para casi todas las enfermedades, como para las verrugas que llenan las manos de Gabi, en los castigos corporales en el colegio o en los rituales del cortejo y de la muerte hallamos un mundo no tan lejano que parece haber desaparecido para siempre. 

Logra con ‘Fosca’ Inma Pelegrín un debut extraordinario en la novela. Nos ofrece una historia dura e intensa sobre la violencia, la amistad y la venganza. Además, logra captar perfectamente un ambiente concreto, el del campo lorquino de mitad del siglo XX, pero que representa a toda una época en nuestro país.


Reseña publicada en La Verdad. 





sábado, 4 de octubre de 2025

Comerás flores - Lucía Solla Sobral


 
Comerás flores, Lucía Solla Sobral, Libros del Asteroide, 2025, 242 págs. 


Algunos casos de maltrato físico y, especialmente, psicológico son difíciles de entender por algunas personas ajenas a la pareja. A menudo se identifica solamente a las  víctimas con aquellas que poseen una situación económica vulnerable y una falta de independencia. Sin embargo, la realidad es mucho más dura y son muchas las mujeres en situaciones aparentemente buenas que sufren violencia de género. Para entender mejor a este tipo de víctimas Lucía Solla Sobral ha escrito este Comerás flores, su interesante ópera prima. 

Marina, la protagonista y narradora del libro, es una veinteañera como tantas otras: tiene un trabajo mal pagado pero estimulante, una familia cercana en la que falta su padre, un grupo de gente con los que sale a menudo y una amiga íntima con la que comparte piso junto a su perra. Es una mujer moderna, urbanita y con estudios que parece alejarse del perfil más habitual en las víctimas. Sin embargo, el libro nos recuerda que hay que poner el foco en el maltratador, único responsable de la violencia (psicológica en este caso) que ejerce sobre la víctima. Y es ahí donde aparece Jaime, un narcisista que se aprovecha de su diferencia de edad, más de veinte años, su halo de artista y de su sofisticación para primero encandilar y después controlar hasta la asfixia a Marina, su pareja. 

El libro posee varios aciertos pero también algún que otro fallo desde mi punto de vista. Entre estos está cierta tendencia a abusar de metáforas como “se me pusieron ojos de mar” (219), “llenarme la boca de entrañas” (190), “como si tuviese un cielo azul en la boca” (149) o “un nidito de palabras (104). También  que el personaje de Jaime reúna todos los clichés del hombre maduro y con ínfulas de creador que quiere obnubilar a una joven con regalos y experiencias epatantes; quizás la autora nos quiere mostrar con lo que a algunos lectores nos parecen hipérboles comportamientos reales de este tipo de abusadores. 

Entre los aciertos, que son más que lo negativo en un libro notable, quiero destacar en primer lugar la excelente narración de la caída de Marina desde el éxtasis inicial de la relación hasta los pozos más oscuros del maltrato psicológico. También es preciso el retrato generacional de esa parte de la juventud, que se da normalmente avanzada la veintena, en la que vamos adquiriendo más responsabilidades (laborales, familiares, de pareja) y comenzamos a despegarnos de nuestros amigos y también de nuestros intereses. En este sentido destaca la descripción que de esta situación se ofrece en la página 118 desde la perspectiva de Marina que se da cuenta de que no ha cumplido sus objetivos y que no está tan al tanto de la música como antes y siente que “me quedaba atrás y no sabía ni en qué”. 

Comerás flores se nos presenta como una historia cruda de un maltrato basado en la diferencia de edad y en un afilado retrato de los problemas que afrontan los jóvenes cuando están dejando de serlo.

sábado, 23 de agosto de 2025

La víctima perfecta - Trifón Abad


 
La víctima perfecta, Trifón Abad, Grijalbo, 2025, 348 págs. 


Las novelas negras suelen basar gran parte de su interés en el magnetismo del detective protagonista. Desde aquellos que responden a los tópicos de este tipo de caracteres (un hombre solitario, con problemas de adicciones y relaciones personales insatisfactorias) hasta los que en los últimos años han dado una vuelta de tuerca (personajes más metódicos o mujeres, tanto tiempo olvidadas en este tipo de novelas), todos se sitúan habitualmente en el foco del libro. Trifón Abad, sin ir más lejos, creó en su primera obra de este género, La noche de arena (2024), a un investigador de un enorme carisma que se convirtió en uno de los principales alicientes de su estupendo debut novelístico: Robles. Sin embargo, creo que en La víctima perfecta es precisamente el niño al que alude el título, Gonzalo, el personaje mejor logrado del libro. 

