martes, 1 de abril de 2025

Iba yo a ninguna parte - Rubén Bleda



Retrato del artista emergente. Sobre Iba yo a ninguna parte de Rubén Bleda. 


    Pocos títulos como este Iba yo a ninguna parte definen mejor el contenido del libro del que son pórtico y definición, paratexto e interlocutor. En esta sucinta y (aparentemente) extraña oración tenemos ya algunas de las claves de la lectura de este primer libro del murciano Rubén Bleda. En primer lugar, el verbo en pasado se corresponde con el espíritu del libro: retratar un lapso en la vida del autor. Los cuarenta y cuatro textos breves (entre el párrafo y las tres páginas) que se incluyen en el volumen fueron escritos durante la treintena del autor, tal y como explica en el prólogo. Su vida entonces, varada entre la juventud ya acabada y la adultez aún no establecida, si asociamos esta a un trabajo fijo, una familia y una descendencia, se mueve durante esta década entre trabajos precarios, salidas nocturnas y muchas indecisiones sobre el futuro.

    El pronombre personal del título no ofrece dudas sobre el componente autobiográfico del libro. El autor se coloca a través de esta primera persona en el imafronte de un volumen en el que encontraremos recuerdos de la infancia perdida, brindis (metafóricos y reales) con amigos y situaciones laborales desconcertantes. Son estos textos en los que relata las curiosas situaciones que vive cobrando el seguro de decesos (“el de los muertos”) las partes más humorísticas y costumbristas de un libro más bien analítico y reflexivo, en el que importa más el pensamiento que la acción, la mirada que el suceso. Lo interesante, por lo tanto, no es lo que le ocurre, acontecimientos casi todos ellos entre lo cotidiano y lo anodino, sino la perspicaz mirada que halla luz en los escasos intersticios de la compacta realidad.

    El “a ninguna parte” con el que el paratexto concluye adelanta al lector otra de las claves del libro, en este caso, desde el punto de vista del estilo. La prosa de Bleda se adentra a menudo en terrenos poéticos, dejando a un lado tramas y personajes para envolver las reflexiones que son la columna vertebral de los textos con un estilo que sin ser lírico sí que posee un gusto por la metáfora y por el juego de palabras. Ese “ir a ninguna parte” puede ser leído como una paradoja, aunque yo lo entiendo como una metáfora tal y como expondré después, que adelanta los numerosos tropos que encontramos a lo largo del libro. Así, el propio lenguaje se convierte en protagonista y se discurre sobre las similitudes fónicas entre las palabras “muerte”, “suerte” y “fuerte”, se reflexiona sobre por qué “nos arrojan al mundo” o se nos ofrecen imágenes tan llamativas como una “penumbra de algas negras”. 

    El título, en su conjunto, se puede entender de manera literal y metafórica. Muchos de los textos están protagonizados por un paseante, un flaneur en la propia ciudad del autor, o en Tánger, o, incluso, en la propia casa, de la que es difícil salir un lunes por la mañana. Son escritos del que no ha ido a ninguna parte pero el que ha llegado a un lugar diferente del que salió, aunque sea este el mismo espacio inicial. Como metáfora lo leo como interpretación de ese momento vital al que antes he aludido, el de un treintañero que zozobra en la indefinición del que no parece tener un rumbo claro pero que se mantiene firme asido a su mirada sobre la realidad y al apoyo de un puñado de amigos y de la literatura (hay referencias a Huidobro, Byron o a Goethe). 

    Se configura así este Iba yo a ninguna parte como el retrato de un escritor que da aquí sus primeros pasos firmes en la literatura, con textos pulidos y brillantes como cristales enterrados en la arena, y que seguro que nos ofrecerá nuevos libros en el futuro. 

domingo, 9 de febrero de 2025

El borde cortante - Ginés Sánchez


 

El borde cortante, Ginés Sánchez, Tusquets, 2025, 315 págs. 


Pocas épocas más complicadas de narrar que la adolescencia. Pocos estados más difíciles de ser reflejados en un libro que los problemas mentales. Ginés Sánchez arrostra las dificultades que ambas realidades presentan para un escritor y tirando de oficio nos ofrece una novela solvente sobre tres jóvenes con graves problemas psíquicos. Lo hace en una novela de una enorme calidad literaria, en la que sabe dosificar la tensión hasta el final climático y que tiene su mayor acierto en la creación del trío protagonista. 

El borde cortante cuenta un fin de semana en la vida de tres amigas adolescentes. Lo que en un principio podría parecer anodino, se convierte en una bomba de relojería cuando añadimos a la ecuación que dos de ellas se han escapado de un hospital psiquiátrico y que la tercera parece no haberse recuperado del todo de su paso por esta institución. Carrie, la única que ha sido dada de alta y la que invita a las otras dos a pasar su “permiso” en su casa de la playa, es una chica que se autolesiona y que tiene una obsesión enfermiza con una antigua amiga que ahora le hace el vacío. Si a su inestable situación mental le añadimos una madre ausente, que pasa el fin de semana en Marruecos con su nuevo novio, y dos compañeras que aún reciben tratamiento en el manicomio, el cóctel parece estar listo para el desastre. 

