sábado, 6 de diciembre de 2025

Geografía escrita - Álex Chico y Barrio Moscardó - Sergio Galarza


 Las cartografías íntimas de Álex Chico y Sergio Galarza

Las editoriales dejan traslucir con sus colecciones una suerte de poética que se construye poco a poco con la colaboración de editores, autores y lectores. Candaya lleva más de dos décadas ofreciendo uno de los catálogos más interesantes de los que ofrecen los sellos independientes españoles; Paco Robles (fallecido en 2023) y Olga Martínez han creado una serie de colecciones en las que les han dado voz a autores muy interesantes de España y de varios países de Hispanoamérica, un segundo hogar para los editores. En la colección Candaya Abierta, una cuarta vía dedicada a obras híbridas que no encajan en la poesía, el ensayo o la narrativa, acaban de ser publicados dos libros que por sus concomitancias, más allá de compartir colección, creo que pueden ser recomendados de manera conjunta en esta página. 

Tanto ‘Geografía escrita’ del español Álex Chico como ‘Barrio Moscardó’ del peruano afincado en nuestro país Sergio Galarza, parten, a pesar de sus singularidades y diferencias en las que más tarde me detendré, de un lugar común. Se sitúan ambas obras en ese tipo de literatura que desmarcándose de los géneros tradicionales, aunque partiendo de la autobiografía y la crónica, optan por ofrecer una renovación del ensayo desde perspectivas personales. Además, en los dos libros se produce un diálogo entre España y Latinoamérica, que, especialmente en el caso de la obra de Galarza, van turnándose en el protagonismo del libro. Por último, los dos títulos nos advierten de la importancia de los espacios, esencialmente urbanos, en las obras literarias: los autores se convierten en topógrafos que recorren las ciudades para crear sendas cartografías íntimas de las mismas. 

El libro de Chico es una recopilación de crónicas escritas por el autor en la última década y que recogen diversas visitas a ciudades de medio mundo a las que acude como turista o en las que habita durante un tiempo. Todos estos textos se alejan de la mera reseña de monumentos y mezclan experiencias de todo tipo con numerosas referencias a autores que vivieron allí y que escribieron sobre estas urbes. El conocimiento del narrador extremeño de obras, escritores y citas relacionadas de manera directa con la ciudad relatada es enciclopédico. ‘Geografía escrita’ sirve, en primer lugar, como manual para todos los viajeros que preparamos la visita de un lugar mediante la literatura que previamente lo describió, como “una avanzadilla que se adelantara con el fin de guiarnos una vez que estemos en él” (101) como el propio Chico señala. 

A lo largo de los capítulos visitamos rincones de España vinculados con el autor (La Vera, Salamanca, Blanes, Plasencia, Granada), espacios europeos muy diferentes (Praga, Berlín, Lisboa, Ítaca, Malta…) y una Latinoamérica donde se suele encontrar con escritores locales (Ecuador, Buenos Aires, Chile, Asunción, La Habana). Estos distintos viajes se completan con otros más exóticos (Tánger e Iowa) y con la antítesis de tanto desplazamiento con el que cierra el libro: la habitación. Si bien tanto las experiencias del autor, desde la surrealista noche en Praga hasta las largas veladas con autores ecuatorianos, como las múltiples referencias literarias aludidas son interesantes, destaca la obra por algunas reflexiones sobre la relación entre literatura y geografía urbana, que le hacen llegar a la conclusión de que “una ciudad, cualquier ciudad, es una suma de fragmentos” (108). Chico se imagina viviendo en cada localidad que visita, fabulando también con una vida diferente, y acaba confesando que el objetivo de estas crónicas es “hercúleo” ya que “el lugar siempre irá un paso por delante y siempre se reservará alguna cita clave” (66). 

Si el autor extremeño visita a través de sus páginas decenas de espacios diferentes, Sergio Galarza nos ofrece, por el contrario, la descripción de los dos lugares en los que ha vivido: Lima y Madrid. De hecho, podemos concretar mucho más en esta topografía vital que realiza el autor peruano ya que la mayor parte del libro está dedicada a dos barrios: el limeño de Los Sauces y el madrileño de Moscardó. Las calles en las que se crio en Perú y la casa en la que habitó hasta emigrar a Madrid a comienzos del siglo XXI son las protagonistas de la mayor parte de ‘Barrio Moscardó’; en estos capítulos se suceden historias y personajes de Los Sauces, una zona de Lima que parece haber basculado siempre entre la clase media, a la que pertenecen los Galarza, y la proletaria e incluso marginal en la que se integran algunos de los vecinos. El autor parte de sucesos anecdóticos sin mucho más interés que retratar una zona (el distrito de Sauquillo) y una época (las últimas décadas del siglo XX) para ofrecernos reflexiones mucho más enjundiosas; en ellas Galarza ahonda en conceptos como el desclasamiento, la emigración, “hundirte con los tuyos o escapar hacia un futuro incierto”, (51) o el recuerdo de la infancia “para buscar eso que enterré” (34).

Aunque ocupa menos capítulos, considero igual o más interesante la última parte del libro, aquella en la que el autor narra su vida de padre separado y trabajador precario en el Madrid contemporáneo. Se enfrenta a la amenaza real de acabar viviendo en la calle y de perder la custodia de sus hijos; para evitar ese desclasamiento hacia abajo (que contrasta con el inverso con el que su madre soñó toda su vida) se aferra a una oposición para conseguir un trabajo público y con él la posibilidad de comprar un piso. En la descripción del nuevo barrio madrileño reaparece la defensa de la vida en comunidad y su solidaridad que ya vimos en la narración de su infancia y construyen una reivindicación que acaba uniendo Los Sauces con Moscardó, Madrid con Lima y la infancia del autor con la de sus hijos. 

Los lectores que deseen alejarse de la narrativa de ficción sin salir de la literatura ni de las historias humanas hallarán en ‘Geografía escrita’ de Álex Chico y en ‘Barrio Moscardó’ de Sergio Galarza dos libros cuyas lecturas no les defraudarán. 


