Anoxia, Miguel Ángel
Hernández, Anagrama, 2023, 272 págs., 18€.
Después de cuatro novelas, la obra literaria del
escritor murciano Miguel Ángel Hernández se ha consolidado como una de las más
interesantes de su generación. Lo ha hecho desarrollando en su trayectoria dos
temas fundamentales: el mundo del arte y el duelo. Si en sus novelas anteriores
Hernández se centraba en uno u otro asunto, en Anoxia los mezcla con acierto ofreciéndonos una obra desasosegante.
La
gestión de la tristeza por el duelo ya estaba en el centro de su novela
anterior, El dolor de los demás
(2018), en la que reconstruía el asesinato y posterior suicidio que cometió su
mejor amigo de la infancia. En cierta manera el título de aquella también podría
aplicarse también a esta, ya que la protagonista, Dolores, debe tratar con
personas que acaban de perder a sus seres queridos y ha de hacerlo sin
empatizar demasiado con ellas para no reabrir sus propias heridas,
especialmente la muerte de su marido. Lo ha de hacer por el curioso y macabro encargo
que un misterioso anciano, Clemente, le ha realizado: fotografiar a difuntos.
Con el paso del tiempo, y mientras va conociendo más al hombre, Dolores irá
volviendo una y otra vez a los tanatorios y desentrañando la historia familiar
del anciano. A su vez, todo ello la retrotraerá a las muertes de su propia
familia y se preguntará si gestionó bien su matrimonio, lastrado durante años
por el cuidado de su padre enfermo.
El
segundo de los temas centrales del libro, el mundo del arte, coincide con el
que Hernández trató en Intento de
escapada (2013) y El instante de
peligro (2015). Los tejemanejes de la gestión pública de las obras
artísticas están aquí encarnados por Alfonso, el director del Archivo
Fotográfico Regional, un despiadado y egocéntrico gestor que usa a Dolores para
conseguir la colección de fotografías post-mortem
de Clemente. Estas peculiares instantáneas, que obsesionan al anciano hasta
hacerlo cruzar ciertos límites morales, adquieren una gran relevancia en el
libro, donde son frecuentes las descripciones técnicas de las fotografías y
daguerrotipos que Dolores y Clemente realizan o que este último colecciona. De
nuevo, al igual que en los dos libros antes citados, Miguel Ángel Hernández
otorga protagonismo a un objeto artístico y reflexiona sobre las posibilidades
que ofrece.
Otro
elemento relevante de Anoxia es el
cronotopo de la novela: la mayor parte de la trama se ubica en la costa del Mar
Menor, en un pueblo sin nombre que podemos identificar con Los Alcázares, en la
segunda mitad de 2019. El autor sitúa a los personajes en medio de las riadas
que la localidad sufrió en esta época y de la contaminación del mar que llevó a
que la orilla de la laguna se llenara de peces muertos. Este episodio de anoxia
que da título al libro encuentra su paralelismo en la falta de aire de
Clemente, que ve como su fin se acerca y que busca en Dolores a su heredera en
la realización de fotografías post-mortem.
El
libro aúna con maestría los dos temas antes citados con el homenaje a la resiliencia
del pueblo marmenorense. Además, Hernández dosifica perfectamente la tensión
vivida por Dolores, la protagonista del libro, en una trama que va creciendo en
intensidad y con una prosa en la que destaca el uso de las frases breves
yuxtapuestas como pequeñas sentencias.
Reseña publicada en El Noroeste:
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