Por su parte, Litolbely, parece la más sosegada de las tres. Se trata de una adolescente huidiza y ensimismada, que pasó durante su infancia por varias familias de acogida y que sufre extraños brotes psicóticos que la animalizan. Establece una relación de casi dependencia con la tercera de las tres muchachas, Mari Cruz, el vértice más extremo de este disfuncional triángulo adolescente. Ella está ingresada por un oscuro episodio del pasado con sus hermanos menores; su madre la teme y protege al resto de sus hijos de una chica que parece la más resolutiva y madura de las tres pero que esconde una oscuridad mayor que la de sus amigas. El trío protagonista se completa con varios secundarios, entre los que destacan sus familiares y dos personajes llamados Juan Manuel de diferente edad. Mientras que el Juan Manuel viejo apenas tiene un papel tangencial en la trama y no se desarrolla tanto como podría esperarse en un principio, el protagonismo del Juan Manuel joven acaba creciendo en la última parte de la trama. 

Podemos hallar en El borde cortante algunos elementos que vinculan esta obra con las últimas novelas del autor. Por ejemplo, la ciudad de Murcia, como en su reciente De tigres y gacelas (2023), el campo de la provincia y sus costas son los espacios en los que se desarrolla la trama y la contaminación del Mar Menor y la corrupción que la favorece es un tema fundamental en el libro gracias al personaje del joven Juan Manuel. El protagonismo femenino ya estaba en Las alegres (2020) y en Mujeres en la oscuridad (2018), mientras que la adolescencia era central como aquí en Entre los vivos (2015).

A pesar de estas concomitancias, El borde cortante discurre por derroteros diferentes. Destaca, además por un trío protagonista muy carismático y una trama de gran interés, por un manejo excelente de la prosa en la que sobresalen los diálogos, el empleo de las metáforas en la narración de los brotes psicóticos de las chicas y la inclusión de palabras propias la jerga adolescente (por ejemplo, con neologismos como "me renta" y de anglicismos como "chill"). Con estos ingredientes, la novela alcanza una altura literaria que confirma, de nuevo, a Ginés Sánchez como uno de los narradores contemporáneos más sólidos.

sábado, 18 de enero de 2025

Ropasuelta - Santos Martínez


 
El bucolismo sucio de Santos Martínez


Existe una gran tradición en la historia de la literatura de crear territorios inventados. Desde Camelot hasta Macondo, pasando por Comala, Región, Liliput o la Tierra Media, todos ellos tenían diversos grados de realismo y, o bien partían de lugares que existen, como la Colombia que García Márquez transformó en ‘Cien años de soledad’, o, directamente, nacían de la imaginación prodigiosa de su autor, como fue el caso de Tolkien. Santos Martínez se ha unido a esta estirpe y ha creado un lugar muy peculiar donde se desarrolla esta, su primera novela: Fuente Librilla. 

Por supuesto, muchos lectores de esta reseña objetarán que ese espacio existe en la realidad y que se corresponde con una pedanía de Mula situada a los pies de Sierra Espuña. Ya lo sé. Sin embargo, el pueblo en el que se desarrolla la trama principal de ‘Ropasuelta’ es una Fuente Librilla que si bien tiene mucho que ver con la real, está pasada por el tamiz de la imaginación del autor del libro y por la ficción. Este es ya el primer aspecto fundamental en el análisis de la novela: su estatuto ficcional. El hecho de que el pueblo natal del autor sea en el que se ubique la acción y que su nombre, edad y trayectoria laboral coincidan con (al menos parcialmente) los del Santini de la novela nos hace pensar en que sus experiencias personales están muy presentes en estas páginas. De todas formas, no debemos olvidar que estamos ante una novela y que lo autobiográfico es pues quizás el sustrato de la trama pero no el marco desde el que debemos leer la historia. 

El relato se estructura como un diario de la navidad de 2019 que el narrador pasa en su casa familiar tras casi una década alejado geográfica y, sobre todo, sentimentalmente del pueblo. Han sido unos años de estudios, trabajos precarios, una primera relación amorosa seria y de cambiar la vida en comunidad de Fuente Librilla (donde todo el mundo lo conoce) por la más anónima pero también libre de diversas ciudades. Es en ese choque entre lo urbano y lo rural donde radica la principal virtud del libro: Santos Martínez retrata con agudeza, realismo sucio y mucho humor un espacio que conoce muy bien y que solo con el paso de los años, al volver como hace Santini desde fuera, se puede retratar con la perspectiva adecuada del que pertenece a un sitio aunque lleve muchos años sin habitar allí. La Fuente Librilla del libro es un pueblo marcado por la falta de oportunidades para los jóvenes, que deben buscarse la vida fuera si quieren prosperar, por las tradiciones arraigadas como si fueran leyes y por los comentarios que juzgan la vida de todo el mundo. Un lugar tranquilo, en el que todo el mundo te conoce y te saluda por la calle, pero que esconde tras sus fachadas rencores hundidos en el pasado. 

A esta vuelta al pueblo, Santini une la vuelta a la familia, con la que también llevaba años separado. Si bien su madre, que representa a la típica ama de casa abnegada, lo acoge bien, la relación con su padre se ha resentido y el narrador debe luchar por volver a ser aceptado por Matías, el Ropasuelta, el apodo con el que es conocido en todo el pueblo. Es este personaje el otro protagonista del libro ya que choca una y otra vez con su hijo debido a su carácter irascible, su orgullo y sus costumbres atávicas. Se trata de un rudo y malhablado tendero que acaba de jubilarse y que siente que su hijo lo abandonó. 