Reseña publicada en La Verdad:



lunes, 10 de noviembre de 2025

Auge y caída del conejo Bam - Andrés Barba




Una fábula sobre nosotros 


Podría sorprender la longevidad y la pervivencia de un género tan extraño como es, si se piensa bien, el de la fábula. Poner a hablar a animales que acaban comportándose como seres humanos es un ejercicio literario al que nos hemos habituado a pesar de su rareza, que lleva haciéndose desde hace siglos y que todavía hoy demuestra su vigencia. Y es que con este género el autor puede ofrecer una perspectiva distinta a la habitual de la novela realista de las sociedades humanas empleando para ello a personajes que si bien parecen animales terminan siendo, en esencia, personas. Andrés Barba vuelve a emplear este añejo recurso en ‘Auge y caída del conejo Bam’ y nos muestra que toda fábula, aunque esté protagonizada por conejos como es el caso, acaba tratando sobre todos nosotros. 

Barba nos ofrece una historia enormemente contemporánea, como más adelante defenderé, pero que posee referentes claros en la literatura de centurias pasadas. La editorial alude, en su sinopsis del libro, a ‘Rebelión en la granja’ de George Orwell y a las fábulas de Esopo; si bien veo acertada esta genealogía, quiero apuntar otros dos referentes quizás menos obvios. El primero es el mito de la caverna de Platón; al igual que en esta alegoría, Bam, el conejo protagonista lucha para ofrecerles al resto de conejos una visión diferente de su vida y de sí mismos. Además, la Gran Madriguera en la que viven estos mamíferos y sus salidas a la superficie también recuerdan al espacio donde se desarrolla el mito platónico. El segundo precedente estaría en el Evangelio, con el que, creo, comparte incluso más coincidencias esta novela que con las obras previamente citadas. Bam se erige en una especie de Mesías, aunque luego evolucionará hacia otro tipo de líder, que ha venido a liberar a su pueblo (los conejos en este caso). También, su historia es narrada por uno de sus discípulos, Copito, y con el paso del tiempo el recuerdo de sus acciones y de sus palabras se van convirtiendo en material legendario en el que es difícil discernir la verdad de la invención. 

Otro aspecto que emparenta ‘Auge y caída del conejo Bam’ con los relatos bíblicos es su estilo.  Además de concomitancias en aspectos temáticos como la conciencia de pueblo elegido de los conejos y la figura de Bam como mesías, la manera de narrar de Copito tiene ecos de cosmogonías como la judeocristiana en, por ejemplo, sus alusiones a espacios prohibidos, como “el río que no se debe cruzar y la montaña que no se debe subir”, que recuerdan el Árbol del Bien y del Mal del Génesis, y a ese lugar paradisíaco junto a un arroyo que hallan los conejos y que se convierte en su tierra prometida. A todo ello debemos añadir la manera de expresarse del líder de la manada; si Jesús enseñaba a través de parábolas, Bam lo hace mediante aforismos o sentencias breves que dejan admirados pero también algo confusos a los demás conejos. Copito recuerda en su narración frases como “mejor inventar un gesto nuevo que insistir en uno falso” (74) o “la violencia, igual que el miedo, es comprometedora” (60), el uso de expresiones como “esto es nuevísimo” o incluso de una única y poderosa palabra, “más”; esta personal forma de expresarse es fundamental para la creación del mito de Bam. 

Además de mediante la palabra, el líder se va creando a través de una serie de acciones que sorprenden al resto de conejos y que van creando en él un aura de ser superior que acaba llevándolo de ser un mesías a convertirse en un caudillo. Son hechos cotidianos pero tremendamente importantes en el ecosistema de estos pequeños mamíferos, aunque hablen como humanos no dejan de ser conejos. Por ejemplo, Bam es el primero que se atreve a comer junto a las patas de los poderosos ciervos o a quien se le ocurre pedirle a un compañero que le describa su rostro para poder imaginarse a sí mismo o incluso el que resignifica un acto tan común como el de la cópula. Quizás la más significativa de estas epifanías, y en la que de nuevo entra en juego el poder de la palabra, sea el hecho de dar nombre a todos los conejos de la madriguera. Cuenta para ello con la ayuda de Copito, el único de entre sus congéneres que poseía un apelativo al haber sido, antes de llegar a la pradera donde reside la manada, un animal doméstico. 

Pero si bien estas acciones propias y exclusivas de los conejos son importantes en la trama del libro, creo que las más decisivas son aquellas en las que nos volvemos a encontrar a nosotros mismos y donde el libro nos pone sobre ese espejo deformado que es la fábula y retrata algunos comportamientos de la sociedad actual. En este ámbito destacan la relevancia dada a algunos conceptos, como el de libertad, la manera de afrontar una epidemia, que recuerda nuestra reciente pandemia, los privilegios de la aristocracia, representada aquí por unos conejos más grandes y fuertes llamados “los mejores de entre nosotros” y, especialmente, la guerra contra los topos. En ella es donde la sátira es más potente y hallamos los habituales eufemismos (el ejército de la paz), la creación de un enemigo (los topos se eligen casi por azar y por razones estúpidas), el nacionalismo (los conejos como la raza elegida), el caudillo (Bam) y la aquiescencia del pueblo, como en Israel, Alemania o tantos otros sitios (“la guerra no exigía de nosotros más que la connivencia” (130).

Andrés Barba, con su maestría habitual en la narración, ya sea para la biografía, como hizo en ‘Vida de Guastavino y Guastavino’ (2020) o para el retrato de la infancia, en su genial ‘República luminosa’ (2017), sorprende con esta fábula con la que actualiza un género que demuestra una vez más su utilidad para retratar las sociedades humanas.


Reseña publicada en La Verdad:


jueves, 30 de octubre de 2025

Días de sol y piedra - Pepe Pérez-Muelas


Días de sol y piedra. De los Alpes a Roma, Pepe Pérez-Muelas, Siruela, 2025, 245 págs. 