A menudo las víctimas, en este caso de un secuestro, se convierten en este tipo de tramas en medios para que el detective o el policía de turno se luzca en su investigación. Abad, por su parte, le otorga un gran protagonismo al chaval y lo convierte en un personaje muy interesante. Gonzalo es un preadolescente caracterizado por su enorme inteligencia, pero también por sus problemas para relacionarse con los demás, especialmente con sus compañeros de colegio o del equipo de hockey en el que es portero. Su sagacidad, entrenada por su padre, profesor de matemáticas, en el ajedrez le servirá para analizar con una frialdad impropia de su edad su situación durante su cautiverio y las posibilidades de escape. Son las páginas en las que acompañamos a Gonzalo durante su encierro por parte de sus desconocidos secuestradores las mejores del libro en mi opinión.

Como en toda novela negra aquí también se lleva a cabo una pesquisa para encontrar a la víctima; en este caso son dos los investigadores que siguen las pocas pistas que ha dejado la desaparición del niño. En primer lugar tenemos al irónico y algo desastrado Suances, eterno fumador y en proceso de separación, y junto a él a la metódica e hiperprofesional inspectora Alarcón; entre ambos y sus respectivas formas de entender el oficio policial se lleva a cabo la investigación. Este reparto de protagonismo no permite, desde mi punto de vista, identificarnos con ninguno de ellos tanto como lo hacíamos en la anterior  novela con Robles, que precisamente aparece aquí como personaje secundario. Entre ellos y el resto de profesionales tratarán de hallar a Gonzalo y a sus secuestradores entre los muchos sospechosos que van apareciendo en la historia. 

Si en La víctima perfecta Abad optaba por situar la acción en los bajos fondos de un pueblo de la Región de Murcia, aquí cambia de ambiente. La madre de Gonzalo es una rica empresaria y el padre, separado de la progenitora, un profesor universitario. La trama se desarrolla principalmente en la capital murciana y en sus alrededores y los investigadores visitan los elitistas ambientes en los que se mueve la familia. En cualquier caso la novela, que posee un ritmo ágil y una estructura precisa, demuestra que en todas las clases sociales se pueden hallar desalmados que pongan en riesgo la integridad de un niño para conseguir sus objetivos personales.

miércoles, 30 de julio de 2025

El órgano - Diego Sánchez Aguilar

Nuevas melodías en este viejo pueblo. Sobre El órgano de Diego Sánchez Aguilar. 


Tras dos novelas brillantes y bastante largas, Diego Sánchez Aguilar cambia el paso en cuanto a la extensión pero no baja, más bien lo contrario, la calidad literaria. Si la extensión de ‘Factbook. El libro de los hechos’ (2018), más de trescientas cincuenta páginas, y de ‘Los que escuchan’ (2023), que se iba más allá de las quinientas, podía disuadir a algún lector, con ‘Los órganos’ estamos ante una novela corta más asequible para el público algo perezoso que podrá conocer a uno de los narradores actuales más interesantes. 


A la brevedad de la novela debemos añadir otros tres aspectos que alejan ‘El órgano’ de las dos anteriores obras del autor: el tono, la época y el espacio. En aquellos libros las tramas se desarrollaban, mayoritariamente, en ciudades y en contextos contemporáneos o de un futuro cercano y acababan adentrándose en la distopía, lo que hacía que las novelas poseyeran una clara tendencia política. Eran obras en las que Sánchez Aguilar se posicionaba claramente contra las grandes corporaciones y los gobiernos neoliberales y advertía de algunos de los males de nuestra época como el ecolavado de las empresas, la ansiedad que provoca en el trabajador el capitalismo o la inutilidad de las redes sociales actuales para canalizar el descontento ciudadano. En esta novela corta el autor cambia totalmente de dirección ofreciéndonos una obra rural, menos política que las anteriores y que se desarrolla en el pasado. 


Si bien no hay ninguna referencia concreta en el libro, ni temporal ni topográfica ni siquiera antroponímica, podemos situarlo en un pueblo de montaña español en alguna de las primeras décadas del siglo XX. El hecho de que durante la narración se hable de una guerra podría llevarnos a pensar que estamos en los años treinta y cuarenta en España, justo antes y después de la Guerra Civil; esta cronología estaría acorde a algunas costumbres de los protagonistas y a los oficios que se desarrollan en la pequeña localidad de la historia. De todas formas, más allá de ese ambiente pueblerino y de esa época pretérita, la historia que desarolla va más allá de su contexto y nos presenta como tema principal la culturización de un entorno rural y atrasado. Estamos ante una reinterpretación del mito de la caverna platónico en la que un organista, el protagonista del libro, trata de llevar a la pequeña localidad de la montaña a la que ha sido destinado, el lenguaje de Dios a través de la música. Este ambicioso objetivo posee una gran tradición, citada en el libro, que entronca con las teorías de Pitágoras y tiene como referente la ‘Oda a Francisco Salinas’ de Fray Luis de León, uno de cuyos fragmentos aparece significativamente como cita inicial. 