Durante todas las Navidades, Santini tratará de recomponer la relación con su padre por un doble motivo: en primer lugar, el más obvio, por ser perdonado por su progenitor e integrarse de nuevo en su familia, pero, también para que le cuente los motivos que llevaron a Sixto de la Cierva, el millonario del pueblo, a abandonar para siempre Fuente Librilla unos años atrás. Según descubre el narrador, el motivo principal puede estar relacionado con su propio padre y aunque trata de interrogarlo sobre el asunto, el Ropasuelta se niega una y otra vez por orgullo y por su aversión a  las conversaciones profundas. 

Este misterio, en el que se conjuga el pasado del pueblo y el de su propia familia, obsesiona desde su vuelta a Santini que lo considera un tema ideal para escribir una novela. Con ella busca volver a conectar con sus raíces pero a la vez darle un vuelco a una vida que está en punto muerto. El pueblo, que se entera de todo como en los lugares pequeños suele ocurrir, bautiza al protagonista como “escritor”, en un calificativo que mezcla admiración y cierto retintín. No faltan los vecinos que le dan información sobre Sixto de la Cierva, como su vecina Sara con la que desea comenzar una relación amorosa que una y otra vez acabará siendo boicoteada por la impericia de Santini, o que le exigen ser retratados en el libro, como los matones de Alfredo y el Pakero.

Durante el proceso de creación de la novela, que se convertirá en el eje del libro junto con la carrera popular para la que entrenan juntos padre e hijo, Santini contará con la guía de su ídolo: el escritor norteamericano Dayo Kane. Este autor, una especie de Bukowski, le dará a través de las páginas de sus libros algunos consejos que el narrador seguirá como si de mandamientos se tratase. El propio estilo de ‘Ropasuelta’ se puede enmarcar en ese realismo sucio que el tal Kane parece encarnar y que aquí se adapta a la Murcia rural. Las páginas de la novela están llenas de murcianismos y de expresiones coloquiales, cuando no vulgares, que nos llevan a la Fuente Librilla real y que le otorgan al volumen una autenticidad nada impostada. El retrato del pueblo se alterna con el relato de las vivencias de Santini en Murcia, Barcelona y Berlín, que funcionan como el contrapunto urbano de un libro en el que bucolismo y realismo sucio se dan la mano con brillantez


Reseña publicada en La Verdad:





miércoles, 8 de enero de 2025

Un gran señor - Nina Bouraoui


 
Un gran señor, Nina Bouraoui, Tránsito, 2024, 195 págs. 


    Aborda Nina Bouraoui un tema bastante común en la historia de la literatura: la muerte de alguien querido o admirado. Por la cercanía con el autor y por el cúmulo de sentimientos que lo abordan ante esta situación es normal que en su momento adquiriera incluso el estatus de subgénero: la elegía. Un gran señor aporta varios elementos que considero que otorgan originalidad y valor a la obra. En primer lugar, el estilo de Bouraoui, que ahonda en sus sentimientos y en su relación con su padre, el familiar que está a punto de fallecer, sin caer en sentimentalismos y con un lirismo que se conjuga perfectamente con la narración de los hechos. También por la personalidad de su progenitor, en la que más tarde ahondaré. Pero, especialmente, este libro destaca por el espacio donde se desarrolla: un hospital parisino de cuidados paliativos. 

    El Jeanne-Garnier es un centro especializado en ofrecerles a los enfermos incurables un tratamiento adecuado para sus últimos días. Se trata, paradójicamente,de un hospital que no cura y que solo puede mitigar el dolor: el de los que allí están ingresados (ofreciéndoles calmantes o tratando sus cuerpos para que no se llaguen) y el de los familiares cuando el desenlace arriba. Se trata de un espacio liminar, en el que la espera de algo terrible pero muchas veces deseado es el centro de cada minuto que se pasa entre sus paredes y que la familia de la narradora trata, como todas, de llevar lo mejor posible. Es en la narración de los últimos días del padre en este hospital donde se encuentran las mejores páginas del libro; Bouraoui relata con emoción y sensibilidad cómo ella, su hermana y su madre pasan los últimos momentos junto al hombre que ha marcado sus vidas. 

    Este relato se complementa con analepsis en los que se cuentan episodios significativos de la relación paterno-filial y, especialmente, de la vida del padre. Su postración en la cama hospitalaria por un cáncer terminal contrasta con una primera parte de su vida siempre en movimiento. Nacido en una humilde familia argelina, se convirtió, tras estudiar en Francia, en un alto funcionario que viajó por medio mundo y que participó en episodios relevantes de la historia de su país y de otras naciones en las que se movía entre diplomáticos y políticos. Sin embargo, la violencia en Argelia de las últimas décadas del siglo XX acabó, primero, con la residencia de la familia en Argel, y, después, con su carrera, convirtiéndolo a partir de entonces en un prejubilado que deambulaba por París en busca de algo que hacer. 

    En la historia familiar hay dos aspectos que adquieren especial protagonismo en el libro. Por un lado está el carácter mixto del matrimonio (él, argelino y ella, francesa) y, por lo tanto, de la familia, algo que provoca el alejamiento de la familia materna. Nina y su hermana crecen en Argelia pero acaban instalándose en Francia, dejando para siempre un país al que su padre vuelve una y otra vez incluso cuando ya está muy enfermo. Por otro lado, la homosexualidad de la narradora también es relevante en la trama; Nina relata su infancia como niña “poco femenina”, la aceptación de su lesbianismo, su primer amor con la “tóxica” Hélène y su actual relación a distancia con A. En todo este camino recuerda el apoyo del padre, que era capaz de cruzarle la cara a cualquier vecino que se metiera con su hija por su orientación sexual. 

