sábado, 18 de enero de 2025

Ropasuelta - Santos Martínez


 
El bucolismo sucio de Santos Martínez


Existe una gran tradición en la historia de la literatura de crear territorios inventados. Desde Camelot hasta Macondo, pasando por Comala, Región, Liliput o la Tierra Media, todos ellos tenían diversos grados de realismo y, o bien partían de lugares que existen, como la Colombia que García Márquez transformó en ‘Cien años de soledad’, o, directamente, nacían de la imaginación prodigiosa de su autor, como fue el caso de Tolkien. Santos Martínez se ha unido a esta estirpe y ha creado un lugar muy peculiar donde se desarrolla esta, su primera novela: Fuente Librilla. 

Por supuesto, muchos lectores de esta reseña objetarán que ese espacio existe en la realidad y que se corresponde con una pedanía de Mula situada a los pies de Sierra Espuña. Ya lo sé. Sin embargo, el pueblo en el que se desarrolla la trama principal de ‘Ropasuelta’ es una Fuente Librilla que si bien tiene mucho que ver con la real, está pasada por el tamiz de la imaginación del autor del libro y por la ficción. Este es ya el primer aspecto fundamental en el análisis de la novela: su estatuto ficcional. El hecho de que el pueblo natal del autor sea en el que se ubique la acción y que su nombre, edad y trayectoria laboral coincidan con (al menos parcialmente) los del Santini de la novela nos hace pensar en que sus experiencias personales están muy presentes en estas páginas. De todas formas, no debemos olvidar que estamos ante una novela y que lo autobiográfico es pues quizás el sustrato de la trama pero no el marco desde el que debemos leer la historia. 

El relato se estructura como un diario de la navidad de 2019 que el narrador pasa en su casa familiar tras casi una década alejado geográfica y, sobre todo, sentimentalmente del pueblo. Han sido unos años de estudios, trabajos precarios, una primera relación amorosa seria y de cambiar la vida en comunidad de Fuente Librilla (donde todo el mundo lo conoce) por la más anónima pero también libre de diversas ciudades. Es en ese choque entre lo urbano y lo rural donde radica la principal virtud del libro: Santos Martínez retrata con agudeza, realismo sucio y mucho humor un espacio que conoce muy bien y que solo con el paso de los años, al volver como hace Santini desde fuera, se puede retratar con la perspectiva adecuada del que pertenece a un sitio aunque lleve muchos años sin habitar allí. La Fuente Librilla del libro es un pueblo marcado por la falta de oportunidades para los jóvenes, que deben buscarse la vida fuera si quieren prosperar, por las tradiciones arraigadas como si fueran leyes y por los comentarios que juzgan la vida de todo el mundo. Un lugar tranquilo, en el que todo el mundo te conoce y te saluda por la calle, pero que esconde tras sus fachadas rencores hundidos en el pasado. 

A esta vuelta al pueblo, Santini une la vuelta a la familia, con la que también llevaba años separado. Si bien su madre, que representa a la típica ama de casa abnegada, lo acoge bien, la relación con su padre se ha resentido y el narrador debe luchar por volver a ser aceptado por Matías, el Ropasuelta, el apodo con el que es conocido en todo el pueblo. Es este personaje el otro protagonista del libro ya que choca una y otra vez con su hijo debido a su carácter irascible, su orgullo y sus costumbres atávicas. Se trata de un rudo y malhablado tendero que acaba de jubilarse y que siente que su hijo lo abandonó. 

Durante todas las Navidades, Santini tratará de recomponer la relación con su padre por un doble motivo: en primer lugar, el más obvio, por ser perdonado por su progenitor e integrarse de nuevo en su familia, pero, también para que le cuente los motivos que llevaron a Sixto de la Cierva, el millonario del pueblo, a abandonar para siempre Fuente Librilla unos años atrás. Según descubre el narrador, el motivo principal puede estar relacionado con su propio padre y aunque trata de interrogarlo sobre el asunto, el Ropasuelta se niega una y otra vez por orgullo y por su aversión a  las conversaciones profundas. 

Este misterio, en el que se conjuga el pasado del pueblo y el de su propia familia, obsesiona desde su vuelta a Santini que lo considera un tema ideal para escribir una novela. Con ella busca volver a conectar con sus raíces pero a la vez darle un vuelco a una vida que está en punto muerto. El pueblo, que se entera de todo como en los lugares pequeños suele ocurrir, bautiza al protagonista como “escritor”, en un calificativo que mezcla admiración y cierto retintín. No faltan los vecinos que le dan información sobre Sixto de la Cierva, como su vecina Sara con la que desea comenzar una relación amorosa que una y otra vez acabará siendo boicoteada por la impericia de Santini, o que le exigen ser retratados en el libro, como los matones de Alfredo y el Pakero.

Durante el proceso de creación de la novela, que se convertirá en el eje del libro junto con la carrera popular para la que entrenan juntos padre e hijo, Santini contará con la guía de su ídolo: el escritor norteamericano Dayo Kane. Este autor, una especie de Bukowski, le dará a través de las páginas de sus libros algunos consejos que el narrador seguirá como si de mandamientos se tratase. El propio estilo de ‘Ropasuelta’ se puede enmarcar en ese realismo sucio que el tal Kane parece encarnar y que aquí se adapta a la Murcia rural. Las páginas de la novela están llenas de murcianismos y de expresiones coloquiales, cuando no vulgares, que nos llevan a la Fuente Librilla real y que le otorgan al volumen una autenticidad nada impostada. El retrato del pueblo se alterna con el relato de las vivencias de Santini en Murcia, Barcelona y Berlín, que funcionan como el contrapunto urbano de un libro en el que bucolismo y realismo sucio se dan la mano con brillantez


Reseña publicada en La Verdad:





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