Los (buenos) libros de viajes suelen mezclar con naturalidad el relato del periplo del autor con datos relacionados con los lugares visitados. El interés de la obra dependerá mucho de la capacidad narrativa del escritor y de la amplitud de su conocimiento sobre la historia o la cultura de las zonas visitadas. Sin embargo, para que un buen libro de viajes deje un poso mayor en el lector debe ofrecer algo más, un tercer elemento que complemente a los anteriores. Pepe Pérez-Muelas opta por añadir a lo narrativo y a lo enciclopédico un componente sentimental que hacen de este Días de sol y piedra un gran libro de viajes.

El autor describe sin pudor a lo largo de las páginas de este viaje por la Vía Francígena italiana varios problemas personales que añaden una profundidad a un libro que va más allá de contar un recorrido geográfico. Desde el reencuentro con el hermano del que el autor lleva unos años alejado, hasta la búsqueda de la fe a través de un itinerario de origen religioso o las referencias a los ataques de ansiedad que lleva un tiempo sufriendo, son frecuentes las partes en las que la introspección gana espacio a la narración, humanizando así al autor. 

Por supuesto, el relato del viaje en bicicleta desde el paso alpino de San Bernardo hasta Roma es el eje narrativo de la obra y la que ocupa la mayor parte de las páginas. Asistimos a una lucha del viajero/peregrino contra el frío, el calor, el polvo y, sobre todo, las pendientes de las carreteras del norte y el centro de Italia que tiene como recompensa final la llegada a la capital del Tíber. Como alicientes están los negroni y las cervezas en algún alto en el camino y especialmente los encuentros con las distintas personas que, por motivos muy diferentes, realizan el mismo viaje o asisten a los caminantes y ciclistas. Los paisajes del Valle de Aosta, de la Toscana o del Lazio comparten protagonismo en el libro con los distintos monumentos, especialmente iglesias, catedrales y monasterios donde a veces lo acogen para pasar la noche. 

El último aspecto que integra un libro notable y que lo emparenta con los mejores ejemplos del género, como el clásico Corazón de Ulises (1999) de Javier Reverte, es la referencia literaria o histórica que aparece en cada capítulo. Aunque en algunos casos la inclusión parece un tanto fortuita, la casualidad quiere que el autor se encuentre con una Penélope y con una Nausícaa que le hacen recordar a los personajes homéricos del mismo nombre, en otros casos el referente es más original y estrechamente relacionado con el viaje, como el libro de Dino Buzzati sobre el Giro de Italia. 

domingo, 19 de octubre de 2025

Fosca - Inma Pelegrín


 

El culpable sin rostro. Sobre ‘Fosca’ de Inma Pelegrín. 


Uno de los objetivos de todo autor es la verosimilitud; es decir, lograr que la historia que se narra se mueva siempre dentro de lo lógico dentro del género que se encuadra, sea este el realismo o lo fantástico. Sin embargo, muchos narradores optan en los diálogos de sus personajes por emplear un lenguaje culto incluso cuando se trata de personas con pocos estudios o analfabetos. Inma Pelegrín, sin embargo, no ha tenido miedo a que los protagonistas de su novela ‘Fosca’ hablen como lo que son: unos campesinos de mediados del siglo XX. Este es solo uno de los aciertos de una novela sobresaliente, con el que la poeta lorquina, con una sólida y larga trayectoria en la lírica, debuta en la narrativa con un libro que la ha hecho acreedora del Premio Lumen de novela. 

El lenguaje de ‘Fosca’ posee una enorme riqueza léxica y su mayor logro está en recuperar palabras del dialecto murciano a través de sus personajes. Así, encontramos vocablos autóctonos de nuestra Región como “bajocas”, “lebrillo”, “poyete”, “cansera”, “calistros”, “leja”, “regomello” o “zagales”. Además, los protagonistas se expresan con coloquialismos o vulgarismos y en los diálogos se imita la pronunciación murciana: “pasás”, “entresudao”, “entodavía”, “naide”, etc. Este lenguaje y el paisaje donde se desarrolla la acción, una casa en mitad del campo lorquino, con sus ramblas y su fosca acuciante en el verano, enmarcan el libro en ese resurgimiento de la literatura rural que se ha producido en los últimos años. 

Si bien ha habido otros libros que se han centrado en estos últimos años en los pueblos murcianos, ‘La noche de arena’ (2024) de Trifón Abad o ‘Ropasuelta’ (2024) de Santos Martínez, en las pedanías de la capital, ‘El dolor de los demás’ (2018) de Miguel Ángel Hernandez, e incluso en la sierra entre Águilas y Lorca, ‘Almenara’ (2024) de Miguel Ángel Ruiz, la más cercana geográficamente al libro de Pelegrín, todos lo hacían desde el presente. Por ello, veo más concomitancias con otros libros que se desarrollaban en otras partes de España pero en la misma época que ‘Fosca’. En este sentido podemos recordar el clásico ‘Los santos inocentes’ (1981) de Miguel Delibes y el más reciente ‘Intemperie’ (2013) de Jesús Carrasco, con el que encuentro bastantes similitudes. 

En este duro contexto, el campo lorquino hacia la mitad del siglo XX, es donde viven la familia formada por el Padre, la Madre y sus cuatro hijos adolescentes. Si los tres mayores se rigen por la brutalidad, el desinterés por la escuela y el sometimiento al Padre, el pequeño, Gabi, es, por el contrario, el más sensible y el preferido de la Madre. Esto no le evita que tenga que ayudar en las tareas agrícolas a las que se dedica la familia y lo convierten en el blanco de las burlas y los abusos de sus tres hermanos: el violento Miguel, el taciturno Rafa y el epiléptico Serafín. Un papel importante en la trama también juegan la vecina Marcela, que vive sola en la casa más cercana a la familia, y la perra Sombra, la mejor amiga y confidente de Gabi.  