    Nina Bouraoui nos ofrece un libro de una gran belleza sobre un momento terrible en el que indaga para tratar de entender mejor la relación con su padre.


sábado, 21 de diciembre de 2024

La última frase - Camila Cañeque


 ‘La última frase’, Camila Cañeque, La Uña Rota. 


Transitar ese impreciso espacio que separa la ficción del ensayo siempre es complicado. Algunos autores han escrito libros estimables en esta frontera pero pocos tan interesantes como ‘La última frase’ de la artista, filósofa y escritora Camila Cañeque. Utilizando como hilo conductor más de cuatrocientos finales de obras literarias, la autora crea una obra inclasificable y única por varios motivos. En primer lugar, por la originalidad de la propuesta y por responder a un proyecto en el que llevaba años trabajando, pero también por el triste hecho de que la autora falleciera prematuramente poco antes de que apareciera el libro. Una rara avis de nuestra literatura que merece volar alto.


Texto publicado en La Verdad. 




sábado, 30 de noviembre de 2024

Los íntimos - Marta Sanz


Escribir desde el claroscuro. ‘Los íntimos (Memorias del pan y las rosas)’ de Marta Sanz.


Las memorias de los escritores suelen adolecer de una impostura que desvirtúa sus retratos de la vida literaria. Los autores a menudo caen en ellas en la adulación o en la crítica más feroz movidos por intereses personales o por la necesidad de saldar cuentas con sus enemigos. Aunque ‘Los íntimos’ se puede encuadrar en este género, de hecho su subtítulo es ‘Memoria del pan y las rosas’, Marta Sanz escapa de los vicios de este tipo de libros gracias a su personalidad, marcada desde siempre por el compromiso y la independencia, y a su estilo, que aleja estas páginas de las plúmbeas narraciones de anécdotas para mayor gloria de su autor. 


Podemos considerar este libro como el envés público de lo que en ‘Lección de anatomía’ (2008), novela que se cita con frecuencia, era el haz privado. Aquí la familia, que está, ocupa un segundo plano frente a escritores, agentes, editores y periodistas. Marta Sanz se explaya en las rencillas, los celos, las amistades y los elogios del mundillo literario español de las últimas tres décadas. Son numerosísimos los nombres citados y, sorprendentemente para un libro de este tipo pero con lógica por el talante de la autora, suelen recibir palabras cariñosas. Es especialmente interesante el retrato que hace de un encuentro en Iria Flavia en 1998 donde bajo el auspicio de la Fundación Camilo José Cela se reunieron un nutrido y selecto grupo de escritores jóvenes españoles. Algunos de estos compañeros de oficio, los más cercanos, ocupan capítulos enteros en los que se relatan las luces pero también algunas sombras de su relación. Entre ellos destacan los dedicados a colegas como Luisgé Martín, Sara Mesa o Almudena Grandes, al editor Jorge Herralde y a su agente, ya fallecida, Ángeles Martín. 


Esta importancia dada al mundo literario en el libro se corresponde con un análisis honesto y agudo de la imagen que la propia autora tiene de sí misma y de sus libros. No escurre el bulto Marta Sanz y no se centra únicamente en los oropeles de la literatura sino que dedica interesantes párrafos al carácter laboral y económico de su oficio como escritora (se queja de que no tienen sindicato), a las dificultades añadidas que encuentra por ser mujer, al miedo a quedarse sin editorial, a la incertidumbre ante la respuesta de la crítica ante una nueva obra, al temor a que alguien se adelante con el tema de su próxima novela, etc. Se completa este perfil profesional con la personalidad que cree que proyecta en este ámbito, fustigándose por los calificativos de “sosa” que recibía cuando era una autora joven y concluyendo que “siento que soy una escritora que ha generado grandes desconfianzas. Pero también grandes amores” (112). 


Marta Sanz deja claro en varias ocasiones que lo que escribe es una novela social. Opta por darle un enfoque laboral a su relato sobre su vida como escritora, un oficio como otro cualquiera pese a sus peculiaridades y su exposición pública. Como comunista e hija de la clase media urbana, la autora parece sentirse en la necesidad de justificar los pequeños lujos en los que en ocasiones se envuelve la vida de un literato (con presentaciones que acaban en fiestas y entregas de premios en hoteles de lujo) y recordar que estos conviven con trabajos meramente alimenticios (como el de negro literario) y con la obsesión por asegurarse el futuro económico como cualquier trabajador. Ocupan muchas páginas del libro los diversos viajes que realiza la autora con motivo de su participación en congresos, ferias, festivales y presentaciones. Además de las descripciones de las ciudades visitadas, destacan estas páginas por el agradecimiento de la autora a los lectores y especialistas que se encuentran y que componen el lado social que contrasta con la soledad propia de la creación literaria. 

 

Como en los anteriores libros de la autora, en ‘Los íntimos’ destaca una prosa única en el panorama nacional. El lector disfruta con un estilo tan personal como intransferible, en el que conviven el exabrupto y la metáfora, lo coloquial con lo aforístico. Una manera de escribir obsesionada con la palabra exacta que, a veces, es la más vulgar y, en otras ocasiones, un cultismo o un anglicismo. También se percibe un gusto por los juegos de palabras que iluminan el párrafo como pequeños destellos (“juego a las mascaritas, pero no a las mascaradas” (111)) y por el empleo de una frase sacada de un diálogo que se va repitiendo a lo largo del capítulo, adquiriendo distintos significados y que funciona como una especie de estribillo. Marta Sanz crea lo que ella misma define como un “idiolecto imaginativo” (495), una manera de escribir que le dificulta ser traducida, algo de lo que se lamenta a lo largo de todo el libro, pero que la convierte en una prosista extraordinaria y singular.   


