Nuevas melodías en este viejo pueblo. Sobre El órgano de Diego Sánchez Aguilar.
Tras dos novelas brillantes y bastante largas, Diego Sánchez Aguilar cambia el paso en cuanto a la extensión pero no baja, más bien lo contrario, la calidad literaria. Si la extensión de ‘Factbook. El libro de los hechos’ (2018), más de trescientas cincuenta páginas, y de ‘Los que escuchan’ (2023), que se iba más allá de las quinientas, podía disuadir a algún lector, con ‘Los órganos’ estamos ante una novela corta más asequible para el público algo perezoso que podrá conocer a uno de los narradores actuales más interesantes.
A la brevedad de la novela debemos añadir otros tres aspectos que alejan ‘El órgano’ de las dos anteriores obras del autor: el tono, la época y el espacio. En aquellos libros las tramas se desarrollaban, mayoritariamente, en ciudades y en contextos contemporáneos o de un futuro cercano y acababan adentrándose en la distopía, lo que hacía que las novelas poseyeran una clara tendencia política. Eran obras en las que Sánchez Aguilar se posicionaba claramente contra las grandes corporaciones y los gobiernos neoliberales y advertía de algunos de los males de nuestra época como el ecolavado de las empresas, la ansiedad que provoca en el trabajador el capitalismo o la inutilidad de las redes sociales actuales para canalizar el descontento ciudadano. En esta novela corta el autor cambia totalmente de dirección ofreciéndonos una obra rural, menos política que las anteriores y que se desarrolla en el pasado.
Si bien no hay ninguna referencia concreta en el libro, ni temporal ni topográfica ni siquiera antroponímica, podemos situarlo en un pueblo de montaña español en alguna de las primeras décadas del siglo XX. El hecho de que durante la narración se hable de una guerra podría llevarnos a pensar que estamos en los años treinta y cuarenta en España, justo antes y después de la Guerra Civil; esta cronología estaría acorde a algunas costumbres de los protagonistas y a los oficios que se desarrollan en la pequeña localidad de la historia. De todas formas, más allá de ese ambiente pueblerino y de esa época pretérita, la historia que desarolla va más allá de su contexto y nos presenta como tema principal la culturización de un entorno rural y atrasado. Estamos ante una reinterpretación del mito de la caverna platónico en la que un organista, el protagonista del libro, trata de llevar a la pequeña localidad de la montaña a la que ha sido destinado, el lenguaje de Dios a través de la música. Este ambicioso objetivo posee una gran tradición, citada en el libro, que entronca con las teorías de Pitágoras y tiene como referente la ‘Oda a Francisco Salinas’ de Fray Luis de León, uno de cuyos fragmentos aparece significativamente como cita inicial.
Tanto el organista como su mujer son acogidos amablemente por los habitantes del pueblo, que se agolpan en la iglesia parroquial para escuchar cada domingo al virtuoso músico. Consigue ser bienvenido en un entorno tan cerrado gracias a que trae con él lo que uno de los personajes define como “nuevas melodías para este viejo pueblo” (pág. 48). Todo cambiará tras la guerra para el pueblo pero, sobre todo, para el organista, que, sin embargo, ahondará en su obsesión por traducir esa armonía de las esferas al pentagrama y ofrecérselo a los rudos pueblerinos mediante un concierto en el templo. La historia del organista deberá ser reconstruida posteriormente por un hombre que llega al pueblo representando a las autoridades para esclarecer lo ocurrido en aquel rincón alejado de la civilización. Este hombre se convierte en el narratario del relato que sobre la estancia del organista y de su mujer en la localidad realizarán varios habitantes del pueblo que lo conocieron. Adquiere, por lo tanto, un componente oral la historia ya que no tenemos nunca un narrador sino que son estas personas a las que escuchamos en todo momento y que se convierten, por su carácter de relatores, en personajes de gran importancia en la historia del músico.
El primero al que escucha (y nosotros leemos) es un herrero. El fuego adquiere un gran simbolismo en la obra, especialmente en el final, e incluso se hace un paralelismo entre el organista y Prometeo, que le robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, pero el papel de este personaje es, como el del tabernero, representar al colectivo de los habitantes de la localidad. Mucho más interesantes son tanto el Padre (el sacerdote de la parroquia) como el Maestro; arrojan ambos una perspectiva diferente a la historia del organista aunque sus relatos, como el de todos los personajes, están mediatizados por su participación en la historia. El Maestro se presenta ante el hombre que realiza el informe como el único amigo del organista y su mujer, la única persona, con el sacerdote, que pudo entablar con ellos conversaciones filosóficas en un pueblo marcado por la ignorancia y el atavismo.
Mención aparte merecen el Idiota y las Tres Hermanas, los otros dos personajes (este último colectivo) cuya voz escuchamos. El primero es un deficiente mental, despreciado por su padre (el Herrero), pero que se convierte en el confidente del organista. En un libro en el que cada frase, cada palabra casi, parece elegida tras una ardua meditación por parte del autor para dotarla de una gran carga simbólica, la forma de expresarse del Idiota (con frases breves y sencillas y transcritas sin puntuación) lo distinguen del resto y recuerdan al protagonista de ‘El ruido y la furia’ de Faulkner. Por su parte, las Tres Hermanas funcionan como una especie de coro de tragedia griega y si bien representan tres picos nevados cercanos a la localidad, actúan como contrapunto, acusándolos de mentir, de los personajes que van relatando la historia.
Con un giro con respecto a sus anteriores obras, aunque vinculada estrechamente con ‘Los que escuchan’ por varios elementos que la configurarían como un hipertexto del anterior, ‘El órgano’ es una sobresaliente novela corta que confirma el lugar preponderante de Diego Sánchez Aguilar en la narrativa española contemporánea.