La mente al sol de Andrés Pérez Perruca
Defiendo habitualmente que la mejor edad para fraguar una amistad es la veintena. Es una etapa de formación, descubrimiento y de realizar proyectos muchas veces inverosímiles que con posterioridad uno no se atreve a plantear a sus allegados. Entre estos últimos es habitual que los grupos de amigos fantaseen con montar un bar o un grupo de música, espacios ambos que (idealmente) parecen propicios para la diversión veinteañera. Andrés Pérez Perruca tuvo la enorme suerte de llevar a cabo ambas empresas durante los años noventa, en su juventud, y que el resultado fuera un bar tan peculiar como El Fantasma de los Ojos Azules y un grupo tan memorable como El Niño Gusano. A ambos y sobre todo a sus amigos están dedicadas estas memorias de juventud que son las más de ochocientas páginas de ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’.
El bar, El Fantasma de los Ojos Azules, lo regentaron Perruca y sus amigos durante casi una década en Zaragoza, su ciudad natal. A lo largo del libro se cuentan numerosas anécdotas acaecidas en este local en el que la música tenía un papel fundamental, como es algo lógico al pertenecer sus dueños a un grupo, que se completaba con grandes y variadas ingestas de bebidas y de comida y con peculiares concursos de diversas disciplinas que iban desde el parchís a la geografía pasando por estrambóticas quinielas que servían para decidir qué grupo era mejor o para calificar a una ciudad en función de su gastronomía o de la belleza de sus mujeres.
Es la anécdota el tipo de relato sobre el que se sustenta la narración de este volumen; sin embargo, el autor sabe escapar de lo anecdótico (aunque suene paradójico) gracias a su desparpajo al narrar, al humor rayano en el surrealismo con el que impregna su prosa y con lo jugoso de las historias contadas. También convierten a ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’ en una obra interesante, aunque algunas páginas pecan de prolijas, los peculiares personajes que pululan por sus páginas y que se convierten en parroquianos de El Fantasma de los Ojos Azules.
Pero si el centro de operaciones de este grupo de amigos es el pub en el que pasan casi todas las noches, el verdadero corazón del libro es la historia de El Niño Gusano. Considerado a día de hoy como una banda de culto, el grupo zaragozano tuvo una trayectoria breve en años y en discos (siete y tres respectivamente) pero con un impacto amplio. Sus características melodías, que tenían algo de infantil y circense sin salirse del pop, y las geniales letras del cantante Sergio Algora, los convirtieron en una rara avis que llamaba la atención dentro del indie nacional de los años noventa. Cada capítulo del libro está dedicado a una de las sesenta y siete canciones que publicaron los “gusanos” y en ellas se van mezclando historias sobre cómo se grabó el tema, el origen de la letras o la música y diversas anécdotas de las grabaciones, conciertos y viajes del grupo. Perruca nos da una imagen de El Niño Gusano alejada de los egos y aires de grandeza de otras bandas de música; los cuatro miembros (después se agregarán dos más) del conjunto son ante todo unos amigos que están siempre juntos (en el bar, en el local de ensayo, sobre el escenario, en la furgoneta) y que tratan de no tomarse nada demasiado en serio.
Así, las giras de El Niño Gusano poco tienen que ver con las historias asociadas a las grandes bandas anglosajonas que tanto y tan puerilmente tratan de imitar los grupos nacionales. En vez de sexo, en las giras hay torpes charlas con chicas y partidos de fútbol en camerinos; en vez de drogas, en sus desplazamientos para tocar hay opíparas comidas de mantel de cuadros y vino de la tierra o cervezas y cátering robado a grupos extranjeros en los camerinos de la televisión; en vez del rock and roll más purista, hay un gusto heterogéneo por la música como queda reflejadao en las miles de referencias que salpican el libro y que Perruca ha recopilado en una lista de Spotify que comparte con el lector. Este humor surrealista con el que afrontaron su carrera no debe hacernos olvidar lo estupendas que son sus canciones, especialmente las del último disco desde mi punto de vista, y el lugar importante que ocuparon en la escena española de los noventa, donde se codearon con grupos de la talla de Australian Blonde, Dover, Los Planetas o su querido Sr. Chinarro.
Si bien todos los amigos que frecuentan El Fantasma de los Ojos Azules son importantes en el libro y los demás miembros de El Niño Gusano son los protagonistas de muchas anécdotas, ‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’ es finalmente un homenaje a Sergio Algora. El poeta, letrista y cantante fue la verdadera alma del grupo, un líder anárquico que guiaba a los tres músicos (él no tocaba ningún instrumento) desde sus poemas convertidos en canciones maravillosas, pobladas de seres que parecen sacados de cuentos y con frases que se encuentran entre las mejores del pop español. Sin embargo, y aunque tras la amarga defunción del “gusano” (precisamente cuando la veintena de sus integrantes va llegando a su fin), Algora cantó en La Costa Brava, su vida se extinguió sin llegar a los cuarenta años debido a su mala salud. Los párrafos más emocionantes del libro son aquellos que Perruca dedica al Poeta, a su compañero del alma, aquel que te hacía sentir que con él “todo es nuevo y luminoso” (34), aquel cuyo entierro se narra entre la amargura y la sonrisa (388), aquel que era, en definitiva, “el mejor amigo de todo el mundo” (704).
Andrés Pérez Perruca ha hecho un libro desmesurado en el que, como cantaba Algora, “pone su mente al sol” para contar una historia sobre la amistad, sobre ese tipo de amistad que no se vuelve a vivir tras la veintena pero cuyo recuerdo siempre nos acompañará.
Reseña publicada en La Verdad.