Tanto el organista como su mujer son acogidos amablemente por los habitantes del pueblo, que se agolpan en la iglesia parroquial para escuchar cada domingo al virtuoso músico. Consigue ser bienvenido en un entorno tan cerrado gracias a que trae con él lo que uno de los personajes define como “nuevas melodías para este viejo pueblo” (pág. 48). Todo cambiará tras la guerra para el pueblo pero, sobre todo, para el organista, que, sin embargo, ahondará en su obsesión por traducir esa armonía de las esferas al pentagrama y ofrecérselo a los rudos pueblerinos mediante un concierto en el templo. La historia del organista deberá ser reconstruida posteriormente por un hombre que llega al pueblo representando a las autoridades para esclarecer lo ocurrido en aquel rincón alejado de la civilización. Este hombre se convierte en el narratario del relato que sobre la estancia del organista y de su mujer en la localidad realizarán varios habitantes del pueblo que lo conocieron. Adquiere, por lo tanto, un componente oral la historia ya que no tenemos nunca un narrador sino que son estas personas a las que escuchamos en todo momento y que se convierten, por su carácter de relatores, en personajes de gran importancia en la historia del músico. 


El primero al que escucha (y nosotros leemos) es un herrero. El fuego adquiere un gran simbolismo en la obra, especialmente en el final, e incluso se hace un paralelismo entre el organista y Prometeo, que le robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, pero el papel de este personaje es, como el del tabernero, representar al colectivo de los habitantes de la localidad. Mucho más interesantes son tanto el Padre (el sacerdote de la parroquia) como el Maestro; arrojan ambos una perspectiva diferente a la historia del organista aunque sus relatos, como el de todos los personajes, están mediatizados por su participación en la historia. El Maestro se presenta ante el hombre que realiza el informe como el único amigo del organista y su mujer, la única persona, con el sacerdote, que pudo entablar con ellos conversaciones filosóficas en un pueblo marcado por la ignorancia y el atavismo. 


Mención aparte merecen el Idiota y las Tres Hermanas, los otros dos personajes (este último colectivo) cuya voz escuchamos. El primero es un deficiente mental, despreciado por su padre (el Herrero), pero que se convierte en el confidente del organista. En un libro en el que cada frase, cada palabra casi, parece elegida tras una ardua meditación por parte del autor para dotarla de una gran carga simbólica, la forma de expresarse del Idiota (con frases breves y sencillas y transcritas sin puntuación) lo distinguen del resto y recuerdan al protagonista de ‘El ruido y la furia’ de Faulkner. Por su parte, las Tres Hermanas funcionan como una especie de coro de tragedia griega y si bien representan tres picos nevados cercanos a la localidad, actúan como contrapunto, acusándolos de mentir, de los personajes que van relatando la historia. 


Con un giro con respecto a sus anteriores obras, aunque vinculada estrechamente con ‘Los que escuchan’ por varios elementos que la configurarían como un hipertexto del anterior, ‘El órgano’ es una sobresaliente novela corta que confirma el lugar preponderante de Diego Sánchez Aguilar en la narrativa española contemporánea.


Reseña publicada en La Verdad:



miércoles, 9 de julio de 2025

La lengua herida - David Aliaga



Dibujar lo desconocido. Sobre La lengua herida de David Aliaga


Coinciden en no pocos aspectos la literatura y el cómic, el llamado noveno arte desde su (merecida) revalorización de las últimas décadas; de hecho, el término “novela gráfica” lo demuestra bien a las claras. Si bien son abundantes los libros de cómics protagonizados por escritores o que trasladan a este lenguaje novelas u obras de teatro conocidas, la ilustradora murciana, con su fantástico ‘Federico’ (2021) o su posterior ‘Trilogía rural’ (2022), es un ejemplo de ello, es bastante inusual la situación opuesta. Al menos en la literatura contemporánea española no son habituales novelas como ‘Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay’ de Michael Chabon protagonizadas por dibujantes de cómics. Si alguien podía ocupar este vacío, y hacerlo de la forma tan estupenda como lo hace en ‘La lengua herida’, es David Aliaga, a la sazón escritor y especialista en cómics.

La novela está protagonizada por un dibujante, Daniel P. Coen, que vuelve a tomar los lápices tras años centrado en su labor como profesor e investigador de la novela gráfica. Lo hace para llevar a cabo el proyecto por el cual ha sido becado por una fundación de Trieste y que consiste en contar en este formato la vida de su abuelo: Giuseppe Coen. Además de por su relación familiar, el interés que el nonno Bepo despierte en el protagonista viene determinado por una vida errante, marcada por su condición de judío que lo hizo tener que exiliarse desde su Trieste natal a Barcelona tras pasar por varias ciudades mexicanas. Será precisamente en una de las urbes norteamericanas en las que habitaron sus abuelos, la fronteriza Mexicali, adonde llega Daniel en busca de las pocas huellas que el nonno dejó allí. 