Otro de los temas del libro es el propio libro, con diversas alusiones al género en el que se inscribe y que, como ya he señalado, insiste en llamar “novela social”. Estamos ante una obra con una gran carga metaliteraria, con apelaciones al receptor o a supuestos y futuros exégetas (estas de manera irónica), sobre las palabras escogidas y sobre cómo escribir. De hecho, uno de los últimos capítulos, “Recuento” analiza cuáles han sido las palabras más utilizadas en el texto desde una perspectiva entre irónica y poética tan propia de la autora. En relación a esta vertiente del libro y para entender la poética de Sanz, es muy clarificador el párrafo en el que describe el estilo que cree que está obligada a usar por su sexo e ideología para concluir que “pretenderse de izquierdas y escribir es casi imposible” (161) ya que siente que no se le perdona si es demasiado realista pero tampoco si busca la experimentación. 


En definitiva, estamos ante un libro excelente, de una autora que relata los tejemanejes de la literatura española contemporánea de forma desenfadada y honesta. Una autora que trata de evitar mirar desde arriba y prefiere “escribir desde ese claroscuro en el que tú estás y los demás pueden oírte” (111).


Reseña publicada en La Verdad. 




viernes, 15 de noviembre de 2024

Arde Murcia - J. M. Sala



 Arde Murcia, J. M. Sala, Dilatando mentes, 2024, 196 págs. 


Tras la notable Arde Torrevieja (2021), el escritor J. M. Sala vuelve a lo que parece haberse convertido en una serie, con Arde Murcia (2024). Si en aquella trepidante y ácida novela se nos contaba un día de 2002 en la ciudad costera y se convertía en apocalíptica la situación provocada por la burbuja inmobiliaria, aquí Sala se centra en la Huerta y en la capital murciana. Con mimbres similares crea una nueva obra desasosegante, en la que lo político se mezcla con lo fantástico, para ofrecer una novela de zombis de carácter social. Además, consigue un retrato fiel y crudo de la sociedad de esta zona de España, empleando numerosos murcianismos, citando lugares tanto de la capital como de su Huerta, defendiendo su acento (que los protagonistas deben ocultar para evitar las burlas de los foráneos) y satirizando su estructura económica, basada en un elemento, el agua, que se convierte en obsesión y leit motiv a lo largo de toda la novela. 

Como su anterior obra, la narración sigue a varios personajes cuya vida acabará mezclándose en el climático final. Por un lado tenemos a M., una inmigrante que habita en un desvencijado campamento a las afueras de la ciudad y trabaja de manera precaria (cuando no, semiesclava) en los huertos que rodean la ciudad. Aunque estamos en la primera década del siglo XX, tanto las condiciones laborales de los jornaleros como la agresiva agricultura parecen sacados de un mundo postcapolíptico que, sin embargo, tiene demasiado que ver con la situación real del campo levantino. A esta curiosa y conseguida mezcla de realismo y fantasía se añade que un grupo de los trabajadores que recolectan limones esté formado por zombis.

La segunda protagonista es Carolina, una niña discapacitada que vive en una vieja casa de la Huerta con su padre, un trabajador cuyo mote, “el Mandao”, deja claro su papel secundario en la empresa en la que trabaja y donde parece haber llegado a su límite. Las peculiaridades de Carolina le hacen ver la Huerta y los extraños habitantes que pululan entre sus árboles de un modo muy imaginativo, una forma de entender el mundo que el lector nunca sabe si se basa en la realidad o en la fantasía de la niña. 

La terna de personajes principales, cuyas tramas se van mezclando de manera a veces demasiado frecuente, se cierra con Yolanda, una chica veinteañera que a pesar de tener un currículum brillante trabaja cuidando a Carolina. A su precariedad laboral se le suma la incomprensión de la mayoría de sus amigas, que solo quieren emborracharse; Carolina, además, debe asumir la enfermedad que ha postrado en una cama de hospital a Irene, su amiga más íntima, la única que la comprende. 

Todos estos personajes y otros muchos sufrirán la situación límite a la que las explotaciones agrícolas y la sequía extrema han llevado a la zona y que desembocará en un caótico día del Bando de la Huerta.


domingo, 10 de noviembre de 2024

Vida de un pollo blanquecino de piel fina - Andrés Pérez Perruca

 


La mente al sol de Andrés Pérez Perruca


Defiendo habitualmente que la mejor edad para fraguar una amistad es la veintena. Es una etapa de formación, descubrimiento y de realizar proyectos muchas veces inverosímiles que con posterioridad uno no se atreve a plantear a sus allegados. Entre estos últimos es habitual que los grupos de amigos fantaseen con montar un bar o un grupo de música, espacios ambos que (idealmente) parecen propicios para la diversión veinteañera. Andrés Pérez Perruca tuvo la enorme suerte de llevar a cabo ambas empresas durante los años noventa, en su juventud, y que el resultado fuera un bar tan peculiar como El Fantasma de los Ojos Azules y un grupo tan memorable como El Niño Gusano. A ambos y sobre todo a sus amigos están dedicadas estas memorias de juventud que son las más de ochocientas páginas de ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’. 

