Biblioteca bizarra, Eduardo Halfon, Jekyll&Jill, 2018, 120 págs.,
18€.
En cada ocasión
que escribo una reseña de un nuevo libro
de Eduardo Halfon, y esta es la cuarta, tengo la sensación de estar
escribiendo lo mismo. Y es que la narrativa de este escritor guatemalteco, que
ha vivido durante gran parte de su vida en Estados Unidos, posee una unidad
poco común en la literatura contemporánea. Los lectores de Halfon sabemos que
todos sus textos poseen un tono muy personal, entre la ternura y la ironía, y
que giran en torno a unas pocas obsesiones: las relaciones familiares, el
oficio de escritor o la identidad. Sin embargo, cada nuevo libro ofrece algo
original a una trayectoria literaria que es una búsqueda constante de
respuestas que no acaba con el punto y final. Lo que al principio podríamos
considerar erróneamente como intentos de encontrar una voz son, en realidad, nuevos
pasos hacia delante en una de las carreras más sólidas de la narrativa
hispánica contemporánea.
Biblioteca bizarra es, por su
propia concepción como una recopilación de textos publicados previamente en
diversas revistas y periódicos, uno de los libros más heterogéneos de Halfon,
si bien su manera de escribir provoca que cada una de las seis partes formen un
continuum con las demás y con el resto de su obra. El primero de los capítulos,
el que da título al volumen, integra una serie de anécdotas de variado origen
todas ellas con los libros y las bibliotecas como nexo. El narrador nos
presenta personajes en el límite de la verosimilitud que poseen relaciones con
sus ejemplares que van de la excentricidad a la obsesión. No puede faltar entre
este curioso catálogo una historia de índole familiar, la visita a la
biblioteca sionista de una tía abuela, que acaba con otro de los temas
habituales en su literatura: la difícil relación con el padre.
Los dos siguientes
textos de Biblioteca bizarra se encuentran entre los más emotivos que
recuerdo de la prosa del escritor guatemalteco. “Halfon boy” cuenta la
gestación y el nacimiento de su hijo Leo con una ternura lógica en un padre
primerizo. A pesar del carácter tan personal del momento, o quizás por ello,
Halfon no puede evitar incluir referencias a su “otra familia”, la literaria,
en este caso a la vida y a la obra del poeta William Carlos Williams. “Los
desechables” tiene un punto de partida totalmente opuesto: al final de una gira
promocional por Colombia se dirige a dar una charla a unos drogadictos en
rehabilitación. El narrador opta por otorgarles la palabra y el lector conoce
sus terribles historias y, como contraste, una serie de preguntas sobre lo que
pueden aportar los escritores ante problemas de este cariz.
Tras un texto
más breve, sobre Chejov y la ciudad francesa de Saint-Nazaire, el libro se
cierra con dos capítulos que abordan la difícil relación con su país natal. En
el primero, “La memoria infantil”, Halfon va hilando diversos recuerdos de sus
primeros años que acaban con su salida de Guatemala con apenas diez años debido
a la inestabilidad política. “Mejor no andar hablando demasiado” retoma su
relación con el país tras una elipsis que coincide con su estancia de trece
años en Estados Unidos y narra sus inicios como escritor. Como si de una
situación pendular se tratara, una década después de establecerse de nuevo en
el país tiene que salir debido a las amenazas que recibe tras publicar su
primera novela.
Reseña publicada en El Noroeste:
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