Además, P. Coen tiene un interés personal en la ciudad norteña, ya que allí pasó una temporada de joven realizando un curso con un peculiar dibujante norteamericano cuando aún soñaba con dedicarse profesionalmente al cómic. De aquella estancia, repleta de borracheras con amigos, conversaciones sobre literatura y algún fugaz noviazgo, quedaron dos sucesos que vuelven a aparecer en Mexicali cuando el Daniel adulto regresa tantos años después. El primero es el cómic, fanzine más bien, que publicó entonces y que ahora encuentra en una librería de segunda mano. El segundo es la chica a la que dedicó el ejemplar ahora recobrado, Lucía, una misteriosa curandera con la que solo coincidió tres veces pero cuyo recuerdo aún lo emociona; la búsqueda, tanto de esta mujer como de las huellas del abuelo en la ciudad, se convertirá en el leit motiv de todo el libro. 

En la narración de los hechos destaca la maestría de Aliaga en el uso del tiempo. La historia no sigue un orden cronológico, ni siquiera en el relato de las dos semanas que P. Coen pasa en Mexicali para documentarse, y son habituales las analepsis, a sucesos de la propia vida del protagonista o de su abuelo, pero también las prolepsis. Estos saltos se hacen hacia el futuro, narrándose por ejemplo episodios de cuando la hija del protagonista (una niña en la época del viaje a Mexicali) es ya una adulta. Una muestra de la maestría del autor catalán en este aspecto es el capítulo III, en el que durante un viaje en taxi hasta su hotel mexicano se van mezclando con habilidad diversos planos temporales. 

Si el tiempo adquiere, por su importancia en la ordenación de la trama y en las distintas épocas de la familia del protagonista, una destacada relevancia en el libro, el espacio también sobresale en un libro muy viajero. Además de Mexicali, la ciudad a la que vuelve P. Coen tras los pasos de su abuelo y de su propia experiencia previa, Barcelona es la otra urbe central en el libro. Representa la ciudad condal el espacio familiar: allí se establecieron finalmente sus abuelos, allí vivió momentos felices con su ex mujer y ahora con su nueva pareja y allí crece su hija Leah. Otro lugar fundamental, aunque desde un punto de vista más lateral, es Trieste, el puerto adriático del que huyó el nonno y al que Daniel regresó también, casi sin querer, indagando sobre los primeros años de su abuelo en una visita que se convirtió en el germen de la beca que lo ha llevado a embarcarse en la elaboración de la novela gráfica que ahora ha comenzado. Todos estos lugares, junto con otros de menor relevancia como el Cabo de Gata o Salónica, están directamente relacionados con dos temas de gran relevancia en el libro: el judaísmo y las lenguas. 

Al igual que hace Eduardo Halfon, un autor con el que encuentro numerosas similitudes en ‘La lengua herida’, David Aliaga pone en un lugar preponderante su identidad cultural: un judío (con momentos más cercanos y otros más lejanos a la religión) que ha vivido toda su vida en un país “gentil” y que indaga en la historia de sus antepasados, marcados por el Holocausto, para conocerse mejor. Si bien el protagonista no lleva su nombre, como sí ocurre en los libros de Halfon, el elemento autobiográfico es obvio, como deja claro que P. Coen llame al personaje principal de su novela gráfica David Aliaga. 

En relación a la itinerante vida familiar, marcada por la persecución sufrida en Europa por el hecho de ser judíos, la lengua es el otro tema central del libro. En la familia se habla castellano, catalán, mexicano, italiano, hebreo, yiddish y ladino. Estos últimos idiomas han estado marcados por la emigración y el antisemitismo sufrido por la familia y a cualquiera de ellos se les puede poner el calificativo del título, son “lenguas heridas”, que de manera literal se refiere al corte que se hizo P. Coen cuando huía de una manifestación en su primera estancia en Mexicali y que le permitió conocer a Lucía, que lo curó. 

Con estos mimbres Aliaga escribe una novela breve pero con una gran complejidad estructural y una enorme hondura en el tratamiento de temas como la herencia judía o la posibilidad de que la ficción, una novela gráfica en este caso, arroje luz sobre la historia familiar.


Reseña publicada en La Verdad. 






domingo, 15 de junio de 2025

Gomes y Cía - Antonio Parra Sanz



 Gomes y cía, Antonio Parra Sanz, MAR editor, 2025, 168 páginas. 


En un género tan estandarizado como es la novela negra, es complicado ofrecer algo diferente, algo que satisfaga a los lectores pero que, simultáneamente, los sorprenda. Antonio Parra Sanz, experto en el género tanto desde su faceta como organizador de Cartagena Negra, como en sus críticas literarias como en sus novelas, lo hace en este libro optando por un formato poco habitual en este tipo de historias: el relato. Así, en vez de ofrecernos una novela que desarrolle un nuevo caso de Gomes, el descreído detective madrileño afincado en Cartagena, opta por multiplicar por siete los enredos que debe desentrañar en otros tantos cuentos. 

