sábado, 4 de noviembre de 2017

La línea del frente - Aixa de la Cruz



La línea del frente, Aixa de la Cruz, Salto de Página, 2017, 175 págs., 15€.

Desde hace un tiempo aparecen con más frecuencia novelas relacionadas con el terrorismo de ETA y con el llamado “conflicto vasco”. Han surgido a raíz del cese de la actividad armada de la banda y no, como algunos han osado defender, a partir del éxito de Patria de Fernando Aramburu. La razón principal de este fenómeno reside, desde mi punto de vista, en la perspectiva que ya poseemos sobre una violencia que, por fin, podemos por fin narrar en pasado. La nueva novela de Aixa de la Cruz se une a este relato colectivo sobre lo acontecido en el País Vasco durante las últimas décadas, aunque se trata de una obra que pone en juego muchos más temas.
La protagonista, Sofía, comparte con la autora varias coordenadas vitales, es una veinteañera de Bilbao que se dedica a la investigación literaria, pero que no debemos identificar con de la Cruz. Durante los años en los que la banda terrorista estuvo activa formó parte de esa mayoría silenciosa que no se identificó con los verdugos, pero que tampoco fueron víctimas directas de la violencia. Durante toda su vida, Sofía se ha mantenido al margen del conflicto y es esa inacción, esa asepsia impuesta por los padres primero y después por ella misma, la que acaba despertando sus remordimientos cuando observa en televisión como Jokin, un antiguo novio de la adolescencia, es detenido por agredir a un ertzaintza durante una protesta. 
La exagerada condena de cárcel que sufre Jokin, víctima indirecta de la guerra judicial del estado contra el independentismo radical vasco, golpean la ordenada vida burguesa de Sofía que decide romper con su novio, reiniciar la relación con su pareja de la adolescencia y establecerse cerca de la prisión donde él cumple condena. Comienza a vivir en el piso que la familia de su madre posee en una urbanización de costa y que, durante esa época, está prácticamente vacía. Este espacio, donde Sofía apenas comparte momentos con el conserje y con un vecino toxicómano, contribuirá a su aislamiento social y a la progresiva degradación de sus costumbres, en una especie de penitencia autoimpuesta.
Otro de los temas centrales es la incomunicación. Sofía apenas logra penetrar las barreras emocionales de Jokin, que se niega a hablar de su pasado ni de la protesta en la que se enfrentó a la Ertzaintza. Sofía rellena estos huecos en la historia de Jokin creando un relato idealizado en el que él, por su valentía, es un héroe, y ella una cobarde, por su inacción. Especialmente efectivas para marcar esta incomunicación entre ambos son las transcripciones de las conversaciones urgentes e incómodas que comparten en el locutorio de la cárcel.
La historia principal del libro se complementa con la investigación que Sofía realiza en su piso: reconstruir la performance que un director teatral argentino realizó con Mikel Areilza, el escritor vasco sobre el que ella realiza la tesis. La militancia de este autor en ETA, su estancia en la cárcel y su huida de la misma, lo configuran como un precursor de Jokin, o, mejor dicho, de la imagen que ella tiene de Jokin.
Con estos mimbres crea Aixa de la Cruz una novela notable, con una visión diferente e interesante del conflicto vasco en un libro que se hace corto gracias a su estilo fluido y a que la trama secundaria, la de Areilza y el director argentino, podría haber tenido mayor desarrollo.  


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