Escribir desde el claroscuro. ‘Los íntimos (Memorias del pan y las rosas)’ de Marta Sanz.
Las memorias de los escritores suelen adolecer de una impostura que desvirtúa sus retratos de la vida literaria. Los autores a menudo caen en ellas en la adulación o en la crítica más feroz movidos por intereses personales o por la necesidad de saldar cuentas con sus enemigos. Aunque ‘Los íntimos’ se puede encuadrar en este género, de hecho su subtítulo es ‘Memoria del pan y las rosas’, Marta Sanz escapa de los vicios de este tipo de libros gracias a su personalidad, marcada desde siempre por el compromiso y la independencia, y a su estilo, que aleja estas páginas de las plúmbeas narraciones de anécdotas para mayor gloria de su autor.
Podemos considerar este libro como el envés público de lo que en ‘Lección de anatomía’ (2008), novela que se cita con frecuencia, era el haz privado. Aquí la familia, que está, ocupa un segundo plano frente a escritores, agentes, editores y periodistas. Marta Sanz se explaya en las rencillas, los celos, las amistades y los elogios del mundillo literario español de las últimas tres décadas. Son numerosísimos los nombres citados y, sorprendentemente para un libro de este tipo pero con lógica por el talante de la autora, suelen recibir palabras cariñosas. Es especialmente interesante el retrato que hace de un encuentro en Iria Flavia en 1998 donde bajo el auspicio de la Fundación Camilo José Cela se reunieron un nutrido y selecto grupo de escritores jóvenes españoles. Algunos de estos compañeros de oficio, los más cercanos, ocupan capítulos enteros en los que se relatan las luces pero también algunas sombras de su relación. Entre ellos destacan los dedicados a colegas como Luisgé Martín, Sara Mesa o Almudena Grandes, al editor Jorge Herralde y a su agente, ya fallecida, Ángeles Martín.
Esta importancia dada al mundo literario en el libro se corresponde con un análisis honesto y agudo de la imagen que la propia autora tiene de sí misma y de sus libros. No escurre el bulto Marta Sanz y no se centra únicamente en los oropeles de la literatura sino que dedica interesantes párrafos al carácter laboral y económico de su oficio como escritora (se queja de que no tienen sindicato), a las dificultades añadidas que encuentra por ser mujer, al miedo a quedarse sin editorial, a la incertidumbre ante la respuesta de la crítica ante una nueva obra, al temor a que alguien se adelante con el tema de su próxima novela, etc. Se completa este perfil profesional con la personalidad que cree que proyecta en este ámbito, fustigándose por los calificativos de “sosa” que recibía cuando era una autora joven y concluyendo que “siento que soy una escritora que ha generado grandes desconfianzas. Pero también grandes amores” (112).
Marta Sanz deja claro en varias ocasiones que lo que escribe es una novela social. Opta por darle un enfoque laboral a su relato sobre su vida como escritora, un oficio como otro cualquiera pese a sus peculiaridades y su exposición pública. Como comunista e hija de la clase media urbana, la autora parece sentirse en la necesidad de justificar los pequeños lujos en los que en ocasiones se envuelve la vida de un literato (con presentaciones que acaban en fiestas y entregas de premios en hoteles de lujo) y recordar que estos conviven con trabajos meramente alimenticios (como el de negro literario) y con la obsesión por asegurarse el futuro económico como cualquier trabajador. Ocupan muchas páginas del libro los diversos viajes que realiza la autora con motivo de su participación en congresos, ferias, festivales y presentaciones. Además de las descripciones de las ciudades visitadas, destacan estas páginas por el agradecimiento de la autora a los lectores y especialistas que se encuentran y que componen el lado social que contrasta con la soledad propia de la creación literaria.
Como en los anteriores libros de la autora, en ‘Los íntimos’ destaca una prosa única en el panorama nacional. El lector disfruta con un estilo tan personal como intransferible, en el que conviven el exabrupto y la metáfora, lo coloquial con lo aforístico. Una manera de escribir obsesionada con la palabra exacta que, a veces, es la más vulgar y, en otras ocasiones, un cultismo o un anglicismo. También se percibe un gusto por los juegos de palabras que iluminan el párrafo como pequeños destellos (“juego a las mascaritas, pero no a las mascaradas” (111)) y por el empleo de una frase sacada de un diálogo que se va repitiendo a lo largo del capítulo, adquiriendo distintos significados y que funciona como una especie de estribillo. Marta Sanz crea lo que ella misma define como un “idiolecto imaginativo” (495), una manera de escribir que le dificulta ser traducida, algo de lo que se lamenta a lo largo de todo el libro, pero que la convierte en una prosista extraordinaria y singular.
Otro de los temas del libro es el propio libro, con diversas alusiones al género en el que se inscribe y que, como ya he señalado, insiste en llamar “novela social”. Estamos ante una obra con una gran carga metaliteraria, con apelaciones al receptor o a supuestos y futuros exégetas (estas de manera irónica), sobre las palabras escogidas y sobre cómo escribir. De hecho, uno de los últimos capítulos, “Recuento” analiza cuáles han sido las palabras más utilizadas en el texto desde una perspectiva entre irónica y poética tan propia de la autora. En relación a esta vertiente del libro y para entender la poética de Sanz, es muy clarificador el párrafo en el que describe el estilo que cree que está obligada a usar por su sexo e ideología para concluir que “pretenderse de izquierdas y escribir es casi imposible” (161) ya que siente que no se le perdona si es demasiado realista pero tampoco si busca la experimentación.
En definitiva, estamos ante un libro excelente, de una autora que relata los tejemanejes de la literatura española contemporánea de forma desenfadada y honesta. Una autora que trata de evitar mirar desde arriba y prefiere “escribir desde ese claroscuro en el que tú estás y los demás pueden oírte” (111).
Reseña publicada en La Verdad.
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