La extensión de los textos marcan lo que nos vamos a encontrar en el libro: investigaciones sobre desapariciones o comportamientos sospechosos de un familiar que se resuelven de manera mucho más directa que lo hacen en una novela negra, que adolecen a menudo de un exceso de giros en la trama y pistas que resultan falsas y que a menudo van en detrimento de su lectura. Aquí, sin embargo, se mantiene el protagonista arquetípico del género: un detective duro pero con buen corazón, bebedor (de vodka), con un pasado turbio, una relación sentimental con demasiados altibajos (con la forense Silvia) y con una colaboración no exenta de desconfianza con la policía (con el inspector Inglés). A ello le sumaremos un variopinto desfile de personajes que a menudo circulan por los bajos fondos cartageneros, la ciudad que sirve de telón de fondo de los siete relatos y que se convierte en una de las protagonistas del libro. 

En la mayoría de relatos se sigue también la estructura habitual del género: Gomes se hace cargo de un caso y va narrando en primera persona su investigación hasta hallar al responsable de un asesinato, a la persona desaparecida o el misterio sobre el que se quiere arrojar luz. Todo ello con la habitual solvencia de Antonio Parra Sanz y con la brevedad que impone el cuento que obliga a dejar de un lado las historias secundarias. El único que se aparta de este modelo es el último, ‘Cobi 92’, en el que Gomes no es el narrador sino que conocemos la historia a través de varios testigos o de las conversaciones de los personajes. 

Existe, aunque estemos ante siete relatos independientes, una estructura interna que recorre todo el libro gracias a varios elementos que se van repitiendo. A aspectos ya citados como el protagonismo de Gomes, la temática de las historias o el escenario cartagenero, podemos añadir la importancia que tienen varios personajes secundarios, especialmente Silvia y el inspector Inglés pero también la madame Aurori o el portero Arturo, que van apareciendo en varios de los relatos y protagonizan el último. Además, se observa una evolución temporal de los acontecimientos desde el primer y último relato marcados por la inminencia de la pandemia en las primeras páginas y la desescalada que se cita más adelante. 

Parra Sanz nos ofrece una manera diferente de acercarse al género del relato de detectives a través del cuento, brevísimo en el caso de ‘Un recado muy especial’ de solo tres páginas, con historias sobre malos tratos, desapariciones, homicidios, tráfico de drogas o agresiones.


sábado, 31 de mayo de 2025

Oposición - Sara Mesa


 

LA TELA DE ARAÑA DE LA BUROCRACIA. SOBRE ‘OPOSICIÓN’ DE SARA MESA.


Existe en la literatura un claro referente cuando se trata el tema de las dificultades de enfrentarse a la burocracia: ‘El proceso’ de Franz Kafka. El escritor checo, hace ya más de un siglo, retrató de manera magistral los absurdos y laberínticos caminos por los que transita la administración pública y que desesperan, provocando reacciones que van desde la incomprensión a la ira, al usuario afectado. La vigencia del adjetivo “kafkiano” para referirse a las situaciones en las que la burocracia suele colocar a los afectados de sus sinsentidos da muestra de que poco ha cambiado desde lo descrito por Kafka hasta nuestros días. Pero hay otro referente más cercano y directo en el caso de este libro de Sara Mesa y es otra obra escrita también por la autora sevillana nacida en Madrid: ‘Silencio administrativo’ (2019). En esta breve crónica, se relataba la historia de una mujer sin techo que buscaba recibir una ayuda y que se perdía en el “laberinto burocrático”, según sintagma usado en el propio subtítulo del libro. Lo que ‘Silencio administrativo’ retrataba desde fuera y con una historia real, ‘Oposición’ lo hace desde dentro y mediante la ficción. 

Porque en esta novela no asistimos a la lucha de un ciudadano, de un Josef K., para tratar de comprender primero y luchar después contra la injusticia de ese monstruo ciego y sordo que es la burocracia, sino que se nos ofrece la perspectiva de una trabajadora del sistema, que lo cuestiona desde dentro. Sara Villalba, la narradora y protagonista, es una veinteañera que accede a un puesto en la administración de manera interina y que es animada por sus compañeras y por su madre a que apruebe (“gane”) una oposición, para que la suerte que ha tenido al conseguir ese puesto temporal se transforme en éxito al lograr una plaza de funcionaria. Sara se deja arrastrar por ese deseo que todo el mundo parece compartir sobre su futuro y comienza a estudiar sin demasiado convencimiento para el examen. Pero, ¿desea Sara convertirse en funcionaria?

Su trabajo interino en la administración le ofrece un conocimiento claro de lo que podría ser el resto de su vida: un trabajo relativamente cómodo, con un sueldo fijo y seguro que le permita emanciparse, pero tremendamente aburrido y, esto es lo que más la atormenta, con un funcionamiento que primero le cuesta entender y después compartir. Sara Mesa retrata con maestría la peculiar naturaleza de la administración pública, un ente que funciona como una especie de sociedad paralela a la nuestra en la que solo unos pocos iniciados, los funcionarios, parecen saber desenvolverse y que desespera a los usuarios por sus ignotos mecanismos que dificultan a los nuevos trabajadores integrarse en ella. Así, Sara pasa meses sin hacer prácticamente nada o realizando tareas realmente simples o que carecen de una finalidad clara. A la chica protagonista le cuesta entender que la lógica de la burocracia es una lógica interna, diferente a la que rige en la vida cotidiana y que impide, por ejemplo, dirigirse al compañero de la mesa contigua sin hacerlo a través del procedimiento adecuado: una nota interna que un ordenanza trasladará con acuse de recibo. 

