Un gran señor, Nina Bouraoui, Tránsito, 2024, 195 págs.
Aborda Nina Bouraoui un tema bastante común en la historia de la literatura: la muerte de alguien querido o admirado. Por la cercanía con el autor y por el cúmulo de sentimientos que lo abordan ante esta situación es normal que en su momento adquiriera incluso el estatus de subgénero: la elegía. Un gran señor aporta varios elementos que considero que otorgan originalidad y valor a la obra. En primer lugar, el estilo de Bouraoui, que ahonda en sus sentimientos y en su relación con su padre, el familiar que está a punto de fallecer, sin caer en sentimentalismos y con un lirismo que se conjuga perfectamente con la narración de los hechos. También por la personalidad de su progenitor, en la que más tarde ahondaré. Pero, especialmente, este libro destaca por el espacio donde se desarrolla: un hospital parisino de cuidados paliativos.
El Jeanne-Garnier es un centro especializado en ofrecerles a los enfermos incurables un tratamiento adecuado para sus últimos días. Se trata, paradójicamente,de un hospital que no cura y que solo puede mitigar el dolor: el de los que allí están ingresados (ofreciéndoles calmantes o tratando sus cuerpos para que no se llaguen) y el de los familiares cuando el desenlace arriba. Se trata de un espacio liminar, en el que la espera de algo terrible pero muchas veces deseado es el centro de cada minuto que se pasa entre sus paredes y que la familia de la narradora trata, como todas, de llevar lo mejor posible. Es en la narración de los últimos días del padre en este hospital donde se encuentran las mejores páginas del libro; Bouraoui relata con emoción y sensibilidad cómo ella, su hermana y su madre pasan los últimos momentos junto al hombre que ha marcado sus vidas.
Este relato se complementa con analepsis en los que se cuentan episodios significativos de la relación paterno-filial y, especialmente, de la vida del padre. Su postración en la cama hospitalaria por un cáncer terminal contrasta con una primera parte de su vida siempre en movimiento. Nacido en una humilde familia argelina, se convirtió, tras estudiar en Francia, en un alto funcionario que viajó por medio mundo y que participó en episodios relevantes de la historia de su país y de otras naciones en las que se movía entre diplomáticos y políticos. Sin embargo, la violencia en Argelia de las últimas décadas del siglo XX acabó, primero, con la residencia de la familia en Argel, y, después, con su carrera, convirtiéndolo a partir de entonces en un prejubilado que deambulaba por París en busca de algo que hacer.
En la historia familiar hay dos aspectos que adquieren especial protagonismo en el libro. Por un lado está el carácter mixto del matrimonio (él, argelino y ella, francesa) y, por lo tanto, de la familia, algo que provoca el alejamiento de la familia materna. Nina y su hermana crecen en Argelia pero acaban instalándose en Francia, dejando para siempre un país al que su padre vuelve una y otra vez incluso cuando ya está muy enfermo. Por otro lado, la homosexualidad de la narradora también es relevante en la trama; Nina relata su infancia como niña “poco femenina”, la aceptación de su lesbianismo, su primer amor con la “tóxica” Hélène y su actual relación a distancia con A. En todo este camino recuerda el apoyo del padre, que era capaz de cruzarle la cara a cualquier vecino que se metiera con su hija por su orientación sexual.
Nina Bouraoui nos ofrece un libro de una gran belleza sobre un momento terrible en el que indaga para tratar de entender mejor la relación con su padre.