El bar, El Fantasma de los Ojos Azules, lo regentaron Perruca y sus amigos durante casi una década en Zaragoza, su ciudad natal. A lo largo del libro se cuentan numerosas anécdotas acaecidas en este local en el que la música tenía un papel fundamental, como es algo lógico al pertenecer sus dueños a un grupo, que se completaba con grandes y variadas ingestas de bebidas y de comida y con peculiares concursos de diversas disciplinas que iban desde el parchís a la geografía pasando por estrambóticas quinielas que servían para decidir qué grupo era mejor o para calificar a una ciudad en función de su gastronomía o de la belleza de sus mujeres. 

Es la anécdota el tipo de relato sobre el que se sustenta la narración de este volumen; sin embargo, el autor sabe escapar de lo anecdótico (aunque suene paradójico) gracias a su desparpajo al narrar, al humor rayano en el surrealismo con el que impregna su prosa y con lo jugoso de las historias contadas. También convierten a ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’ en una obra interesante, aunque algunas páginas pecan de prolijas, los peculiares personajes que pululan por sus páginas y que se convierten en parroquianos de El Fantasma de los Ojos Azules. 

Pero si el centro de operaciones de este grupo de amigos es el pub en el que pasan casi todas las noches, el verdadero corazón del libro es la historia de El Niño Gusano. Considerado a día de hoy como una banda de culto, el grupo zaragozano tuvo una trayectoria breve en años y en discos (siete y tres respectivamente) pero con un impacto amplio. Sus características melodías, que tenían algo de infantil y circense sin salirse del pop, y las geniales letras del cantante Sergio Algora, los convirtieron en una rara avis que llamaba la atención dentro del indie nacional de los años noventa. Cada capítulo del libro está dedicado a una de las sesenta y siete canciones que publicaron los “gusanos” y en ellas se van mezclando historias sobre cómo se grabó el tema, el origen de la letras o la música y diversas anécdotas de las grabaciones, conciertos y viajes del grupo. Perruca nos da una imagen de El Niño Gusano alejada de los egos y aires de grandeza de otras bandas de música; los cuatro miembros (después se agregarán dos más) del conjunto son ante todo unos amigos que están siempre juntos (en el bar, en el local de ensayo, sobre el escenario, en la furgoneta) y que tratan de no tomarse nada demasiado en serio.

Así, las giras de El Niño Gusano poco tienen que ver con las historias asociadas a las grandes bandas anglosajonas que tanto y tan puerilmente tratan de imitar los grupos nacionales. En vez de sexo, en las giras hay torpes charlas con chicas y partidos de fútbol en camerinos; en vez de drogas, en sus desplazamientos para tocar hay opíparas comidas de mantel de cuadros y vino de la tierra o cervezas y cátering robado a grupos extranjeros en los camerinos de la televisión; en vez del rock and roll más purista, hay un gusto heterogéneo por la música como queda reflejadao en las miles de referencias que salpican el libro y que Perruca ha recopilado en una lista de Spotify que comparte con el lector. Este humor surrealista con el que afrontaron su carrera no debe hacernos olvidar lo estupendas que son sus canciones, especialmente las del último disco desde mi punto de vista, y el lugar importante que ocuparon en la escena española de los noventa, donde se codearon con grupos de la talla de Australian Blonde, Dover, Los Planetas o su querido Sr. Chinarro. 

Si bien todos los amigos que frecuentan El Fantasma de los Ojos Azules son importantes en el libro y los demás miembros de El Niño Gusano son los protagonistas de muchas anécdotas, ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’ es finalmente un homenaje a Sergio Algora. El poeta, letrista y cantante fue la verdadera alma del grupo, un líder anárquico que guiaba a los tres músicos (él no tocaba ningún instrumento) desde sus poemas convertidos en canciones maravillosas, pobladas de seres que parecen sacados de cuentos y con frases que se encuentran entre las mejores del pop español. Sin embargo, y aunque tras la amarga defunción del “gusano” (precisamente cuando la veintena de sus integrantes va llegando a su fin), Algora cantó en La Costa Brava, su vida se extinguió sin llegar a los cuarenta años debido a su mala salud. Los párrafos más emocionantes del libro son aquellos que Perruca dedica al Poeta, a su compañero del alma, aquel que te hacía sentir que con él “todo es nuevo y luminoso” (34), aquel cuyo entierro se narra entre la amargura y la sonrisa (388), aquel que era, en definitiva, “el mejor amigo de todo el mundo” (704). 

Andrés Pérez Perruca ha hecho un libro desmesurado en el que, como cantaba Algora, “pone su mente al sol” para contar una historia sobre la amistad, sobre ese tipo de amistad que no se vuelve a vivir tras la veintena pero cuyo recuerdo siempre nos acompañará.


Reseña publicada en La Verdad.




sábado, 21 de septiembre de 2024

Libro de los días de Stanislaus Joyce - Diego Garrido


 
El homenaje ideal: sobre ‘Libro de los días de Stanislaus Joyce’ de Diego Garrido


Cuando uno lee a un autor tan especial como James Joyce no suelen caber términos medios: o se convierte en fanático para siempre o siente un rechazo visceral. Entiendo perfectamente a aquellos lectores que no han conseguido entrar en el ‘Ulises’, por su dificultad y extensión, o que no han quedado deslumbrados por el ‘Retrato del artista adolescente’ o los cuentos de ‘Dublineses’. Pero confieso que me encuentro entre los del otro grupo, aquellos que reconocemos al irlandés como un referente en la literatura contemporánea y las tres obras citadas, aún no me he “atrevido” con ‘Finnegans Wake’, como hitos de la misma. Los joyceanos más convencidos solemos hacer proselitismo de nuestro autor mediante artículos en periódicos, enfervorecidas recomendaciones a amigos o, incluso, acudiendo cada 16 de junio a esa fiesta dedicada en exclusiva al narrador dublinés que es el Bloomsday. Sin embargo, Diego Garrido ha ido un paso más allá y ha construido lo que considero como el homenaje ideal: ha escrito un libro, un buen libro además, sobre James Joyce. 