Como toda sociedad, la burocracia tiene tanto un lenguaje como un tipo de relaciones sociales propias y Mesa retrata ambos con una sagacidad que se encuentra entre lo más meritorio del libro. El lenguaje burocrático es un constructo en el que se alternan fórmulas, tecnicismos y eufemismos y que parece haberse creado para estandarizar las comunicaciones en la administración pero también para alejar de su conocimiento a cualquier profano en la materia. Uno de los compañeros de Sara, el Monago, se presenta como un maestro en el empleo de este tipo de léxico en el que “los problemas eran problemáticas; las personas, sujetosIndicar era mejor que poner, cumplimentar mejor que rellenar” (93). La protagonista se rebela frente a este lenguaje, como lo hará contra el propio funcionamiento de la administración, creando poemas fonéticos con fragmentos de instancias desechadas, en un ejercicio que también tiene el objetivo de gastar un tiempo que parece sobrarle en su trabajo y que la lleva además a realizar dibujos en su horario laboral. 

En cuanto a las relaciones sociales que se establecen dentro de toda oficina, la novela es un perfecto muestrario de los sentimientos de amistad, odio, resquemor, envidia y desconfianza que reinan en este tipo de espacios. Sara es acogida en un primer momento por su juventud y por ser nueva por veteranos como Teresa, su jefa directa, y Beni, una compañera que desarrollará hacia ella una especie de instinto maternal. Sin embargo, después conocerá a Sabina, una informática que por edad está más cerca de Sara y a la que se unirá en detrimento de sus compañeros más veteranos en el desayuno, momento sagrado y central en el microcosmos social de la oficina. Además, en este peculiar entorno destaca la espectral figura del jefe del negociado número dos, un gris y anodino funcionario que atraerá la atención de Sara por su extraño comportamiento y, sobre todo, por su ignoto trabajo. 

Sara Mesa nos va mostrando, a través de una narradora cuya perspectiva, recordemos, siempre es la que nos presenta los hechos, los entresijos de una oficina de la administración pública. La novela está siempre marcada por el humor con el que la narradora retrata lo absurdo, lo kafkiano, de este sistema de organización de las instancias y procedimientos que en principio deberían ayudar al ciudadano pero que a menudo acaban por desesperarlo. La clave de la novela acaba siendo la falta de integración de Sara en este entorno burocrático y en la sociedad paralela que allí dentro se crea; la protagonista, primero desde el desconocimiento y después desde la falta de integración en él, se preguntará si eso es lo que quiere para el resto de su vida, si “ganar” la oposición será un premio o una condena que la atrape para siempre en la tela de araña del trabajo burocrático.


Reseña publicada en La Verdad:




lunes, 12 de mayo de 2025

La ballena azul - Raúl Quinto


 

La ballena azul de Raúl Quinto: indagar en lo ominoso. 


De entre todos los perjuicios que nos ha traído internet, que no son pocos, uno de los más perturbadores son los retos virales. Si bien algunos de ellos son inocuos o hasta divertidos, como aquel de tirarse un cubo de agua por encima o el de hacer un baile grupal, otros se adentran en lo siniestro. En concreto, Raúl Quinto se fija en el que en 2017 se puso de moda en algunos países y que bajo el nombre de “la ballena azul” incitaba al “jugador” a realizar varias pruebas extremas, entre las que destacaban el visionado de vídeos de terror o la autólisis. El supuesto y demencial reto podía llegar en su quincuagésima y última prueba a inducir al suicidio, algo que se llevó a la realidad en algunos tristes casos, normalmente en adolescentes. 

Quinto, tras el éxito de Martinete del Rey Sombra, se ha propuesto en La ballena azul llevar al formato libro este siniestro reto de internet y ha dado uno de los libros más duros y extremos que se hayan publicado en España en los últimos años. Y es que aquí el lector (o el narratario, más bien) se convierte en el “jugador” del reto y el narrador, bajo el nombre de Voltaire Rojo, le va dando indicaciones sobre lo que debe hacer en cada una de las pruebas. Así, e imitando el reto digital, en cada uno de los cincuenta capítulos se dan instrucciones para hacerse cortes, pasar un día sin hablar, subirse a lo alto de un edificio, despertarse a las 4:20 o ver vídeos de terror extremo. Quinto emplea ese lenguaje manipulador propio del creador del juego, un joven ruso que acabó siendo juzgado por inducción al suicidio, en textos en los que poco a poco se pretendía socavar la voluntad de los jóvenes “jugadores” y llevarlos hasta el extremo que los animaba a saltar de lo alto de un edificio.