El eje de la trama de la novela es una investigación: la que debe hacer Gabi, el narrador, para descubrir cuál de sus hermanos ha sido el culpable de un ataque (indirecto) contra él. Aunque el chico ha estado presente, su incapacidad para identificar las caras de las personas le impide descubrir cuál de sus tres hermanos ha sido el autor del hecho. Por ello debe comenzar a investigar si el “Hermano alimaña”, como él lo define, es Serafín, Miguel o Rafa. Este misterio, ya de por sí intrigante, consigue enganchar enormemente al lector gracias a dos mecanismos narrativos que considero de una gran inteligencia por parte de la autora: el uso del narrador en primera persona y el relato en presente. Ambos consiguen que acompañemos a Gabi en su desasosiego y en su venganza y nos impliquemos mucho más con sus sentimientos. 

Durante esta investigación el narrador se centra en tres aspectos que van estructurando la parte central del libro: en primer lugar, en tratar de acordarse, ya que no puede hacerlo del rostro del ejecutor, de todos los detalles de la noche de autos. En segundo lugar, realiza una retrospectiva de su relación con cada uno de sus hermanos para hallar posibles motivos que pudieran haber llevado a uno de ellos a atacarlo de aquella manera. En estas analepsis también recuerda algunos buenos momentos (un baño en la playa, la defensa frente a un matón en el colegio, las risas tras una tarde de trabajo) pero tiene que espigarlos entre un catálogo de iniquidades sufridas a manos de los tres mayores. Mientras tanto, Gabi debe aparentar que no fue testigo del acto para que el “Hermano alimaña” no sospeche que está intentando descubrirlo y así deje alguna pista que ayude al protagonista a desvelar el rostro del culpable y su identidad. 

Otro aspecto que destaca en la novela de Inma Pelegrín tiene que ver con el retrato de la época. Además de mediante el léxico, que llama la atención por su verosimilitud como ya he indicado, la autora reconstruye con precisión el ambiente de la Lorca rural de hace tres cuartos de siglo con la reproducción en el texto de muchas de sus costumbres. En las recetas que prepara la Madre, en los remedios caseros que conoce Marcela para casi todas las enfermedades, como para las verrugas que llenan las manos de Gabi, en los castigos corporales en el colegio o en los rituales del cortejo y de la muerte hallamos un mundo no tan lejano que parece haber desaparecido para siempre. 

Logra con ‘Fosca’ Inma Pelegrín un debut extraordinario en la novela. Nos ofrece una historia dura e intensa sobre la violencia, la amistad y la venganza. Además, logra captar perfectamente un ambiente concreto, el del campo lorquino de mitad del siglo XX, pero que representa a toda una época en nuestro país.


Reseña publicada en La Verdad. 





sábado, 4 de octubre de 2025

Comerás flores - Lucía Solla Sobral


 
Comerás flores, Lucía Solla Sobral, Libros del Asteroide, 2025, 242 págs. 


Algunos casos de maltrato físico y, especialmente, psicológico son difíciles de entender por algunas personas ajenas a la pareja. A menudo se identifica solamente a las  víctimas con aquellas que poseen una situación económica vulnerable y una falta de independencia. Sin embargo, la realidad es mucho más dura y son muchas las mujeres en situaciones aparentemente buenas que sufren violencia de género. Para entender mejor a este tipo de víctimas Lucía Solla Sobral ha escrito este Comerás flores, su interesante ópera prima. 

Marina, la protagonista y narradora del libro, es una veinteañera como tantas otras: tiene un trabajo mal pagado pero estimulante, una familia cercana en la que falta su padre, un grupo de gente con los que sale a menudo y una amiga íntima con la que comparte piso junto a su perra. Es una mujer moderna, urbanita y con estudios que parece alejarse del perfil más habitual en las víctimas. Sin embargo, el libro nos recuerda que hay que poner el foco en el maltratador, único responsable de la violencia (psicológica en este caso) que ejerce sobre la víctima. Y es ahí donde aparece Jaime, un narcisista que se aprovecha de su diferencia de edad, más de veinte años, su halo de artista y de su sofisticación para primero encandilar y después controlar hasta la asfixia a Marina, su pareja. 

El libro posee varios aciertos pero también algún que otro fallo desde mi punto de vista. Entre estos está cierta tendencia a abusar de metáforas como “se me pusieron ojos de mar” (219), “llenarme la boca de entrañas” (190), “como si tuviese un cielo azul en la boca” (149) o “un nidito de palabras (104). También  que el personaje de Jaime reúna todos los clichés del hombre maduro y con ínfulas de creador que quiere obnubilar a una joven con regalos y experiencias epatantes; quizás la autora nos quiere mostrar con lo que a algunos lectores nos parecen hipérboles comportamientos reales de este tipo de abusadores. 

Entre los aciertos, que son más que lo negativo en un libro notable, quiero destacar en primer lugar la excelente narración de la caída de Marina desde el éxtasis inicial de la relación hasta los pozos más oscuros del maltrato psicológico. También es preciso el retrato generacional de esa parte de la juventud, que se da normalmente avanzada la veintena, en la que vamos adquiriendo más responsabilidades (laborales, familiares, de pareja) y comenzamos a despegarnos de nuestros amigos y también de nuestros intereses. En este sentido destaca la descripción que de esta situación se ofrece en la página 118 desde la perspectiva de Marina que se da cuenta de que no ha cumplido sus objetivos y que no está tan al tanto de la música como antes y siente que “me quedaba atrás y no sabía ni en qué”. 

Comerás flores se nos presenta como una historia cruda de un maltrato basado en la diferencia de edad y en un afilado retrato de los problemas que afrontan los jóvenes cuando están dejando de serlo.

sábado, 23 de agosto de 2025

La víctima perfecta - Trifón Abad


 
La víctima perfecta, Trifón Abad, Grijalbo, 2025, 348 págs. 


