La infancia borrada. Sobre Maldeniña de Lorena Salazar Masso
Planteaba
la colombiana Lorena Salazar Masso (Medellín, 1991) en su anterior
novela, Esta herida llena de peces, una historia sobre las dificultades de
la maternidad y sobre cómo esta acaba vinculándose a la situación económica y
social en la que vive la persona que la ejerce. Dos años después de aquel
excelente debut en el género, la editorial Tránsito publica esta novela que
viene a confirmar a Salazar Masso como una autor a seguir y que, en cierta
manera, funciona como el envés de su primera obra.
Si,
como ya he señalado, la maternidad era el tema principal en aquella, en Maldeniña es su ausencia la que determinará
toda la trama. Isa, la niña protagonista, no conoció a su madre y vive con un
padre que apenas la cuida y que parece, en algunas ocasiones, haberla incluso
olvidado. Muy significativo es el episodio en el que Isa se cruza con su
padre a las afueras del pueblo en el que viven y él parece no
reconocerla, como si no tuviera una hija. Este desamparo producido
por su casi orfandad determina el carácter del personaje principal,
que en algunos aspectos parece mucho mayor que los niños de su edad,
como si su situación familiar la hubiera empujado hacia una precoz madurez que
acaba mostrándose como insuficiente al tener que enfrentarse a situaciones que
por su edad no comprende o sabe gestionar. La autora acierta plenamente en la
creación de Isa, ya que la dota de un carácter resolutivo (se niega a ir al
colegio o a jugar con otros niños) y de una independencia provocada por el
escaso cuidado que recibe de su padre que conviven con la inocencia de su
mirada; al fin y al cabo es una niña inteligente y fantasiosa pero que
desconoce las dobleces del complicado mundo de los adultos.
El otro
elemento que contrapone a ambas novelas es el movimiento; frente al
carácter de road movie acuática
de Esta herida llena de peces, cuya historia está vinculada a un viaje
a través del colombiano río Atrato, en esta segunda obra los personajes
principales permanecen anclados en el pueblo que habitan. Además, el carácter
de sitio de paso de este, al lado de una carretera a cuyos viajeros ofrecen
servicios, determina también la falta de infraestructuras (no hay ni un centro
médico) y las estrecheces que sus habitantes deben sufrir a menudo, por
ejemplo, cuando los camioneros inician una huelga. Isa no tiene más horizonte
que la estrecha franja en la que la localidad se encuentra entre la montaña y
la peligrosa carretera. Para la niña, cruzarla o caminar junto a ella suponen
actos casi temerarios que tiene prohibidos.
La
localización geográfica de la villa determinan a su vez el carácter de los dos
espacios en los que la niña pasa la mayor parte del tiempo: el hotel y la
cantina. Ambos son sitios desvencijados, de una pobreza enorme y cuya
viabilidad está vinculada a que los viajeros sigan parando en el
pueblo. El hotel está regentado por el padre de Isa, aunque sus continuas
ausencias deja su gobierno en manos de empleados como Bere o Gil, que se ocupan
también de las necesidades básicas de la niña, aunque no de cuidarla. A pesar
de que padre e hija comparten habitación, el progenitor apenas le presta
atención a ella, lo que unido al hecho de que el hotel sea por definición
un sitio de paso, dejan a Isa sin un verdadero hogar. Este sea quizás
el motivo de que la niña acuda tan a menudo a la cantina vecina, donde el
dueño, Vargas, la cuida y la alimenta mejor que su padre, pero no puede evitar
la amenaza de algunos de los borrachos que pueblan el local. Isa se va criando
allí en un ambiente que no es el más idóneo para una niña, entre boleros y
aguardiente, pero al que termina volviendo por la familiaridad que allí
encuentra.
Esta
búsqueda de una familia espuria que viene determinada por naturaleza de su
familia real (la ausencia de la madre, el olvido del padre y la mala relación
con su tía José) determina las relaciones de Isa con el resto de habitantes
del pueblo. A lo largo de la novela entabla amistad, además de con el cantinero
Vargas, con otras mujeres con las que busca esa complicidad que no halla en el
entorno familiar ni en el colegio, con los niños de su edad. Así, la
protagonista se acerca primero a Dora, con quien cocina ají, y después a
Virginia, que la aloja en su casa cuando Isa decide hacer una huelga para
atraer la atención de su padre. Con ambas y con el dueño de la cantina buscará
también, a pesar de su corta edad, un trabajo que pueda paliar las dificultades
económicas a las que las ausencias del padre, la poca afluencia al hotel y la
progresiva ausencia de enseres en este parecen abocar a la familia. Existe
también en este afán por trabajar un deseo de reafirmar su independencia
(frente a José, que parece querer adoptarla y de su padre, para el que no
quiere ser una carga) y su madurez. Entre estos personajes secundarios con los
que la protagonista se relaciona destaca también Hija Cristina, la
loca del pueblo, que somete a Isa a un conjuro para librarla del dolor de
barriga que sufre y que ella nombra como “maldeniña”.
Lorena
Salazar Masso nos ofrece una novela dura, en la que el abandono o incluso
el abuso son relatados desde la inocente perspectiva de la niña, pero cargada
de un lirismo que también estaba en su primera novela. El libro nos ofrece la
historia de Isa mediante una prosa en la que se incluyen frecuentes metáforas y
que a veces se acerca a territorios del realismo mágico, como en ese episodio
en el que la niña hunde sus manos en la tierra como remedio para el picor.
Reseña publicada en La Verdad.
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