Si el resultado de esto no fuera lo suficientemente perturbador, Raúl Quinto va más allá y completa estas “pruebas” con la narración de diferentes episodios reales unidos por su carácter siniestro. En muchos de los capítulos, especialmente en la segunda mitad del libro, el narrador realiza una especie de indagación en lo ominoso, poniendo ejemplos de hasta dónde puede llegar la maldad del ser humano para influir en el narratario. En estas páginas, las mejores del libro a mi juicio, hallamos historias como la de un exorcismo que acabó en asesinato en Almansa a principios de los años noventa, la de la secta de los davidianos y su polémico final a manos del FBI, la de un siniestro doctor japonés y sus demenciales experimentos o de las terribles condiciones en las que vivían los niños rumanos en los hospicios del final de la dictadura de Ceausescu. 

Con todo ello construye Raúl Quinto una obra muy dura, no apta para lectores sensibles y en la que bucea en las simas de la oscuridad del comportamiento humano para tratar de entender las razones de la maldad más absoluta.  


miércoles, 23 de abril de 2025

Se acabó el recreo - Dario Ferrari


 

Se acabó el recreo de Dario Ferrari: historia de dos Italias. 


Pocos países existen más cercanos a España que Italia. Tanto geográfica como culturalmente su posición siempre se ha sentido muy apegada a nuestro país y no han sido pocos los momentos de la historia en los que ambas naciones se han encontrado. Además, su lengua tan (aparentemente) similar a la nuestra nos hace albergar la ilusión de saber italiano cuando en realidad tan solo lo comprendemos superficialmente. Con Se acabó el recreo de Dario Ferrari el lector español se dará cuenta, como el visitante ibérico que intenta comprender una conversación entre dos italianos, que en realidad no conoce tanto sobre el país transalpino. Estamos ante una novela muy anclada a la historia reciente italiana, lo cual supone, desde mi punto de vista, el principal atractivo y a la vez la mayor dificultad para el lector español.  

Y es que este libro nos ofrece, en primer lugar, un retrato del mundo universitario italiano, con su complejo sistema de relaciones personales y académicas vinculadas a una jerarquía que coloca al catedrático como sumo pontífice que reparte prebendas en forma de puestos de trabajo. Si bien es cierto que este sistema no dista tanto del español, por desgracia, el hecho de que el departamento protagonista sea el de Italianística puede dificultar la lectura del libro, ya que nos podemos perder en el sistema educativo italiano y también desconocer varios de los múltiples autores autóctonos citados. A pesar de ello, Dario Ferrari evita ofrecernos una novela académica para centrarse más en las relaciones sociales existentes en este particular universo. 

El libro describe cómo Marcello, el narrador, un despistado y peterpanesco treintañero de una localidad cercana a Pisa, encuentra una inesperada salida profesional en la beca predoctoral que consigue y que lo alejará de los trabajos precarios y las borracheras con los amigos. Entra así en un universo de empollones, eruditos, odios mantenidos durante décadas, alianzas estratégicas para conseguir una plaza, estancias liberadoras en el extranjero, citas bibliográficas interesadas e insultos vestidos de (aparentes) elogios. Se trata de un mundo en el que reina el profesor Sacrosanti (obsérvese lo simbólico de su apellido), un italianista que decide desde su cátedra el destino de decenas de estudiantes y profesores. Marcello es tan ajeno a este sistema de castas, él ha sido un estudiante brillante pero poco ordenado, que debe ser el abnegado Carlo, un profesor asociado que anhela recibir la plaza que lleva años esperando pacientemente, el que le explique los códigos propios de este peculiar ámbito. 

Ferrari consigue con en el punzante y acertado retrato de este microcosmos, que llega a su culmen en el congreso organizado por el departamento pisano, algunas de las páginas más destacadas del libro. Si bien se centra en las peculiaridades de la universidad italiana, su satírica descripción de los juegos de poder propios de estos centros educativos son, me temo, universales, y se reconocen tics de las instituciones españolas. Esta primera parte del libro, con un Marcello aún ingenuo y novato en las lides del mundo académico, y con un tono aún desenfadado y humorístico, relacionan Se acabó el recreo con otras novelas de campus como Zafarrancho en Cambridge de Tom Sharpe o El mundo es un pañuelo de David Lodge. 

El tema elegido por Sacrosanti para que Marcello haga la tesis doctoral permite a Ferrari completar este retrato del mundo universitario italiano con otro de una época muy compleja de su país natal: los años de plomo, es decir, la violencia política sufrida por esta nación durante los setenta y ochenta. El catedrático pisano encarga a su atolondrado pupilo que realice un monográfico sobre Tito Sella, un terrorista de izquierdas de Viareggio, la localidad natal del propio Marcello, que durante su estancia en la cárcel escribió varios libros que le granjearon cierta fama como escritor. Lo que en un principio es un incordio para el narrador, acaba convirtiéndose en una obsesión que lo llevan a leer todo lo que hay sobre él, a instalarse en París para consultar su archivo, a reescribir sus memorias (la parte central del libro) y hasta a acabar identificándose con el propio Sella. 