El origen de este ‘Libro de los días de Stanislaus Joyce’ es tanto o más original que la propia obra en sí. Diego Garrido era, hace unos años, un joven estudiante de cine que se obsesionó con la obra de James Joyce y que, no contento con solo leerla, comenzó a traducirla durante la pandemia. Pero en un momento dado, y tras conocer los diarios de Stanislaus, el hermano menor del genio dublinés, comenzó a crear una novela sobre la familia Joyce. Es esta una forma original y atrevida de compartir la pulsión joyceana con otros lectores ya que Garrido no se ha conformado con la traducción de los textos originales (entre los que se encuentran relatos pero también cartas) sino que ha decidido crear una obra nueva de su propia cosecha que bebe del mundo del autor del ‘Ulises’ pero que se erige como una creación nueva y propia de este narrador madrileño. 

Estamos, por lo tanto, ante un libro poliédrico desde su misma concepción y cuya naturaleza ficcional puede ser un tanto confusa. Si bien el propio Garrido ha definido el ‘Libro de los días de Stanislaus Joyce’ como una “novela de ficción de principio a fin”, es innegable que en él confluyen diversos materiales tanto biográficos como literarios de distinto origen. Por supuesto, tanto el texto como la propia idea deben atribuirse por completo a Diego Garrido, pero es innegable la influencia que tienen los textos joyceanos en su obra, que no se puede entender sin esa sombra constante del narrador irlandés. Además, el hecho de que la novela esté escrita como un supuesto diario elaborado por Stanislaus Joyce entre enero y mayo de 1904 hace que la biografía real de la familia del narrador se convierta en el subtexto principal de la trama. Por lo tanto, en la obra se acrisolan las vidas y experiencias de los Joyce y las del propio Garrido, responsable último del libro y del homenaje al narrador irlandés que es esta novela. 

Por todo ello en el libro se van mezclando esas tres dimensiones (la vida real de los Joyce, los textos de James y la creación de Garrido) para crear una obra novedosa pero que, a su vez, está repleta de referencias que captarán los joyceanos más fervorosos. Así, por ejemplo, encontramos en la vida que Jim (así llama el narrador a su hermano mayor) lleva durante estos meses algunos de los rasgos habituales que se le asocian, especialmente esa difícil mezcla entre genio artístico, aversión al trabajo (más allá del de la creación o el de ciertos negocios fáciles y lucrativos) y una tendencia a la vida disoluta que lo llevará, como hará en gran parte de su existencia adulta, a frecuentar prostíbulos y tabernas. Stanislaus, que reconoce la genialidad de su hermano, asiste apesadumbrado a esta turbulenta juventud (recordemos que durante este 1904 James Joyce cumplió 22 años) que no le impide crear los primeros bocetos de lo que muchos años después será el ‘Ulises’.  Aunque el libro es aún una ilusión en el horizonte, Jim tardará 18 años en verlo publicado, encontramos en este diario ficcional de Stanislaus muchos elementos que recuerdan la obra magna de su hermano. Garrido refleja en el libro el Dublín que en las páginas del clásico joyceano recorrerán el joven Stephen Dedalus y el maduro Leopold Bloom, sus mismos bares, calles, burdeles y playas y una fauna similar. Entre los personajes citados destaca el ínclito Oliver St. John Gogarty, amigo de Jim y pésima influencia para él según Stanislaus, quien en el ‘Ulises’ se convertirá en Buck Mulligan. 

Si bien los fragmentos que retratan al joven Jim son los más atrayentes para el lector joyceano, es Stanislaus el verdadero protagonista del libro al ser el autor del diario. Se trata de un veinteañero que se siente más filósofo que poeta, que admira a su hermano Jim, aunque también detesta su comportamiento irresponsable, y que se presenta como un estoico. Stanislaus sobrevive en una casa de locos, marcada por la falta de medios, regida por un padre alcohólico y brutal, y en que habitan unos hermanos igual de bebedores y egoístas y unas hermanas que intentan escapar de su destino de acabar siendo o monjas o madres abnegadas como lo fue la suya hasta su muerte. En sus escritos, el hermano menor del escritor se presenta como una persona cabal y mesurada, que trata de evitar la decadencia moral de sus familiares masculinos y de media Irlanda y que apenas bebe y que sosiega sus pulsiones sexuales. Garrido otorga gran importancia a las reflexiones de Stanislaus, algunas de las cuales se extienden demasiado desde mi punto de vista, para configurar a un personaje complejo, atenazado por su falta de decisión y por la sombra de su hermano mayor. Así, somos testigos de su filosofía vital, de su frustración en su trabajo como boticario, de su enamoramiento casi platónico y de sus gustos literarios (entre los que destacan autores como Coleridge o Leopardi).