Las novelas negras suelen basar gran parte de su interés en el magnetismo del detective protagonista. Desde aquellos que responden a los tópicos de este tipo de caracteres (un hombre solitario, con problemas de adicciones y relaciones personales insatisfactorias) hasta los que en los últimos años han dado una vuelta de tuerca (personajes más metódicos o mujeres, tanto tiempo olvidadas en este tipo de novelas), todos se sitúan habitualmente en el foco del libro. Trifón Abad, sin ir más lejos, creó en su primera obra de este género, La noche de arena (2024), a un investigador de un enorme carisma que se convirtió en uno de los principales alicientes de su estupendo debut novelístico: Robles. Sin embargo, creo que en La víctima perfecta es precisamente el niño al que alude el título, Gonzalo, el personaje mejor logrado del libro. 

A menudo las víctimas, en este caso de un secuestro, se convierten en este tipo de tramas en medios para que el detective o el policía de turno se luzca en su investigación. Abad, por su parte, le otorga un gran protagonismo al chaval y lo convierte en un personaje muy interesante. Gonzalo es un preadolescente caracterizado por su enorme inteligencia, pero también por sus problemas para relacionarse con los demás, especialmente con sus compañeros de colegio o del equipo de hockey en el que es portero. Su sagacidad, entrenada por su padre, profesor de matemáticas, en el ajedrez le servirá para analizar con una frialdad impropia de su edad su situación durante su cautiverio y las posibilidades de escape. Son las páginas en las que acompañamos a Gonzalo durante su encierro por parte de sus desconocidos secuestradores las mejores del libro en mi opinión.

Como en toda novela negra aquí también se lleva a cabo una pesquisa para encontrar a la víctima; en este caso son dos los investigadores que siguen las pocas pistas que ha dejado la desaparición del niño. En primer lugar tenemos al irónico y algo desastrado Suances, eterno fumador y en proceso de separación, y junto a él a la metódica e hiperprofesional inspectora Alarcón; entre ambos y sus respectivas formas de entender el oficio policial se lleva a cabo la investigación. Este reparto de protagonismo no permite, desde mi punto de vista, identificarnos con ninguno de ellos tanto como lo hacíamos en la anterior  novela con Robles, que precisamente aparece aquí como personaje secundario. Entre ellos y el resto de profesionales tratarán de hallar a Gonzalo y a sus secuestradores entre los muchos sospechosos que van apareciendo en la historia. 

Si en La víctima perfecta Abad optaba por situar la acción en los bajos fondos de un pueblo de la Región de Murcia, aquí cambia de ambiente. La madre de Gonzalo es una rica empresaria y el padre, separado de la progenitora, un profesor universitario. La trama se desarrolla principalmente en la capital murciana y en sus alrededores y los investigadores visitan los elitistas ambientes en los que se mueve la familia. En cualquier caso la novela, que posee un ritmo ágil y una estructura precisa, demuestra que en todas las clases sociales se pueden hallar desalmados que pongan en riesgo la integridad de un niño para conseguir sus objetivos personales.

miércoles, 30 de julio de 2025

El órgano - Diego Sánchez Aguilar

Nuevas melodías en este viejo pueblo. Sobre El órgano de Diego Sánchez Aguilar. 


Tras dos novelas brillantes y bastante largas, Diego Sánchez Aguilar cambia el paso en cuanto a la extensión pero no baja, más bien lo contrario, la calidad literaria. Si la extensión de ‘Factbook. El libro de los hechos’ (2018), más de trescientas cincuenta páginas, y de ‘Los que escuchan’ (2023), que se iba más allá de las quinientas, podía disuadir a algún lector, con ‘Los órganos’ estamos ante una novela corta más asequible para el público algo perezoso que podrá conocer a uno de los narradores actuales más interesantes. 


A la brevedad de la novela debemos añadir otros tres aspectos que alejan ‘El órgano’ de las dos anteriores obras del autor: el tono, la época y el espacio. En aquellos libros las tramas se desarrollaban, mayoritariamente, en ciudades y en contextos contemporáneos o de un futuro cercano y acababan adentrándose en la distopía, lo que hacía que las novelas poseyeran una clara tendencia política. Eran obras en las que Sánchez Aguilar se posicionaba claramente contra las grandes corporaciones y los gobiernos neoliberales y advertía de algunos de los males de nuestra época como el ecolavado de las empresas, la ansiedad que provoca en el trabajador el capitalismo o la inutilidad de las redes sociales actuales para canalizar el descontento ciudadano. En esta novela corta el autor cambia totalmente de dirección ofreciéndonos una obra rural, menos política que las anteriores y que se desarrolla en el pasado. 


Si bien no hay ninguna referencia concreta en el libro, ni temporal ni topográfica ni siquiera antroponímica, podemos situarlo en un pueblo de montaña español en alguna de las primeras décadas del siglo XX. El hecho de que durante la narración se hable de una guerra podría llevarnos a pensar que estamos en los años treinta y cuarenta en España, justo antes y después de la Guerra Civil; esta cronología estaría acorde a algunas costumbres de los protagonistas y a los oficios que se desarrollan en la pequeña localidad de la historia. De todas formas, más allá de ese ambiente pueblerino y de esa época pretérita, la historia que desarolla va más allá de su contexto y nos presenta como tema principal la culturización de un entorno rural y atrasado. Estamos ante una reinterpretación del mito de la caverna platónico en la que un organista, el protagonista del libro, trata de llevar a la pequeña localidad de la montaña a la que ha sido destinado, el lenguaje de Dios a través de la música. Este ambicioso objetivo posee una gran tradición, citada en el libro, que entronca con las teorías de Pitágoras y tiene como referente la ‘Oda a Francisco Salinas’ de Fray Luis de León, uno de cuyos fragmentos aparece significativamente como cita inicial. 


