Hamaca, Constanza Ternicier, Caballo de Troya, 2017,
152 págs., 16€.
Narrar la
infancia y la adolescencia siempre ha sido difícil. Salvo libros que poseen un
enorme valor por el contexto en el que fueron escritos, pienso en el Diario de
Ana Frank, o experimentos interesantes pero no del todo satisfactorios, me
refiero al diario de adolescencia que recuperó Beatriz Navas en Y ahora, lo
importante (2018), no escuchamos la voz real de menores de edad. Otra opción
más frecuente es la creación de un narrador infantil que cuente, desde su
original perspectiva, sus vivencias; a los numerosos ejemplos precedentes en la
literatura en español, Caperucita en Manhattan (1990) de Carmen Martin
Gaite sería un destacado ejemplo, se viene a sumar este Hamaca de
Constanza Ternicier.
Se trata de su
primera novela, publicada originalmente en su Chile natal en 2015 y reeditada
dos años después en esta edición, pero la segunda que comentamos en estas
páginas tras la notable La trayectoria de los aviones en el aire (2016).
Ambas coinciden en el protagonismo femenino y en una manera de narrar pausada y
no demasiada exhaustiva, que invita al lector a asomarse a episodios concretos
de la vida de las protagonistas, Amparo aquí, Amaya en la otra, y a reconstruir
a partir de ellos sucesos importantes para el desarrollo de la historia.
Hamaca posee un
título de naturaleza metonímica, ya que hace referencia al lugar de descanso de
la madre de la narradora que queda vacío tras su desaparición, inmóvil en medio
del patio de la casa familiar como un recordatorio perenne de su ausencia. El
libro relata el proceso mediante el cual Amparo descubre qué ha pasado con su
progenitora a la vez que afronta los cambios propios de la adolescencia. Así,
los habituales ritos iniciáticos propios de la edad, las primeras relaciones
amorosas, las primeras borracheras y coqueteos con las drogas, deben ser
afrontados por la protagonista desde la doble orfandad que vive por la
desaparición de la madre y la inacción del padre, recluido en una habitación de
la casa en la que se dedica a montar puzles.
Esta
conflictiva etapa de su vida es narrada por la voz adolescente de Amparo, que
observa el mundo que le rodea y los cambios que vive con una mirada que mezcla
la inocencia y la perplejidad. Significativo de esta forma de analizar el mundo
es cuando describe al dictador Pinochet como “un hombre gordo que le cae mal a
toda mi familia y a mí también”.
Pero, a pesar
de la dureza de la situación familiar de Amparo y de su incomprensión sobre la
relación de sus padres, Hamaca no es un libro triste y ofrece en gran
parte de su desarrollo una trama con episodios más desenfadados e incluso
humorísticos. En esta parte más liviana del libro tienen un peso importante
amigos de la narradora, como su vecina Rosario o Alberto, su estrafalaria
abuela, la criada de esta, Estela, o su enigmático podólogo, Tristán, que
establecerá una ambigua relación con Amparo. Todos ellos acabarán coincidiendo
en la escena final del libro: una comida en la que se producirá una especie de epifanía
mediante la cual la protagonista disipará las dudas que tenía sobre el pasado
de su familia.
Reseña publicada en El Noroeste:
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