Es en esta segunda parte donde la novela se torna mucho más seria y el propio Marcello adquiere, por fin, la madurez que había ido esquivando. En ‘La estantigua’, el capítulo en el que el investigador reconstruye, a través de los apuntes del propio Sella, cómo este y sus amigos pasaron en los años setenta de ser unos jóvenes apenas concienciados a convertirse en una célula terrorista, asistimos a las peculiaridades de la política italiana de la época, cuando la violencia era un medio empleado habitualmente en ambos extremos del espectro ideológico. Si bien, de nuevo, se citan nombres de personajes u organizaciones de la vida pública italiana de la época apenas conocidos en España, el interés que suscitan los dilemas a los que se enfrentarán los protagonistas, especialmente Tito Sella, suponen un gran aliciente para el lector. 

A pesar de algunos giros algo inverosímiles hacia el final del libro, Dario Ferrari nos ofrece una novela estupenda, con un protagonista que avanza y cambia conforme va conociendo una época que le era casi desconocida y que nos ofrece un retrato profundo de dos Italias aparentemente alejadas, la universitaria contemporánea y la militante de los años setenta, que acabarán confluyendo.


martes, 1 de abril de 2025

Iba yo a ninguna parte - Rubén Bleda



Retrato del artista emergente. Sobre Iba yo a ninguna parte de Rubén Bleda. 


    Pocos títulos como este Iba yo a ninguna parte definen mejor el contenido del libro del que son pórtico y definición, paratexto e interlocutor. En esta sucinta y (aparentemente) extraña oración tenemos ya algunas de las claves de la lectura de este primer libro del murciano Rubén Bleda. En primer lugar, el verbo en pasado se corresponde con el espíritu del libro: retratar un lapso en la vida del autor. Los cuarenta y cuatro textos breves (entre el párrafo y las tres páginas) que se incluyen en el volumen fueron escritos durante la treintena del autor, tal y como explica en el prólogo. Su vida entonces, varada entre la juventud ya acabada y la adultez aún no establecida, si asociamos esta a un trabajo fijo, una familia y una descendencia, se mueve durante esta década entre trabajos precarios, salidas nocturnas y muchas indecisiones sobre el futuro.

    El pronombre personal del título no ofrece dudas sobre el componente autobiográfico del libro. El autor se coloca a través de esta primera persona en el imafronte de un volumen en el que encontraremos recuerdos de la infancia perdida, brindis (metafóricos y reales) con amigos y situaciones laborales desconcertantes. Son estos textos en los que relata las curiosas situaciones que vive cobrando el seguro de decesos (“el de los muertos”) las partes más humorísticas y costumbristas de un libro más bien analítico y reflexivo, en el que importa más el pensamiento que la acción, la mirada que el suceso. Lo interesante, por lo tanto, no es lo que le ocurre, acontecimientos casi todos ellos entre lo cotidiano y lo anodino, sino la perspicaz mirada que halla luz en los escasos intersticios de la compacta realidad.

    El “a ninguna parte” con el que el paratexto concluye adelanta al lector otra de las claves del libro, en este caso, desde el punto de vista del estilo. La prosa de Bleda se adentra a menudo en terrenos poéticos, dejando a un lado tramas y personajes para envolver las reflexiones que son la columna vertebral de los textos con un estilo que sin ser lírico sí que posee un gusto por la metáfora y por el juego de palabras. Ese “ir a ninguna parte” puede ser leído como una paradoja, aunque yo lo entiendo como una metáfora tal y como expondré después, que adelanta los numerosos tropos que encontramos a lo largo del libro. Así, el propio lenguaje se convierte en protagonista y se discurre sobre las similitudes fónicas entre las palabras “muerte”, “suerte” y “fuerte”, se reflexiona sobre por qué “nos arrojan al mundo” o se nos ofrecen imágenes tan llamativas como una “penumbra de algas negras”. 

    El título, en su conjunto, se puede entender de manera literal y metafórica. Muchos de los textos están protagonizados por un paseante, un flaneur en la propia ciudad del autor, o en Tánger, o, incluso, en la propia casa, de la que es difícil salir un lunes por la mañana. Son escritos del que no ha ido a ninguna parte pero el que ha llegado a un lugar diferente del que salió, aunque sea este el mismo espacio inicial. Como metáfora lo leo como interpretación de ese momento vital al que antes he aludido, el de un treintañero que zozobra en la indefinición del que no parece tener un rumbo claro pero que se mantiene firme asido a su mirada sobre la realidad y al apoyo de un puñado de amigos y de la literatura (hay referencias a Huidobro, Byron o a Goethe). 

    Se configura así este Iba yo a ninguna parte como el retrato de un escritor que da aquí sus primeros pasos firmes en la literatura, con textos pulidos y brillantes como cristales enterrados en la arena, y que seguro que nos ofrecerá nuevos libros en el futuro.