sábado, 20 de marzo de 2021

Cuántas cosas hemos visto desaparecer - Miguel Serrano Larraz



Cuántas cosas hemos visto desaparecer, Miguel Serrano Larraz, Candaya, 2020, 285 págs., 17€. 


         Se valora mucho en nuestra sociedad, demasiado desde mi punto de vista, mantener en la edad adulta los mismos amigos que uno forjó en la infancia. Estas relaciones de largo recorrido parecen otorgar al detentor un marchamo de autenticidad, de alguien a quien la vida no ha cambiado y que posee unas raíces inamovibles. Sin embargo, creo que más bien se trata de un tipo de amistades contra natura, ya que, salvo casos muy concretos, el cambio que sufrimos durante la adolescencia y la juventud es de tal calibre que difícilmente nuestros intereses seguirán coincidiendo con aquellos que con los que el azar (una relación familiar, una vecindad) nos juntó en la niñez. Este sería, creo, uno de los temas principales de Cuántas cosas hemos visto desaparecer, la inteligentísima nueva novela de Miguel Serrano Larraz.  

         El relato se construye como un repaso no cronológico a la relación entre la protagonista, Sonia, y Berta, su amiga desde la infancia. La unión que los veranos en el ficticio pueblo aragonés de Ardés forjó durante sus primeros años, se mantuvo durante la adolescencia pero comenzó a resquebrajarse en la juventud. En el presente, con ambas frisando la cuarentena, Berta y Sonia apenas comparten nada más que un pasado juntas que actúa no como elemento de unión sino todo lo contrario: las momentos vividos juntas en el ayer destacan lo poco que tienen en común ahora. Por eso, la petición de Berta de encontrarse, tras años sin verse, provoca el recelo y el nerviosismo en su antigua mejor amiga.  

         Y es que a la separación en los caminos de ambas se une la extraña personalidad de Berta; lo que durante la adolescencia parecían rasgos atractivos para la joven Sonia, son vistos desde la madurez con un cansancio rayano en el hartazgo. Porque Berta es un personaje torrencial, que no oculta nunca sus sentimientos ni sus ideas, que parece no escuchar a los demás y que posee una rara obsesión por viajar en el tiempo. Lo que para Sonia fue una divertida broma durante la adolescencia, se ha convertido ahora, para ella, que es una cerebral y algo reprimida profesora de instituto, en un síntoma del desequilibrio de su amiga.  

         Durante toda la novela asistimos a los distintos episodios que forjaron la mitología privada del grupo en el que se integran las dos protagonistas junto a Magno, Herrero, el Francés y Ariadna; juegos infantiles, conversaciones entre lo trascendental y lo cómico, bromas internas, sesiones de ouija, borracheras, etc. La disgregación de la peña de amigos se confirma en el trigésimo aniversario de Magno, que celebran con una fiesta que acaba en una confusa discusión, y en un episodio que sucede el día posterior. En una escena en la que Serrano Larraz muestra su pericia narrativa, Ariadna y Sonia son testigos de cómo Berta, su amiga de toda la vida, se sienta en la cafetería del pueblo con otras dos mujeres casi desconocidas y les dirige unas palabras que, en su fuero interno, saben dirigidas a ellas.  

    Con esta novela sutil sin ser críptica, profunda sin ser densa, Miguel Serrano Larraz se confirma como uno de los narradores españoles más interesantes de su generación tratando con maestría temas tan complejos como los anhelos de la adolescencia y las frustraciones de la edad adulta.

Reseña publicada en El Noroeste:



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