Tanto el organista como su mujer son acogidos amablemente por los habitantes del pueblo, que se agolpan en la iglesia parroquial para escuchar cada domingo al virtuoso músico. Consigue ser bienvenido en un entorno tan cerrado gracias a que trae con él lo que uno de los personajes define como “nuevas melodías para este viejo pueblo” (pág. 48). Todo cambiará tras la guerra para el pueblo pero, sobre todo, para el organista, que, sin embargo, ahondará en su obsesión por traducir esa armonía de las esferas al pentagrama y ofrecérselo a los rudos pueblerinos mediante un concierto en el templo. La historia del organista deberá ser reconstruida posteriormente por un hombre que llega al pueblo representando a las autoridades para esclarecer lo ocurrido en aquel rincón alejado de la civilización. Este hombre se convierte en el narratario del relato que sobre la estancia del organista y de su mujer en la localidad realizarán varios habitantes del pueblo que lo conocieron. Adquiere, por lo tanto, un componente oral la historia ya que no tenemos nunca un narrador sino que son estas personas a las que escuchamos en todo momento y que se convierten, por su carácter de relatores, en personajes de gran importancia en la historia del músico. 


El primero al que escucha (y nosotros leemos) es un herrero. El fuego adquiere un gran simbolismo en la obra, especialmente en el final, e incluso se hace un paralelismo entre el organista y Prometeo, que le robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, pero el papel de este personaje es, como el del tabernero, representar al colectivo de los habitantes de la localidad. Mucho más interesantes son tanto el Padre (el sacerdote de la parroquia) como el Maestro; arrojan ambos una perspectiva diferente a la historia del organista aunque sus relatos, como el de todos los personajes, están mediatizados por su participación en la historia. El Maestro se presenta ante el hombre que realiza el informe como el único amigo del organista y su mujer, la única persona, con el sacerdote, que pudo entablar con ellos conversaciones filosóficas en un pueblo marcado por la ignorancia y el atavismo. 


Mención aparte merecen el Idiota y las Tres Hermanas, los otros dos personajes (este último colectivo) cuya voz escuchamos. El primero es un deficiente mental, despreciado por su padre (el Herrero), pero que se convierte en el confidente del organista. En un libro en el que cada frase, cada palabra casi, parece elegida tras una ardua meditación por parte del autor para dotarla de una gran carga simbólica, la forma de expresarse del Idiota (con frases breves y sencillas y transcritas sin puntuación) lo distinguen del resto y recuerdan al protagonista de ‘El ruido y la furia’ de Faulkner. Por su parte, las Tres Hermanas funcionan como una especie de coro de tragedia griega y si bien representan tres picos nevados cercanos a la localidad, actúan como contrapunto, acusándolos de mentir, de los personajes que van relatando la historia. 


Con un giro con respecto a sus anteriores obras, aunque vinculada estrechamente con ‘Los que escuchan’ por varios elementos que la configurarían como un hipertexto del anterior, ‘El órgano’ es una sobresaliente novela corta que confirma el lugar preponderante de Diego Sánchez Aguilar en la narrativa española contemporánea.


Reseña publicada en La Verdad:



miércoles, 9 de julio de 2025

La lengua herida - David Aliaga



Dibujar lo desconocido. Sobre La lengua herida de David Aliaga


Coinciden en no pocos aspectos la literatura y el cómic, el llamado noveno arte desde su (merecida) revalorización de las últimas décadas; de hecho, el término “novela gráfica” lo demuestra bien a las claras. Si bien son abundantes los libros de cómics protagonizados por escritores o que trasladan a este lenguaje novelas u obras de teatro conocidas, la ilustradora murciana, con su fantástico ‘Federico’ (2021) o su posterior ‘Trilogía rural’ (2022), es un ejemplo de ello, es bastante inusual la situación opuesta. Al menos en la literatura contemporánea española no son habituales novelas como ‘Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay’ de Michael Chabon protagonizadas por dibujantes de cómics. Si alguien podía ocupar este vacío, y hacerlo de la forma tan estupenda como lo hace en ‘La lengua herida’, es David Aliaga, a la sazón escritor y especialista en cómics.

La novela está protagonizada por un dibujante, Daniel P. Coen, que vuelve a tomar los lápices tras años centrado en su labor como profesor e investigador de la novela gráfica. Lo hace para llevar a cabo el proyecto por el cual ha sido becado por una fundación de Trieste y que consiste en contar en este formato la vida de su abuelo: Giuseppe Coen. Además de por su relación familiar, el interés que el nonno Bepo despierte en el protagonista viene determinado por una vida errante, marcada por su condición de judío que lo hizo tener que exiliarse desde su Trieste natal a Barcelona tras pasar por varias ciudades mexicanas. Será precisamente en una de las urbes norteamericanas en las que habitaron sus abuelos, la fronteriza Mexicali, adonde llega Daniel en busca de las pocas huellas que el nonno dejó allí. 

Además, P. Coen tiene un interés personal en la ciudad norteña, ya que allí pasó una temporada de joven realizando un curso con un peculiar dibujante norteamericano cuando aún soñaba con dedicarse profesionalmente al cómic. De aquella estancia, repleta de borracheras con amigos, conversaciones sobre literatura y algún fugaz noviazgo, quedaron dos sucesos que vuelven a aparecer en Mexicali cuando el Daniel adulto regresa tantos años después. El primero es el cómic, fanzine más bien, que publicó entonces y que ahora encuentra en una librería de segunda mano. El segundo es la chica a la que dedicó el ejemplar ahora recobrado, Lucía, una misteriosa curandera con la que solo coincidió tres veces pero cuyo recuerdo aún lo emociona; la búsqueda, tanto de esta mujer como de las huellas del abuelo en la ciudad, se convertirá en el leit motiv de todo el libro. 

En la narración de los hechos destaca la maestría de Aliaga en el uso del tiempo. La historia no sigue un orden cronológico, ni siquiera en el relato de las dos semanas que P. Coen pasa en Mexicali para documentarse, y son habituales las analepsis, a sucesos de la propia vida del protagonista o de su abuelo, pero también las prolepsis. Estos saltos se hacen hacia el futuro, narrándose por ejemplo episodios de cuando la hija del protagonista (una niña en la época del viaje a Mexicali) es ya una adulta. Una muestra de la maestría del autor catalán en este aspecto es el capítulo III, en el que durante un viaje en taxi hasta su hotel mexicano se van mezclando con habilidad diversos planos temporales. 

