Inviernos invisibles, Mireya Encinas, Balduque, 123 págs. 14€.
Existe en la narrativa
una extensión intermedia entre el microrrelato y el cuento que considero muy
definitoria. Se trata de aquellos relatos breves que superan el impacto
instantáneo de la minificción, pero que no llegan a desarrollar esas tramas más
extensas de los cuentos largos. Suele tratarse de narraciones que se centran en
un escena concreta que, a modo de iceberg, representan una historia compleja
que no se cuenta pero que influye en el modo de comportarse de los personajes.
Este es el tipo de relatos que componen Inviernos invisibles, el primer
libro de la cartagenera Mireya Encinas.
Los veintidós textos
muestran un notable nivel medio y aunque existen algunos textos que no terminan
de funcionar, la mayoría poseen un gran interés para el lector y hacen del
conjunto un debut sugestivo. Se trata de cuentos que se mueven en torno a las
cinco páginas, salvo alguno más breve que se queda en dos y uno que se
desarrolla más y alcanza la decena de hojas, y que nos presentan historias
cotidianas y contemporáneas con un estilo cuidado, casi poético en muchos momentos.
En cuanto a los temas que
se desarrollan en los cuentos, destacan por encima de todos dos: el machismo y
los problemas con la identidad. En cuanto al primero, son varios los relatos en
los que encontramos hombres que agreden a mujeres, “Animal nocturno”, chicas
que sienten pánico al volver solas a casa, “Frío persecutorio”, o en el que,
desde una óptica costumbrista, se nos muestra cómo los roles de género siguen
estando muy asentados en algunas familias, “Cuñadas”. Frente a este machismo,
son varios los relatos en los que es la mujer la que ejerce la violencia, o más
bien la venganza, sobre el hombre; este es el punto de partida de cuentos como
“Cuestión de karma” y “Epidermis calientes”.
En el segundo bloque de
relatos, en los que los personajes tienen problemas con su identidad o con su
pasado, destaca “Ábreme el pecho y registra”, quizás el mejor texto del libro,
que se centra en los problemas con su cuerpo que asaltan a muchos adolescentes.
Tenemos también textos sobre la homofobia, “Lo viejo y lo nuevo”, sobre la
enfermedad mental “La isla de Alicia”, el desdoblamiento de personalidad, “Azul
y marrón”, o sobre la vuelta a nuestra infancia, “La calle de las vías del
tren”.
Esta agrupación temática de los cuentos, útil para repasar un libro como Inviernos invisibles con tantas historias entre sus páginas, nos permite ofrecer dos nuevas tendencias. La primera serían las relaciones familiares y de pareja, normalmente tóxicas; hallamos rupturas contadas al revés, “Caída hacia arriba”, la justificación de una infidelidad, “Arrepentimiento”, o la riña entre hermanos, “18 minutos”. Por último, el libro está atravesado de un homenaje implícito a la literatura leída por la autora, que se explicita en narraciones como “Carta de una amazona”, en el que identifica a las mujeres con cáncer de mama con estos personajes mitológicos, o “El mito de Perséfone”, un paralelismo entre esta historia y la del cuento. También hay espacio para elogios a la palabra oral, “Sinestesia de sabores”, o escrita, “Palabras 2.0”.
En resumen, estamos ante una meritoria ópera prima que se configura como un caleidoscopio de historias, los colores son muy importantes en el libro, en los que reconocemos muchos de nuestros problemas y emociones.
Reseña publicada en El Noroeste:
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