Cerbantes Park, Carlos Robles Lucena, Navona, 2022, 280 págs., 19€.
Los parques de atracciones suelen ser vistos con cierta
superioridad, cuando no con verdadero desprecio, por los intelectuales. Las
élites culturales, si tal sintagma mantiene hoy en día lógica y vigencia, los
consideran burdos lugares de esparcimiento para la clase media creados por
grandes compañías que buscan más que su entretenimiento su dinero. Incluso los
parques temáticos, que parecen estar sostenidos por un entramado intelectual
algo más sólido que los que simplemente son una mera acumulación de atracciones
de feria, suelen vincularse a fenómenos de lo que un día fue considerado la
“baja cultura”. Muchos de estos prejuicios sobre los parques de atracciones en
sí y sobre las diferencias entre la “alta cultura” y el consumo de productos
culturales aparecen en Cerbantes Park,
la inteligentísima y mordaz novela de Carlos Robles Lucena.
En ella el Comisario,
uno de los dos protagonistas del libro, idea la construcción de un parque
temático literario diferente, menos orientado al consumo que a conseguir que
sus clientes (“lectores” en la terminología de la empresa) vivan una
experiencia cultural inmersiva relacionada con algunas de las grandes obras de
la literatura universal. Su obsesión por los parques de atracciones se remonta
a su juventud, cuando consiguió una beca que le iba a permitir viajar por las
ferias clásicas de Europa para después escribir un ensayo que reivindicara este
tipo de espacios. Sin embargo, el proyecto encalló en la primera escala, Viena,
donde visitó el famoso Prater pero donde también conoció a su futura mujer, la
adinerada Almudena, de la mano de la cual entra en el lucrativo mundo del arte
contemporáneo. Es solo años después, al volver a su localidad natal, una ciudad
dormitorio trasunto de Tarrasa, cuando decide retomar su afición y ofrecer a la
ciudad donde creció en una familia obrera un aliciente cultural y económico. Las
contradicciones entre sus aspiraciones y sus ideales acabarán afectando a la
propia naturaleza del proyecto.
El
contrapunto al resuelto, exitoso y algo snob Comisario lo representa Jacob, un
antiguo amigo del barrio de aquel que, al contrario que el otro protagonista,
no ha conseguido triunfar y al que su experiencia como editor lo dejó en una
situación económica de precariedad. Si el Comisario es el empresario cuyos
contactos ponen en marcha Cerbantes Park, Jacob es el intelectual comprometido
hasta el integrismo con la cultura que vela por la ortodoxia de un proyecto
cuyo nombre ha de llevar incluso la grafía original del apellido del creador
del Quijote. Entre ambos, y con la
ayuda de un equipo multidisciplinar, crean en la riera de su ciudad natal un
peculiar parque en el que los “lectores” pueden vivir en primera persona
experiencias como la de degustar la casa de dulces de Hansel y Gretel, recibir
en una playa artificial los ladridos del perro de Ulises o visitar el Nautilus.
Con estos
mimbres, Robles Lucena crea una historia plagada de referencias literarias,
donde la intertextualidad desborda el espacio del Cerbantes Park para rebosar
las páginas del libro con la presencia de numerosas citas a autores y libros,
algunos de los cuales quedan consignados en la nota final, que convierten a la
novela en una reivindicación de la literatura. Además, Cerbantes Park es una potente sátira que dispara con gracia pero
sin piedad contra los esnobismos de la élite cultural, las ínfulas de la
burguesía, los tejemanejes de las instituciones y las contradicciones del
mercado editorial (Jacob define Sant Jordi como “una fiesta literaria realizada
con todo aquello que les gusta de la literatura a los que no les gusta la
literatura”).
Reseña publicada en La Verdad:
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