El calendario de Dios, Rubén Castillo, Boria, 2018, 330 pags., 16€.
Muchos se han
interrogado sobre las razones que llevan a alguien a escribir; contar una
historia o una experiencia personal, expresar unos sentimientos o criticar
algún comportamiento humano se encuentran entre las respuestas más habituales.
Sin embargo, no es tan frecuente inquirir por las razones que llevan a un
escritor, aún en plenas condiciones físicas y mentales, a anunciar que no
volverá a entregar una nueva obra a la imprenta. Este es el caso de Rubén
Castillo, escritor murciano de larga trayectoria en la narrativa y con una
incursión en la poesía, que ha anunciado que El calendario de Dios será
su último libro.
Castillo
demuestra con el que es su canto de cisne literario que mantiene el nivel que
ya demostró en libros precedentes, como en el notable volumen de relatos Muro
de las lamentaciones (2017), y nos ofrece un relato de ritmo ágil que
consigue mantener el interés del lector a lo largo de sus más de trescientas
páginas. El narrador, además, no se limita a contar la historia, sino que
intercala frecuentes reflexiones tras las que intuimos la voz del escritor
murciano y su forma de entender las contradicciones de nuestra sociedad.
El calendario de Dios está
protagonizado por Horacio, un hombre de unos cuarenta años que tiene el don de
adivinar el futuro. Desde que descubrió esta cualidad en su adolescencia,
gracias a la orientación de Leo, un amigo de su padre que se convirtió en su mentor, ha sido cuidadoso y a pesar de
que se dedica profesionalmente a leer las cartas del tarot, ha tratado de no
llamar mucho la atención dosificando la información que les daba a sus
clientes. Sin embargo, la visita de Matías, un anciano enfermo y solo al que
decide alegrar sus últimos meses anunciándole el número ganador de la lotería,
le hace romper sus propias normas. Como en los cuentos populares, la
transgresión de una prohibición conlleva un castigo para el protagonista, que
tendrá que sufrir, tras la confesión de Matías de que gracias a Horacio es
millonario, el interés ajeno por sus poderes.
Con estos
mimbres, una persona con un poder sobrenatural, otros narradores hubieran
optado por el relato fantástico, pero Rubén Castillo elige el thriller para su
novela, haciendo vivir a Horacio en una continua huida para salvaguardar su
integridad ante aquellos que lo ven como un instrumento para lograr sus
objetivos. A pesar de este planteamiento inicial, El calendario de Dios
no se convierte en un remedo de película de acción hollywoodiense ya que el
protagonista se mueve por escenarios tan castizos como barberías, pensiones y
cafeterías de los barrios más populares de Madrid, además de Santa Pola y
Cuenca.
La narración de la
trepidante huida de Horacio, desencadenada por la indiscreción de Matías, se
mezcla con el recuerdo de episodios de la vida del adivino que marcaron su devenir.
Así, vamos conociendo a sus padres, a su primera novia, con quien comprobó por
primera vez la peligrosidad de su don, a su vecino o a sus suegros. Especial
importancia en la trama, tanto en su pasado como en la manera en la que Horacio
afronta su escapada, tendrán Rebeca, su ex mujer, y Leo. Ambos serán piezas
básicas en el sorprendente tramo final de El calendario de Dios.
Reseña publicada en El Noroeste.
Muchas gracias, Basilio. Qué palabras más generosas dedicas a mi libro. Un abrazo y toda mi gratitud.
ResponderEliminarUn abrazo, Rubén.
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