Reseña publicada en La Verdad:



jueves, 29 de agosto de 2024

Tarántula - Eduardo Halfon

Aprender del miedo. Sobre 'Tarántula' de Eduardo Halfon



De todos los autores contemporáneos que escriben en castellano seguramente sea Eduardo Halfon uno de los que poseen un mundo literario más reconocible. Su tendencia a mezclar ficción y biografía marca, como ocurre con cualquier escritor que lo haga, que sus historias estén íntimamente ligadas a su biografía. Y es esta la que distingue significativamente a Halfon del resto de sus coetáneos. En primer lugar por su judaísmo, que no es muy habitual en nuestro ámbito lingüístico, especialmente si, como es su caso, se nace en una en un país como Guatemala, donde esta religión es minoritaria. Además, su mezcla de orígenes y los continuos cambios de lugar de residencia durante su vida son elementos esenciales en su literatura. Pero es, como vuelve a dejar claro con ‘Tarántula’, su personal manera de narrar lo que lo convierte en un autor único y tan valorado dentro de la literatura hispánica. 


Porque este breve libro vuelve a ofrecernos a los lectores que somos adictos a las obras del guatemalteco una nueva dosis de esas narraciones que, como si fueran caminos en el bosque, se bifurcan, desaparecen y vuelven a aparecer. ‘Tarántula’, como otros volúmenes de Halfon como por ejemplo ‘Canción’ (2021), posee una trama central que, sin embargo, ocupa solo una parte de las ciento ochenta páginas del libro. El resto está compuesto por pequeñas viñetas de la propia biografía del protagonista que a veces completan la historia principal pero que en otras ocasiones solo parecen relacionarse con aquella de manera tangencial. Además, el narrador guatemalteco distribuye con habilidad la tensión en la narración de las distintas tramas (o épocas de la trama principal) y suele dejar en suspenso un momento culminante de la historia hasta un capítulo posterior. A esta maestría en la organización del relato debemos añadir habituales virtudes en la narrativa de Halfon como el uso sutil del humor, la autoparodia y una prosa fluida con elementos poéticos bien dosificados. 


Otro de los aspectos habituales en esta serie de libros de Eduardo Halfon, que con ‘Tarántula’ suma ya media docena de volúmenes, es la confusión entre el autor y el protagonista del libro. En un recurso cercano a la autoficción, estas obras están narradas por un personaje que posee muchos elementos en común con el escritor guatemalteco, comenzando por su propio origen, su nombre y su profesión. Sin embargo, y como el propio Halfon ha argumentado en algunas entrevistas, debemos evitar confundir autor y personaje y no subestimar la importancia de la ficción en estas obras. A pesar de ello, el narrador de ‘Tarántula’ vuelve, como ocurría en las entregas anteriores de esta serie, a enfrentarse a los dilemas identitarios habituales en el autor guatemalteco. Entre ellos destaca, por encima de todo, su pertenencia al judaísmo. 


Si en otros libros esta cuestión se vinculaba con su relación con sus antepasados, ‘El boxeador polaco’ (2008), o con su descendencia, ‘Un hijo cualquiera’ (2022), aquí, aunque ambos están presentes, creo que Halfon ofrece una perspectiva más comunitaria de su judaísmo. El autor guatemalteco aborda un tema fundamental para los hijos o nietos de supervivientes del Holocausto: hasta qué punto son capaces de comprender lo que sufrieron sus progenitores. La trama principal se centra en un campamento al que un Eduardo preadolescente acude en mitad de la selva guatemalteca y que está dirigido exclusivamente a niños judíos. Lo que al principio parece una actividad igual a la que tantos otros jóvenes realizan cada verano, pronto se convierte en un violento simulacro de un campo de concentración nazi. El objetivo del monitor, el inquietante Samuel, es que los niños judíos aprendan la historia de su pueblo de la única forma que cree que es posible: sintiendo el mismo miedo que sus padres o abuelos sintieron en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. 


Aborda Halfon también un tema espinoso que ha dividido, y divide, a las personas de este origen en todo el mundo: ¿deben los judíos educarse en la violencia para estar listos para repeler posibles ataques antisemitas? Samuel representa la respuesta afirmativa y años después del polémico campamento se alistará en una organización secreta judía, Bitajón, dedicada a proteger a su pueblo en todo el mundo. Además, la pistola que lleva durante el campamento y que tanto miedo provoca en los niños, una Luger alemana en un guiño histórico nada casual, se convierte en un símbolo de su manera de entender el judaísmo. Frente a él, el narrador, como ocurre en toda la serie, tiene una relación mucho menos militante con respecto a su religión y se debate entre alejarse de ella y aceptar que siempre formará parte de su vida. 


Como ya señalé, el relato de la historia central de ‘Tarántula’, ubicado en 1984 y marcado por las dudas sobre la veracidad de los recuerdos del narrador, se va mezclando con fragmentos de la infancia del protagonista, en Guatemala y Estados Unidos y, especialmente, con el presente. Aquí, el narrador es ya el escritor en el que Eduardo Halfon se ha convertido y reside en Berlín, ciudad de terribles resonancias para cualquier judío, con una beca de escritura. En una visita a París para dar una conferencia se reencontrará con Regina, una de las niñas judías que asistió al campamento en Guatemala en 1984, convertida ahora en una abogada. Gracias a ella, Eduardo se reencontrará en Berlín con el enigmático Samuel, al que finalmente acabará interrogando, en una noche donde ambos confrontarán sus diferentes perspectivas sobre el judaísmo, acerca del siniestro campamento para niños judíos que organizó y que dejó en el narrador una huella indeleble. 


‘Tarántula’ es una nueva pieza de este mosaico que mediante sus libros Eduardo Halfon está construyendo sobre su vida, sus orígenes y sobre las razones de por qué lleva, como reconoce el narrador en la página 66, “toda una vida huyendo de mi casa”.


Reseña publicada en La Verdad