El dolor de los demás, Miguel Ángel Hernández, Anagrama, 2018, 307 págs., 18€.
La Huerta murciana
es una comarca bastante peculiar. Posee ese aislamiento típico de los lugares
de campo en el que las tradiciones están muy arraigadas y tanto las amistades
como los odios se heredan de generación en generación. Sin embargo, los
huertos, carriles y acequias que la forman están muy cerca de una ciudad de
tamaño medio como es Murcia, con su pujante vida cultural, su vibrante centro y
sus plazas rebosantes de gente. En este contexto, en el que los comportamientos
más atávicos aún perviven dentro del séptimo municipio más poblado de España,
se desarrolla El dolor de los demás,
la tercera novela del escritor y profesor Miguel Ángel Hernández.
La obra parte de
un hecho atroz que el autor vivió de cerca cuando comenzaba su etapa como
universitario: su mejor amigo y vecino se suicidó tras asesinar a su hermana
mayor. Esta traumática situación fue, sin embargo, superada en su momento por
Hernández, que se refugió en sus estudios y en su nueva vida en la Facultad. No
obstante, y como es lógico, la herida seguía allí y se volvió a abrir por
motivaciones literarias, ya que se convenció de que era una historia que tenía
que contar. Así, la investigación que llevó a cabo para conocer todos los detalles
del homicidio y la propia escritura de la novela enfrentaron al narrador
murciano con sus miedos actuales y con ese pasado en la Huerta que aún
permanecía latente.
En El dolor de los demás fluyen paralelos
dos textos muy diferentes estilísticamente, pero que ayudan a conformar este
ajuste de cuentas con el pasado que es el libro. Por un lado, tenemos la
narración en primera persona de esa investigación, que llega a adquirir tintes
policiacos cuando acompañamos al autor a consultar archivos judiciales, recortes
de periódicos y vídeos de informativos, sobre el homicidio de Nicolás, el amigo
inseparable durante la infancia, a su hermana Rosi. A este núcleo central de la
novela, Hernández añade una narración más lírica, con esas frases cortas y el
uso de la segunda persona que ya tenían los diarios personales que ha publicado
en los últimos años, sobre lo que vivió y sintió durante las horas y días
posteriores a la Nochebuena en la que la tragedia tuvo lugar.
Más allá de la
reconstrucción de los hechos, de la indagación sobre los motivos del asesino
(las habladurías que escucha de los vecinos en el mesón de la Huerta dan una
pista) y de la vindicación de la figura de la víctima, el relato es un ajuste
de cuentas del autor con su propio pasado. A lo largo de las páginas van
apareciendo los reproches de familiares o vecinos que le consideran casi un intruso
tras dos décadas alejado del escenario de su infancia, pero también los
remordimientos propios por esa huida de un contexto asfixiante pero que al fin
y al cabo definió al adulto que hoy es.
Hernández opta para contar esta historia tan personal por la
autoficción, la presencia de la experiencia actual y pasada inundan las páginas
de la novela, y por la metaficción, el narrador reflexiona constantemente sobre
la forma correcta de contar los hechos. Sin embargo, y al contrario de lo que
ocurre con otros muchos autores que emplean ambas técnicas, el narrador
murciano evita en todo momento la impostura y consigue que El dolor de los demás destile verdad y conmueva a los lectores de
una novela que se sitúa por méritos propios entre lo mejor de la narrativa
española contemporánea.
Reseña publicada en El Noroeste.
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