La ciudad, Lara Moreno, Destino, 2022, 320 págs., 18€.
La pandemia global del coronavirus
que sufrimos en 2020 provocó algunas situaciones que muchos creíamos que nunca
íbamos a vivir. Al temor a caer infectados por una enfermedad de la que se
sabía poco se unió el encierro obligatorio para gran parte de la población.
Para la mayoría fueron días de angustia y claustrofobia pero también de pausa
en el frenético trajín diario. Sin embargo, hay personas para las que aquellos
días de marzo del 2020 llegaron en un momento importante de sus vidas, que se
detuvieron en el peor instante posible. Esta es la situación con la que termina
La ciudad, con sus tres protagonistas abocadas, como todo el país, a
encerrarse cuando están viviendo hechos trascendentales.
Por supuesto, no contaré en
qué punto se encuentran Horía, Damaris y Oliva, los tres personajes
principales, al final del libro para evitar al posible lector de la novela
aguarle un final que, de todas formas, no es climático, sino que, como ocurrió
con el confinamiento, deja en pausa a las tres mujeres. Hasta ese momento las
protagonistas han vivido experiencias muy diferentes y apenas se han cruzado,
pero sus vidas han coincidido en un lugar, un edificio del madrileño barrio de
La Latina, y, sobre todo, en el sufrimiento.
El de Horía, una mujer marroquí, está provocado por la pobreza en la que
vive y que la empuja a aceptar una ilusionante oferta para recoger fresas en
Huelva con la intención de volver a casa con el dinero suficiente para mantener
a su madre anciana y a su hijo adolescente. Moreno pone el foco en una realidad
que a pesar de estar tan cercana muchos españoles no conocen o no quieren
conocer: la explotación de mano de obra extranjera en los ferales campos
españoles. Y es que Horía pronto comprobará que las condiciones de la finca
onubense nada tienen que ver con lo prometido. Además, su hijo ha emprendido
simultáneamente la ruta hacia España, lo que lleva a la mujer a Madrid en su
busca.
Por su parte, Damaris es la más resiliente de las tres a pesar de su edad,
supera la cincuentena, sus problemas de salud y los problemas económicos que
arrastra desde su Colombia natal. Quizás este carácter estoico, exagerado como
le reprocha su hermana través del teléfono, tiene su origen en haber
sobrevivido a un terremoto que acabó con su marido y que si bien le dio la
oportunidad de ver crecer a sus hijos la empujó a emigrar a Madrid. Allí sufre
algunas de las peores caras de la capital española: el clasismo de sus
empleadores, una pareja de clase media alta a quienes Damaris cría sus hijos, y
el racismo de los propietarios de los pisos que intenta alquilar sin
éxito.
Oliva es, a priori, la más privilegiada del trío protagonista: vive en el
barrio de moda de Madrid, tiene un trabajo que le gusta y se lleva bien con su
ex, el padre de su hija Irena. Por ello gran parte de los capítulos dedicados a
este personaje tratan de explicar por qué una mujer independiente y moderna
como Oliva acaba implicada en una relación tan tóxica como en la que se embarca
con el oscuro Max, su impredecible y manipuladora pareja.
Lara Moreno nos ofrece una sólida novela que va creciendo con el paso de unos capítulos en los que, también en el estilo (cada vez con frases más cortas y fragmentos más breves) nos va llevando hacia el pozo de desesperación en el que se convierten las vidas de Horía, Damaris y Oliva.
Reseña publicada en El Noroeste.
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