Si el tiempo adquiere, por su importancia en la ordenación de la trama y en las distintas épocas de la familia del protagonista, una destacada relevancia en el libro, el espacio también sobresale en un libro muy viajero. Además de Mexicali, la ciudad a la que vuelve P. Coen tras los pasos de su abuelo y de su propia experiencia previa, Barcelona es la otra urbe central en el libro. Representa la ciudad condal el espacio familiar: allí se establecieron finalmente sus abuelos, allí vivió momentos felices con su ex mujer y ahora con su nueva pareja y allí crece su hija Leah. Otro lugar fundamental, aunque desde un punto de vista más lateral, es Trieste, el puerto adriático del que huyó el nonno y al que Daniel regresó también, casi sin querer, indagando sobre los primeros años de su abuelo en una visita que se convirtió en el germen de la beca que lo ha llevado a embarcarse en la elaboración de la novela gráfica que ahora ha comenzado. Todos estos lugares, junto con otros de menor relevancia como el Cabo de Gata o Salónica, están directamente relacionados con dos temas de gran relevancia en el libro: el judaísmo y las lenguas. 

Al igual que hace Eduardo Halfon, un autor con el que encuentro numerosas similitudes en ‘La lengua herida’, David Aliaga pone en un lugar preponderante su identidad cultural: un judío (con momentos más cercanos y otros más lejanos a la religión) que ha vivido toda su vida en un país “gentil” y que indaga en la historia de sus antepasados, marcados por el Holocausto, para conocerse mejor. Si bien el protagonista no lleva su nombre, como sí ocurre en los libros de Halfon, el elemento autobiográfico es obvio, como deja claro que P. Coen llame al personaje principal de su novela gráfica David Aliaga. 

En relación a la itinerante vida familiar, marcada por la persecución sufrida en Europa por el hecho de ser judíos, la lengua es el otro tema central del libro. En la familia se habla castellano, catalán, mexicano, italiano, hebreo, yiddish y ladino. Estos últimos idiomas han estado marcados por la emigración y el antisemitismo sufrido por la familia y a cualquiera de ellos se les puede poner el calificativo del título, son “lenguas heridas”, que de manera literal se refiere al corte que se hizo P. Coen cuando huía de una manifestación en su primera estancia en Mexicali y que le permitió conocer a Lucía, que lo curó. 

Con estos mimbres Aliaga escribe una novela breve pero con una gran complejidad estructural y una enorme hondura en el tratamiento de temas como la herencia judía o la posibilidad de que la ficción, una novela gráfica en este caso, arroje luz sobre la historia familiar.


Reseña publicada en La Verdad. 






domingo, 15 de junio de 2025

Gomes y Cía - Antonio Parra Sanz



 Gomes y cía, Antonio Parra Sanz, MAR editor, 2025, 168 páginas. 


En un género tan estandarizado como es la novela negra, es complicado ofrecer algo diferente, algo que satisfaga a los lectores pero que, simultáneamente, los sorprenda. Antonio Parra Sanz, experto en el género tanto desde su faceta como organizador de Cartagena Negra, como en sus críticas literarias como en sus novelas, lo hace en este libro optando por un formato poco habitual en este tipo de historias: el relato. Así, en vez de ofrecernos una novela que desarrolle un nuevo caso de Gomes, el descreído detective madrileño afincado en Cartagena, opta por multiplicar por siete los enredos que debe desentrañar en otros tantos cuentos. 

La extensión de los textos marcan lo que nos vamos a encontrar en el libro: investigaciones sobre desapariciones o comportamientos sospechosos de un familiar que se resuelven de manera mucho más directa que lo hacen en una novela negra, que adolecen a menudo de un exceso de giros en la trama y pistas que resultan falsas y que a menudo van en detrimento de su lectura. Aquí, sin embargo, se mantiene el protagonista arquetípico del género: un detective duro pero con buen corazón, bebedor (de vodka), con un pasado turbio, una relación sentimental con demasiados altibajos (con la forense Silvia) y con una colaboración no exenta de desconfianza con la policía (con el inspector Inglés). A ello le sumaremos un variopinto desfile de personajes que a menudo circulan por los bajos fondos cartageneros, la ciudad que sirve de telón de fondo de los siete relatos y que se convierte en una de las protagonistas del libro. 

En la mayoría de relatos se sigue también la estructura habitual del género: Gomes se hace cargo de un caso y va narrando en primera persona su investigación hasta hallar al responsable de un asesinato, a la persona desaparecida o el misterio sobre el que se quiere arrojar luz. Todo ello con la habitual solvencia de Antonio Parra Sanz y con la brevedad que impone el cuento que obliga a dejar de un lado las historias secundarias. El único que se aparta de este modelo es el último, ‘Cobi 92’, en el que Gomes no es el narrador sino que conocemos la historia a través de varios testigos o de las conversaciones de los personajes. 

Existe, aunque estemos ante siete relatos independientes, una estructura interna que recorre todo el libro gracias a varios elementos que se van repitiendo. A aspectos ya citados como el protagonismo de Gomes, la temática de las historias o el escenario cartagenero, podemos añadir la importancia que tienen varios personajes secundarios, especialmente Silvia y el inspector Inglés pero también la madame Aurori o el portero Arturo, que van apareciendo en varios de los relatos y protagonizan el último. Además, se observa una evolución temporal de los acontecimientos desde el primer y último relato marcados por la inminencia de la pandemia en las primeras páginas y la desescalada que se cita más adelante. 

