Fragmentos de un mundo acelerado, José Óscar López, Balduque, 2017, 201 págs., 14€.
Ciento siete relatos. Ciento siete inicios con sus respectivos finales. Ciento siete títulos que abren ciento siete mirillas por las que asomarnos al mundo. Ciento siete universos inabarcables de los que sólo conocemos un mínimo fragmento que explota cuando pasamos la página. José Óscar López nos ofrece en su último libro ciento siete microrrelatos que forman una obra de gran magnitud dentro de sus doscientas páginas.
Un número tan desorbitado de narraciones, aunque se muevan dentro de la extensión canónica del minicuento o lo superen ligeramente, hace muy difícil resumir en unas pocas líneas la esencia de un libro caracterizado, como anuncia el título, por su carácter fragmentario. El autor ha querido compartir con nosotros su visión panóptica del universo no a través de un único y completo relato, sino mediante esta miríada de historias que forman el volumen. Crea así un libro en el que la unidad viene dada por el medio, el microrrelato, que utiliza para volcar sus obsesiones más variadas. Sabedor que un número tan alto de narraciones puede agobiar al lector, José Óscar López agrupa los ciento siete textos en diez secciones según algunos rasgos comunes que comparten, aunque nadie espere una homogeneidad de temáticas en un libro como este que toma la fragmentariedad por bandera.
La primera de ellas se titula Historia de las grandes ideas y nos ofrece algunos relatos cercanos a la ciencia ficción, con personajes de un futuro cercano pero bastante diferente al nuestro; destaca dentro de esta sección “La máquina”, narración de gran intriga con la que se abre el volumen. Del futuro saltamos al espacio en Principios de astronomía, compuesta por una docena de microrrelatos entre los que sobresale “Un superhombre”, reinterpretación de la historia de Supermán. En Una temporada en el infierno encontramos varios relatos sobre el tema de la muerte, como el desasosegante “Sala de espera” o el metaficcional “Digamos que un relato de terror”. Una intención similar posee “Novela negra en veinte líneas”, que se incluye dentro de los textos de temática literaria de Escuela de artistas.
La siguiente sección, Así me quedé sin conversación, es quizás la que contenga un mayor número de relatos destacados; con el sutil nexo de lo insólito uniéndolos a todos ellos, podemos citar aquellos que ponen en juego situaciones relacionadas con las redes sociales: “La frase” y “No, no era divertido en absoluto”. Las parejas son las protagonistas de la sección La construcción diaria del amor, con variantes metaliterarias como “En su casa”, mientras que dentro del Catálogo de patologías del siguiente apartado sobresale “La transformación”, con un tema tan tradicional en la minificción como es el del sueño. Otro de ellos sería la duda sobre la identidad propia, presente en “Desconocidos me saludan”, microrrelato incluido en la sección Los reyes cansados, una de las más heterogéneas del volumen. Más concreción tiene Aventuras sin fin, donde la sorpresa de lo inesperado se cuela en la cotidianeidad; un buen ejemplo de ello sería “Historia de un entrecot”, narración de un desayuno a base de un filete que el protagonista se ve obligado a consumir. El tema de la muerte vuelve a aparecer en la última sección, La muerte no es el fin, donde la fina barrera que puede existir entre la somnolencia y el más allá protagoniza “Soñar con un cadáver”.
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