Se acabó el recreo de Dario Ferrari: historia de dos Italias.
Pocos países existen más cercanos a España que Italia. Tanto geográfica como culturalmente su posición siempre se ha sentido muy apegada a nuestro país y no han sido pocos los momentos de la historia en los que ambas naciones se han encontrado. Además, su lengua tan (aparentemente) similar a la nuestra nos hace albergar la ilusión de saber italiano cuando en realidad tan solo lo comprendemos superficialmente. Con Se acabó el recreo de Dario Ferrari el lector español se dará cuenta, como el visitante ibérico que intenta comprender una conversación entre dos italianos, que en realidad no conoce tanto sobre el país transalpino. Estamos ante una novela muy anclada a la historia reciente italiana, lo cual supone, desde mi punto de vista, el principal atractivo y a la vez la mayor dificultad para el lector español.
Y es que este libro nos ofrece, en primer lugar, un retrato del mundo universitario italiano, con su complejo sistema de relaciones personales y académicas vinculadas a una jerarquía que coloca al catedrático como sumo pontífice que reparte prebendas en forma de puestos de trabajo. Si bien es cierto que este sistema no dista tanto del español, por desgracia, el hecho de que el departamento protagonista sea el de Italianística puede dificultar la lectura del libro, ya que nos podemos perder en el sistema educativo italiano y también desconocer varios de los múltiples autores autóctonos citados. A pesar de ello, Dario Ferrari evita ofrecernos una novela académica para centrarse más en las relaciones sociales existentes en este particular universo.
El libro describe cómo Marcello, el narrador, un despistado y peterpanesco treintañero de una localidad cercana a Pisa, encuentra una inesperada salida profesional en la beca predoctoral que consigue y que lo alejará de los trabajos precarios y las borracheras con los amigos. Entra así en un universo de empollones, eruditos, odios mantenidos durante décadas, alianzas estratégicas para conseguir una plaza, estancias liberadoras en el extranjero, citas bibliográficas interesadas e insultos vestidos de (aparentes) elogios. Se trata de un mundo en el que reina el profesor Sacrosanti (obsérvese lo simbólico de su apellido), un italianista que decide desde su cátedra el destino de decenas de estudiantes y profesores. Marcello es tan ajeno a este sistema de castas, él ha sido un estudiante brillante pero poco ordenado, que debe ser el abnegado Carlo, un profesor asociado que anhela recibir la plaza que lleva años esperando pacientemente, el que le explique los códigos propios de este peculiar ámbito.
Ferrari consigue con en el punzante y acertado retrato de este microcosmos, que llega a su culmen en el congreso organizado por el departamento pisano, algunas de las páginas más destacadas del libro. Si bien se centra en las peculiaridades de la universidad italiana, su satírica descripción de los juegos de poder propios de estos centros educativos son, me temo, universales, y se reconocen tics de las instituciones españolas. Esta primera parte del libro, con un Marcello aún ingenuo y novato en las lides del mundo académico, y con un tono aún desenfadado y humorístico, relacionan Se acabó el recreo con otras novelas de campus como Zafarrancho en Cambridge de Tom Sharpe o El mundo es un pañuelo de David Lodge.
El tema elegido por Sacrosanti para que Marcello haga la tesis doctoral permite a Ferrari completar este retrato del mundo universitario italiano con otro de una época muy compleja de su país natal: los años de plomo, es decir, la violencia política sufrida por esta nación durante los setenta y ochenta. El catedrático pisano encarga a su atolondrado pupilo que realice un monográfico sobre Tito Sella, un terrorista de izquierdas de Viareggio, la localidad natal del propio Marcello, que durante su estancia en la cárcel escribió varios libros que le granjearon cierta fama como escritor. Lo que en un principio es un incordio para el narrador, acaba convirtiéndose en una obsesión que lo llevan a leer todo lo que hay sobre él, a instalarse en París para consultar su archivo, a reescribir sus memorias (la parte central del libro) y hasta a acabar identificándose con el propio Sella.
Es en esta segunda parte donde la novela se torna mucho más seria y el propio Marcello adquiere, por fin, la madurez que había ido esquivando. En ‘La estantigua’, el capítulo en el que el investigador reconstruye, a través de los apuntes del propio Sella, cómo este y sus amigos pasaron en los años setenta de ser unos jóvenes apenas concienciados a convertirse en una célula terrorista, asistimos a las peculiaridades de la política italiana de la época, cuando la violencia era un medio empleado habitualmente en ambos extremos del espectro ideológico. Si bien, de nuevo, se citan nombres de personajes u organizaciones de la vida pública italiana de la época apenas conocidos en España, el interés que suscitan los dilemas a los que se enfrentarán los protagonistas, especialmente Tito Sella, suponen un gran aliciente para el lector.
A pesar de algunos giros algo inverosímiles hacia el final del libro, Dario Ferrari nos ofrece una novela estupenda, con un protagonista que avanza y cambia conforme va conociendo una época que le era casi desconocida y que nos ofrece un retrato profundo de dos Italias aparentemente alejadas, la universitaria contemporánea y la militante de los años setenta, que acabarán confluyendo.