Parra Sanz nos ofrece una manera diferente de acercarse al género del relato de detectives a través del cuento, brevísimo en el caso de ‘Un recado muy especial’ de solo tres páginas, con historias sobre malos tratos, desapariciones, homicidios, tráfico de drogas o agresiones.


sábado, 31 de mayo de 2025

Oposición - Sara Mesa


 

LA TELA DE ARAÑA DE LA BUROCRACIA. SOBRE ‘OPOSICIÓN’ DE SARA MESA.


Existe en la literatura un claro referente cuando se trata el tema de las dificultades de enfrentarse a la burocracia: ‘El proceso’ de Franz Kafka. El escritor checo, hace ya más de un siglo, retrató de manera magistral los absurdos y laberínticos caminos por los que transita la administración pública y que desesperan, provocando reacciones que van desde la incomprensión a la ira, al usuario afectado. La vigencia del adjetivo “kafkiano” para referirse a las situaciones en las que la burocracia suele colocar a los afectados de sus sinsentidos da muestra de que poco ha cambiado desde lo descrito por Kafka hasta nuestros días. Pero hay otro referente más cercano y directo en el caso de este libro de Sara Mesa y es otra obra escrita también por la autora sevillana nacida en Madrid: ‘Silencio administrativo’ (2019). En esta breve crónica, se relataba la historia de una mujer sin techo que buscaba recibir una ayuda y que se perdía en el “laberinto burocrático”, según sintagma usado en el propio subtítulo del libro. Lo que ‘Silencio administrativo’ retrataba desde fuera y con una historia real, ‘Oposición’ lo hace desde dentro y mediante la ficción. 

Porque en esta novela no asistimos a la lucha de un ciudadano, de un Josef K., para tratar de comprender primero y luchar después contra la injusticia de ese monstruo ciego y sordo que es la burocracia, sino que se nos ofrece la perspectiva de una trabajadora del sistema, que lo cuestiona desde dentro. Sara Villalba, la narradora y protagonista, es una veinteañera que accede a un puesto en la administración de manera interina y que es animada por sus compañeras y por su madre a que apruebe (“gane”) una oposición, para que la suerte que ha tenido al conseguir ese puesto temporal se transforme en éxito al lograr una plaza de funcionaria. Sara se deja arrastrar por ese deseo que todo el mundo parece compartir sobre su futuro y comienza a estudiar sin demasiado convencimiento para el examen. Pero, ¿desea Sara convertirse en funcionaria?

Su trabajo interino en la administración le ofrece un conocimiento claro de lo que podría ser el resto de su vida: un trabajo relativamente cómodo, con un sueldo fijo y seguro que le permita emanciparse, pero tremendamente aburrido y, esto es lo que más la atormenta, con un funcionamiento que primero le cuesta entender y después compartir. Sara Mesa retrata con maestría la peculiar naturaleza de la administración pública, un ente que funciona como una especie de sociedad paralela a la nuestra en la que solo unos pocos iniciados, los funcionarios, parecen saber desenvolverse y que desespera a los usuarios por sus ignotos mecanismos que dificultan a los nuevos trabajadores integrarse en ella. Así, Sara pasa meses sin hacer prácticamente nada o realizando tareas realmente simples o que carecen de una finalidad clara. A la chica protagonista le cuesta entender que la lógica de la burocracia es una lógica interna, diferente a la que rige en la vida cotidiana y que impide, por ejemplo, dirigirse al compañero de la mesa contigua sin hacerlo a través del procedimiento adecuado: una nota interna que un ordenanza trasladará con acuse de recibo. 

Como toda sociedad, la burocracia tiene tanto un lenguaje como un tipo de relaciones sociales propias y Mesa retrata ambos con una sagacidad que se encuentra entre lo más meritorio del libro. El lenguaje burocrático es un constructo en el que se alternan fórmulas, tecnicismos y eufemismos y que parece haberse creado para estandarizar las comunicaciones en la administración pero también para alejar de su conocimiento a cualquier profano en la materia. Uno de los compañeros de Sara, el Monago, se presenta como un maestro en el empleo de este tipo de léxico en el que “los problemas eran problemáticas; las personas, sujetosIndicar era mejor que poner, cumplimentar mejor que rellenar” (93). La protagonista se rebela frente a este lenguaje, como lo hará contra el propio funcionamiento de la administración, creando poemas fonéticos con fragmentos de instancias desechadas, en un ejercicio que también tiene el objetivo de gastar un tiempo que parece sobrarle en su trabajo y que la lleva además a realizar dibujos en su horario laboral. 

En cuanto a las relaciones sociales que se establecen dentro de toda oficina, la novela es un perfecto muestrario de los sentimientos de amistad, odio, resquemor, envidia y desconfianza que reinan en este tipo de espacios. Sara es acogida en un primer momento por su juventud y por ser nueva por veteranos como Teresa, su jefa directa, y Beni, una compañera que desarrollará hacia ella una especie de instinto maternal. Sin embargo, después conocerá a Sabina, una informática que por edad está más cerca de Sara y a la que se unirá en detrimento de sus compañeros más veteranos en el desayuno, momento sagrado y central en el microcosmos social de la oficina. Además, en este peculiar entorno destaca la espectral figura del jefe del negociado número dos, un gris y anodino funcionario que atraerá la atención de Sara por su extraño comportamiento y, sobre todo, por su ignoto trabajo. 

Sara Mesa nos va mostrando, a través de una narradora cuya perspectiva, recordemos, siempre es la que nos presenta los hechos, los entresijos de una oficina de la administración pública. La novela está siempre marcada por el humor con el que la narradora retrata lo absurdo, lo kafkiano, de este sistema de organización de las instancias y procedimientos que en principio deberían ayudar al ciudadano pero que a menudo acaban por desesperarlo. La clave de la novela acaba siendo la falta de integración de Sara en este entorno burocrático y en la sociedad paralela que allí dentro se crea; la protagonista, primero desde el desconocimiento y después desde la falta de integración en él, se preguntará si eso es lo que quiere para el resto de su vida, si “ganar” la oposición será un premio o una condena que la atrape para siempre en la tela de araña del trabajo burocrático.


Reseña publicada en La Verdad: